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viernes, 16 de abril de 2021

 LA REVOLUCIÓN RADICAL DE 1893 EN OLAVARRÍA

Autor: Cr. Adolfo Hipólito Santa María

Anterior edificio de la Municipalidad de Olavarría

    La revolución que estalló el 26 de julio de 1890, puso en evidencia el malestar económico, social, político y moral que imperaba en la República Argentina.
    El movimiento revolucionario estaba dirigido a derrocar al presidente Miguel Ángel Juárez Celman, para implantar en el país una nueva forma de hacer política, capaz de terminar con muchos procedimientos que la ciudadanía repudiaba. El Manifiesto de la Junta Revolucionaria lo firmaban Alem, como presidente, Aristóbulo del Valle, Demaría, Goyena y Lucio V. López; y decía en una de sus partes: “El patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso extremo para evitar la ruina del país”. Derribar un gobierno, explicaba el Manifiesto, sería un verdadero delito, pero mantener un gobierno que representaba la ilegalidad y la corrupción, vivir sin voz ni voto, ver desaparecer las garantías de la administración pública, consentir el robo, la adulteración de la moneda, la usurpación de nuestros derechos políticos: “sería consagrar la impunidad del abuso; aceptar un despotismo ignominioso, renunciar a un gobierno libre y asumir la más grave responsabilidad ante la Patria”.             Aseguraba el Manifiesto que el Gobierno revolucionario sería breve y duraría el tiempo necesario para organizar constitucionalmente al país. 
    El nuevo presidente sería el ciudadano que contase con más votos en comicios pacíficos y libres, “y únicamente quedarán excluidos como candidatos los miembros del gobierno revolucionarios1. La revolución fracasó, luego de enconadas luchas en las calles de Buenos Aires. Sin embargo, trajo como consecuencia la renuncia del presidente Juárez Celman el 6 de agosto de 1890. 
    Este triunfo moral que sustentaba la revolución hizo que el senador por Córdoba, Manuel Pizarro, expresara en el Senado al día siguiente de los sucesos: “La Revolución ha sido vencida, pero el presidente ha caído”
    La renuncia de Juárez Celman fue recibida con gran júbilo popular, hubo manifestaciones y cánticos: “Ya se fue, ya se fue, el burrito cordobés”.
    Al día siguiente de la renuncia de Juárez, asumió el vicepresidente doctor Carlos Pellegrini. La lucha no había terminado, hechos posteriores nos dicen que sería el comienzo de una larga contienda. 
    La Unión Cívica nace como un movimiento regenerador del sistema. El 1 de septiembre de 1889, se realizó una asamblea en el “Jardín Florida”, con la presencia de Alem, Barrotaveñas, Montes de Oca, Vicente Fidel López y otros, y se declaró fundada allí la Unión Cívica de la Juventud. En poco tiempo se establecieron veinte centros en la ciudad. El 8 de abril de 1890, la "Unión Cívica de la Juventud" representando a los diferentes comités, lanzó un manifiesto al pueblo enunciando sus propósitos e invitándolos a una asamblea que se realizaría el 13 en el "Frontón Buenos Aires" de la calle Córdoba. Lo firmaban, como "presi­dentes honorarios" de los diferentes centros: Mitre, Alem, Bernardo Gorostiaga, Vicente F. López, Estrada, del Valle, Goyena, Navarro Viola, J.M. Varela, Esteves Seguí, Gelly y Obes, Luis Sáenz Peña y Carranza.
    El 13 de abril se reunió en el local de la convocatoria una gran multitud como pocas veces se había visto en Buenos Aires.
    En esa ocasión quedó fundada la "Unión Cívica", bajo la presidencia de Leandro Alem, quien contaba con la confianza y la adhesión del pueblo.
    Desde sus comienzos, la Unión Cívica padeció las consecuencias de su heterogeneidad. Los propósitos de Alem y Mitre eran diferentes y esto se haría notar.
    Acercándose la convocatoria a elecciones para sustituir al presidente Carlos Pellegrini, el movimiento popular que acaudillaban Alem y del Valle, se reunió en Rosario el 15 de enero de 1891; en dicha Convención, por consenso, surgió la fórmula presidencial con los nombres de Bartolomé Mitre y Bernardo de Irigoyen.
    Después de un prolongado viaje por el extranjero, el general Mitre regresó y días después el general Julio A. Roca y Pellegrini lo visitaron. En esa entrevista, con el argumento de facilitar la pacificación nacional, le propusieron un acuerdo sobre la base de su candidatura que Mitre accedió sin consultar a sus electores. Entonces Alem le escribió a Mitre reprochándole su condescendencia y declaró públicamente: Yo no acepto el acuerdo: soy radical en contra del acuerdo: soy radical intransigente”. Palabras que, a la par que definían una actitud, la bautizaban para el porvenir.2
    El 16 de abril de 1891, el comité de la Unión Cívica presidido por Alem dio a conocer un manifiesto en el que anunciaba, al margen de lo acordado por Roca y Mitre, que concurría a las elecciones presidenciales con la fórmula proclamada en Rosario. El acuerdo Roca-Mitre rompía con los principios de la Unión Cívica y con la fórmula electoral de Rosario.
    El 26 de junio de 1891, se reunió el Comité Nacional de la Unión Cívica en un local de la calle Cangallo y decidió convocar para el 15 de agosto a la Convención Nacional para que se pronunciara sobre el acuerdo. Este es el día en que la Unión Cívica Radical tiene por nacimiento. 
    Una minoría del comité que respondía a Mitre no asistió, se reunieron por separado desconociendo la convocatoria y aprobaron el acuerdo Mitre -Roca. 
    El 27 de junio de 1891, el grupo que respondía al general Mitre, formó otra agrupación presidida por Bonifacio Lastra, con el nombre de Unión Cívica Nacional; y proclamaron en su convención del 9 de julio la fórmula convenida con Uriburu. En consecuencia, reunida en el teatro Onrubia la Convención Nacional de la Unión Cívica “radical”, el 15 de agosto de 1891, proclamó la fórmula Bernardo de Irigoyen y Juan M. Garro. En la Convención diría Alem, “desgraciadamente, el general Mitre celebró a su venida de Europa un acuerdo político con el general Roca, cuya base era suprimir la lucha en los comicios transando directamente con los oficialismos usurpadores del voto”3.
    El 20 de septiembre de 1891, Alem, acompañado de Remigio Lupo, Martín Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Delfor Del Valle y otros, partieron de gira por varias provincias, siendo en todo el trayecto la comisión muy aclamada. 
    A mediados de octubre de 1891, Mitre, viendo la inutilidad del acuerdo con Roca renunció a su candidatura a presidente. Los partidos del acuerdo, desconcertados por la situación, buscaron el apoyo del gobernador de la provincia de Buenos Aires Julio Costa; y éste, con la anuencia de otros gobernadores propugnó la candidatura del doctor Roque Sáenz Peña y la proclamaron el 19 de noviembre de 1891. 
    Esta candidatura, que significaba una merma en la influencia del general Roca, porque Roque Sáenz Peña encabezaba un grupo autonomista de oposición a su figura, era un serio peligro para el partido del gobierno.
    En las elecciones para diputados, del 7 de febrero de 1892, se produjeron disturbios y hechos sangrientos. La policía, en las parroquias de La Piedad, Santa Lucía y San Cristóbal, ahuyentó con fusiles a los votantes. El 8 de febrero se anunció el triunfo de la Unión Cívica, los partidarios del acuerdo habían sido derrotados.
    Después de estos hechos, y en vista de que Roque Sáenz Peña no respondía a sus intereses, Roca, Mitre y Pellegrini lanzaron la candidatura de Luis Sáenz Peña; visto lo cual, su hijo Roque Sáenz Peña renunció a su candidatura el 19 de febrero.
    El 6 de marzo de 1892, la convención del Partido Nacional y la Unión Cívica Nacional, proclamaron la candidatura de Luis Sáenz Peña y José Evaristo Uriburu.
    Antes de que se hicieran las elecciones presidenciales programadas para el 10 de abril, la Unión Cívica Radical había proyectado asambleas populares en todas las provincias, que deberían efectuarse el 3 de abril. 
    El presidente Pellegrini decidió tomar la ofensiva; el 2 de abril impuso el Estado de Sitio, apresó a Alem, senador nacional, y al doctor Víctor M. Molina, diputado nacional, y los encerró en el buque La Argentina. Otros dirigentes también fueron detenidos y deportados a Montevideo. Como excusa, Pellegrini invocó el descubrimiento de una terrible conspiración, con siniestros planes de asesinatos y voladuras, cuyo estallido inminente anunciaba y que atribuía a los radicales.
    En el acto comicial del 10 de abril los electores de la fórmula oficial casi no tuvieron opositores, y en el Colegio Electoral se proclamó la formula Sáenz Peña-Uriburu, por el período 1892-1898. 
    Para finales de junio de 1892, después de permanecer algo más de dos meses en el destierro, regresaron al país los deportados del 2 de abril, entre ellos Leandro Alem. 
    El 11 de noviembre de 1892 se reunió la convención de la Unión Cívica Radical, donde se denunció la ilegalidad del resultado electoral por haberse violado las leyes fundamentales de la República; se sancionó la Carta Orgánica -primer documento de este tipo- y la Declaración de Principios del Partido; y el 17 de noviembre, vista la situación imperante, se colocó en actitud abstencionista. 
    Mientras tanto, el gobierno de Sáenz Peña se debatía en un estado caótico, donde se sucedían los ministros y la renuncia del presidente se anunciaba continuamente. Luego de varios meses a la deriva y la amenaza de una revolución radical, el gobierno se decidió por consejo de Pellegrini, incorporar a dirigentes de la oposición a participar, y el presidente encomendó el 3 de julio de 1893, al doctor Aristóbulo del Valle la organización del ministerio, con la intención clara de provocar una división del radicalismo. 
    En la reunión con del Valle le diría el presidente: “No me abandone que yo no lo abandonaré”. Pero del Valle no encontró apoyo en el radicalismo a pesar de las gestiones personales llevadas a cabo por Bernardo de Irigoyen ante Alem e Yrigoyen. La Unión Cívica Radical ya había establecido la negativa de participar en gobiernos emanados del fraude. 
    Los cambios producidos en el gabinete del gobierno nacional no despertaron las expectativas que se esperaban. El nuevo ministro, apenas instalado, hizo dictar el 8 de julio de 1893, un decreto que disponía el desarme de las fuerzas que contaba la provincia de Buenos Aires, creadas por los gobernadores para sostenerse, sin perjuicio de conservar la fuerza policial necesaria para la seguridad pública. Además, el ministro de hacienda Mariano Demaría, decretó la intervención del Banco de la Provincia que venía con una moratoria desde 1891, con el propósito de investigar las irregularidades que lo llevaron a esa situación.
    El 30 de julio de 1893, como se venía haciendo desde 1891 en la ciudad de Buenos Aires, se realizó una gran manifestación conmemorativa de la Revolución del Parque. 
    Para esa fecha, la revolución ya estaba en marcha. El día anterior había vencido en San Luis. El gobernador había sido desplazado y se había instalado un gobierno provisional a cargo del doctor Juan Sáa, presidente de la junta revolucionaria. El 31 estalló en Rosario, venciendo después de una lucha sangrienta. Las fuerzas revolucionarias prosiguieron a Santa Fe obteniendo la renuncia del gobernador, y el 4 de agosto asumió el mando provisional el presidente de la junta revolucionaria, doctor Mariano Candioti. 
    El 30 la revolución se inició en 80 de los 82 partidos de la provincia de Buenos Aires, dirigida por el presidente del comité, Hipólito Yrigoyen. La revolución popular contó con la adhesión de una parte de la Unión Cívica Nacional y la Liga Agraria de la Provincia, uno de cuyos principales dirigentes de esta última agrupación era Carlos Guerrero, un nombre conocido de la ciudad de Olavarría, porque sus herederos años después donaron el predio donde hoy se encuentra el Club Estudiantes de Olavarría.
    El manifiesto revolucionario se conoció en la mañana del día 30, y comenzaba diciendo que los revolucionarios tenían “conocimiento pleno de la responsabilidad que la Unión Cívica Radical asumía ante el pueblo entero de la Provincia de Buenos Aires”, para luego enumerar las causas fundamentales del pronunciamiento, las desastrosas condiciones económicas en que estaba la provincia, y el desconocimiento de las libertades públicas.
    Unos días antes, Yrigoyen se refugió en su estancia “El Trigo”, cerca de Las Flores. Desde allí partió pasada la medianoche del día 30 con algunos peones y amigos. Pensaban instalar en Temperley, empalme ferroviario de importancia estratégica, el cuartel general de la revolución. A la una de la mañana llegaron a Las Flores, rodearon la manzana de la comisaría y con el subteniente Hermelo consiguieron tomarla. Se dirigieron después a la estación de trenes, a la espera de un pequeño contingente en el que figuraban José Fidel Lagos y Juan M. de la Serna; y en el mismo tren se dirigieron todos hacia Olavarría, con la idea de neutralizar a la guardia que custodiaba el presidio de Sierra Chica. 
    Desde la estación de Hinojo, Yrigoyen se comunicó telefónicamente con Miguel Costa, director del penal, y con el jefe de guardiacárcel. Los convenció de la inutilidad de la resistencia, les informó que la provincia estaba prácticamente tomada, y los responsabilizó de la sangre que se derrame. Ambos acataron la intimación, con la condición de que no se obligue a incorporar a nadie contra su voluntad. 
    Antes de partir hacia Olavarría, le avisaron de un conato de rebelión de un grupo de guardiacárceles que Yrigoyen logró resolver y desarmar personalmente. En Olavarría es tomada la comisaría y la municipalidad sin dificultad por el grupo revolucionario local y  parte del pueblo que se volcó con entusiasmo a la revolución. Al frente del grupo revolucionario estaba el médico Ángel Pintos, que gozaba de un gran prestigio personal en la sociedad olavarriense. Pablo Casazza y Abel Ale­gre fueron secretarios de la junta revolucionaria. La quinta del concejal Bernardo Prebendé fue el lugar donde se reunían los revolucionarios. En ese año, José M. Almada era el Intendente de Olavarría.


Ángel Pintos
 El doctor Ángel Pintos nació en Barracas al Sur-hoy Avellaneda- el 8 de diciembre de 1856, hijo de Antonio Pintos, natural de Portugal, y de Eloisa Almeida de nacionalidad argentina. Se graduó de médico en Buenos Aires a los 25 años, previamente se había recibido de boticario. A poco de terminar sus estudios se radicó en Olavarría, donde ejerció su profesión y comenzó su carrera política. En 1885, contrajo matrimonio con Leonor Elisa Filippi y se trasladó a la vecina localidad de Azul, pero viajaba regularmente a Olavarría para atender a sus numerosos pacientes.
En Olavarría contribuyó a la fundación del Hospital San Vicente, las Damas de Caridad y el Hospital Coronel Olavarría. Fue legislador provincial y nacional. Consejero escolar, concejal, docente y varias veces intendente de la vecina ciudad de Azul. Estando en la presidencia del HCD de Azul, proyecta la construcción del mercado, el Hospital Municipal y el nuevo cementerio. Entre sus obras más destacadas como intendente de Azul, se encuentran: el empedrado de cientos de cuadras, la extensión de agua potable, la iluminación de las calles, el equipamiento de varias escuelas y del hospital municipal. Una calle y el Hospital de Azul llevan su nombre. En 1893, participó en la revolución radical organizada por Hipólito Yrigoyen, comandando al grupo revolucionario que logra en un primer momento tomar la municipalidad de Olavarría, quedando al frente del municipio en carácter de comisionado.
En 1897, sus pacientes de Olavarría le regalaron una casa, edificio que hoy ocupa el Museo Municipal Dámaso Arce. Casa que Pintos ocupó esporádicamente por un corto tiempo.
En 1918, fue candidato a vicegobernador de la Provincia de Buenos Aires, con la fórmula Echague-Pintos. En 1928, fue elegido Diputado Nacional por el Partido Conservador y reelegido cuatro años después; para ese entonces ya residía en Buenos Aires, donde falleció el 8 de diciembre de 1944, el día que cumplía 88 años. Sus restos descansan en la localidad bonaerense de Banfield.
  
  Federico Champalanne, retirado del ejército e instalado en Olavarría se unió al grupo revolucionario y fue elegido, por su experiencia militar, jefe de la milicia popular.
    Un manifiesto "al pueblo de Olavarría", suscripto por Pintos, decía que: el gobierno impopular por cuya caída se sacrifican tantos patriotas, está ya encerrado en sus últimas trincheras y pronto a ser arrastrado por las corrien­tes imponentes de la opi­nión pública.
    La reacción de los que apoyaban al oficialismo no se hizo esperar. José E. Grigera, que se venía desempeñando como concejal y presidente del Concejo Deliberante, y en los comicios del 1 de diciembre de 1889 había sido uno de los electores del Partido Pacista (cuyo candidato Julio Costa era el actual gobernador); reunió a sus partidarios y con los guardias del penal de Sierra Chica, planificaron una operación para recuperar el edificio municipal en poder de los revolucionarios, que se llevaría a cabo el 7 de agosto de 1893. 
    El propio Champalanne, jefe de las fuerzas que custo­diaban la sede comunal, relata el episodio en parte elevado al jefe de las fuer­zas, coronel don Francisco Araujo:  
“En la madrugada del día de hoy se presentó en mi cuartel el subte­niente de Guardia Cárcel del Destacamento de Sie­rra Chica, don Loza, mani­festándome que deseaba tomar parte en las filas de las fuerzas revoluciona­rias de este pueblo, el cual era yo su jefe, y que al mismo tiempo ponía en mi conocimiento de que me preparara para resistir un ataque en pocos minutos después, por las fuerzas que estaban al cuidado de la cárcel de Sierra Chica y que estas fuerzas eran mandadas por un señor comisario llamado Julio Romero y que también, venían en su compañía el señor José E. Grigera, Gregorio Corona y un grupo de ciudadanos.
    Preparado por dicho subteniente, me puse en marcha hacia la puerta del cuartel municipal, donde ya tenía formadas, en alas, a las fuerzas atacantes, y con su jefe a la derecha: Inmediatamente tomé por determinación hacer avanzar al jefe de dichas fuerzas, el cual así lo hizo, le pregunté entonces qué objeto tenían esas fuerzas a sus órdenes, recibiendo por contestación que deseaba pasarse con todas las fuerzas que en ese momento mandaba a las filas de la revolución. Aceptada su propuesta, le ordené hiciera avanzar de a uno a los soldados para ser de­sarmados; dicho jefe al re­cibir mi orden de desarme, dio en el mayor silencio medía vuelta y se colocó a la derecha de sus solda­dos, de donde me mani­festó que me entregara con todas las fuerzas o en su defecto me haría fuego. En tales circunstancias, le contesté que no me entre­gaba, oyendo enseguida dar a dicho jefe órdenes a sus soldados para que me hicieran fuego, viéndome obligado a tener que co­rresponderá el fuego con las fuerzas a mis inmedia­tas órdenes; de donde re­sultó un tiroteo que dio por resultado una derrota completa en las filas del enemigo.
    Del momentáneo tiroteo resultaron heridos los soldados Werjid, A. Ponce , Federico y el pri­sionero Justo Riovó, y por nuestra parte muerto el voluntario Florentino Gómez.
    Ángel Pin­tos, que había de ser de­signado comisionado, sus­cribe un comunicado para la población, aludiendo al sangriento episodio y re­comienda al vecindario entero, el nombre del pa­triota voluntario D. Fede­rico Champalanne, que con su heroísmo liberó al pueblo de la furia y ambiciones; y destaca, asi­mismo, los nombres de los 'guardias nacionales Agapito Bahía, José Martínez, Teófilo Garrós, Ignacio Parra, Gregorio Luna y sargento Gastón'. La ban­dera de la libertad —decía una declaración suscripta por Pintos y como secreta­rio por Abel Alegre— y de la justicia, sostenida por los patriotas que han pos­puesto sus intereses y sa­crificado sus vidas en de­fensa de los derechos cívi­cos del pueblo, acaba de recorrer triunfante la pro­vincia entera de Buenos Aires, devolviendo a sus hijos el imperio de sus ins­tituciones. Olavarría, que por tanto tiempo fue humi­llada por la dominación despótica de un caudillo impuesto por un impopu­lar gobierno...”.
    Algunos de los que participaron de aquel 1893, fueron: Ángel Pintos, Abel Alegre, Pablo Casazza, Federico Champa­lanne, Francisco Araujo, Antonio Guzmán, Edisto Vilafañe, Pedro Echeño, Pedro Laffítte, Diego Goroso, Prudencia Lurbet, Arsenio Cavilla, Fermín Zeballos, Danilo Laborde, Ángel de Vega, Ramón Rendón, Bernardo Pre­bendé, Teófilo Garrós y el sargento Cabaña.


    En mayo de 1922, Federico Campalanne escribía en una postal donde se observa la Municipalidad de Olavarría: “En este edificio libré un combate contra la fuerza militar de Sierra Chica, que me atacaron en la madrugada del 7 de agosto 1893, del cual salí victorioso en la línea”, marcando el lugar y la fecha.
    El 6 de agosto había renunciado el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Julio Costa. El 7 de agosto se reunió el Comité de la Provincia en Lomas de Zamora para nombrar el gobierno provisorio, y ante la reiterada negativa de Yrigoyen de participar, se eligió al doctor Juan Carlos Belgrano, sobrino nieto del general Manuel Belgrano.
    Las fuerzas revolucionarias hicieron la entrada triunfal a la ciudad de La Plata, al mando de Yrigoyen y de su hermano el coronel Martín Yrigoyen. Juan Carlos Belgrano es reconocido en su carácter de gobernador provisional por el ministro doctor del Valle; constituyéndose, en el primer gobernante que haya tenido la Unión Cívica Radical.
    Pero el régimen no se dejaría derrotar fácilmente, contaba con una mayoría parlamentaria y como jefes a Roca y Pellegrini. Se enviaron proyectos a las Cámaras de intervención de las provincias. Alem le propone a del Valle que diera un golpe de estado con el apoyo de radicales, y del Valle se negó por principios constitucionales y fidelidad al presidente. El ministro del Valle dimitió, y el 12 de agosto asumió como ministro de un nuevo gabinete el doctor Manuel Quintana, cuyo principal objetivo sería aplastar la revolución y perseguir al radicalismo. Quintana intervino Buenos Aires, Santa Fe y San Luis, y cada interventor fue con una división del ejército. 
    Los revolucionarios de Buenos Aires resolvieron deponer las armas para no ensangrentar nuevamente a la República. La revolución seguiría poco después en Corrientes, el gobernador Ruiz fue derrocado. En Tucumán, el 11 de infantería, comandado por el comandante Bello, había provocado la renuncia del gobierno. En Santa Fe se había producido un nuevo estallido, dirigido en la capital por Candioti y en Rosario por Alem, quien levantó allí por primera vez la bandera revolucionaria, rojiblanca, divisa del radicalismo. Estas rebeliones después serían sofocadas por las fuerzas nacionales.
    El 25 de agosto de 1893, el Comité de la provincia en un manifiesto invita a deponer las armas: “Dentro del pueblo soberano del Estado no hay nada más grande que el pueblo mismo y el poder de su voluntad incontestable”. Se había cuidado la vida de los adversarios y la de los correligionarios. El Comité agradecía la acción de los jefes, oficiales y cadetes que se habían alistado en las filas revolucionarias. 
    El 21 de septiembre Yrigoyen fue detenido y llevado a un buque de guerra, donde había allí un centenar de radicales presos. Luego fueron deportados a Montevideo. Alem padecería medio año en la cárcel, al salir diría ante sus simpatizantes que lo vivaban: “En continua lucha os saludo”.
    El 29 de enero de 1896 falleció Aristóbulo del Valle. El 1 de julio del mismo año se suicidó Leandro Alem, camino al Club del Progreso, en el interior de un cupé ( carruaje de dos plazas tirado por un solo caballo). Dejó varias cartas para familiares y amigos; una “Para publicar”, que llevaba en uno de sus bolsillos y sería su testamento político: 
“He terminado mi carrera; he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí, que se rompa, pero que no se doble! (…). He dado todo lo que podía dar, todo lo que hu­manamente se puede exigir a un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado... y para vivir inútil, estéril y deprimido, es preferible morir. Entrego de­corosa y dignamente lo que me queda, mi última sangre, el resto de mi vida. (….) entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado cons­tantemente. En estos momentos el partido popular se pre­para entrar nuevamente en acción, en bien de la patria. Esta es mi idea, este es mi sentimiento, esta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie. Yo mismo he dado el primer impulso y, sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales. ¡Adelante los que quedan...! ¡Ah! cuánto bien ha podido hacer este partido si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores. ¡No importa! Todavía puede hacer mucho... Pertenece principalmente a las nuevas generaciones.
Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra; ¡deben consumarla!4.
    Muerto del Valle y Alem, la Unión Cívica Radical se divide entre los acuerdistas o coalicionistas cuya expresión máxima era Bernardo de Irigoyen, y los intransigentes liderados por Hipólito Yrigoyen. El mitrismo buscó un acuerdo con los radicales, cuya base podía ser la candidatura de Bernardo de Irigoyen a la Presidencia de la Republica, incluso la posibilidad de una fusión entre los “cívicos” y los “radicales”, como antes de 1891; a esta política se le denominó “de las paralelas”. 
    Mientras en la Convención Nacional de la U.C.R fue mayoría la posición acuerdista, el Comité de la Provincia de Buenos Aires, el 29 de septiembre envió un documento al presidente del Comité Nacional, donde fundamentó la decisión tomada y definió al radicalismo intransigente y decidió disolverse; haciendo del apotegma de Alem un principio radical: “Que se rompa, pero que no se doble”.
    “Clausurados los comicios del sufragio libre en toda la República, pretender reunir la oposición arriando la bandera con que surgiera el Partido Radical, importaría un simulacro de combate y aceptar un campo de acción que repugna a nuestras instituciones y sanciona la victoria del mismo adversario a quien se pretende combatir”, diría en una parte el documento del comité de la provincia de Buenos Aires.
    A partir de esa fecha comienza en la Unión Cívica Radical una práctica abstencionista; conformando sus tres principios fundamentales desde su creación: la Revolución, la Intransigencia y la Abstención.
    En 1903 comenzó la reorganización nacional de la Unión Cívica Radical. El 26 de julio de 1903, en conmemoración de la Revolución del Parque, se realizó una grandiosa procesión cívica a la Recoleta. El 26 de septiembre la Junta Central designó la mesa directiva. En 1904, el Comité Nacional se pronunció en forma crítica sobre la situación del país en un extenso manifiesto que finaliza dando las razones de la abstención de la Unión Cívica Radical en todo el país, declarando “el inquebrantable propósito de perseverar en la lucha hasta modificar radicalmente esta situación anormal y de fuerza, por los medios que su patriotismo le inspire”. En otras palabras, es la fundamentación del movimiento revolucionario que habría de estallar en febrero de 1905.
    En la madrugada del 4 de febrero de 1905 se inició la revolución radical, civil y militar, preparada tiempo atrás en varias provincias y en la Capital. Cuando los partes recibidos de los revolucionarios expresaban que todo marchaba tal lo previsto, el gobierno, que tenía informes sobre el estallido revolucionario, logró apoderarse del arsenal de guerra de Buenos Aires, fortificarlo y con eso impedir que sea tomado por los grupos civiles para proveerse de armas. Esta situación y la orden del gobierno de fusilar a todos los oficiales sublevados que se encontraran con las armas en la mano, hizo que el comando revolucionario resolviera deponer las armas para evitar mayor derramamiento de sangre.
    El gobierno inició una dura represión contra los revolucionarios, con prisiones y deportaciones a Ushuaia. Algunos se pudieron exiliar en Uruguay y Chile. Aun así, una creciente inquietud obrera hizo que Quintana gobierne en constante estado de sitio.
    Antes de entregarse, Yrigoyen liquidó algunas de sus propiedades, entre ellas la estancia El Trigo, para pagar los gastos de la revolución y las sumas que habían confiscado las Juntas de Mendoza y Córdoba.
    Durante los años posteriores el radicalismo amagó reiteradas veces con hacer nuevos levantamientos.
    El 29 diciembre de 1909 se reunió la Convención Nacional Radical en vista de las próximas elecciones presidenciales. El 30, un grupo de dirigentes radicales se reunieron con el presidente Figueroa Alcorta, para solicitar por tercera vez que se adopten los padrones militares como padrón electoral, señalando que los levantados por el gobierno adolecen de vicios notorios y se prestan a abusos. 
    Ante el rechazo presidencial, el 31 de diciembre el radicalismo se abstiene de participar en las siguientes elecciones. El 13 de marzo de 1910, se realizan siendo elegido presidente el doctor Roque Sáenz Peña. Ese mismo año se acrecientan los temores de una nueva revolución radical. 
   Sáenz Peña, embajador en Italia, regresó al país y a finales de agosto se entrevistó con Yrigoyen, a quien conocía bien y respetaba. Poco después, por intermedio del doctor Manuel Paz, el presidente electo gestionó una nueva entrevista con Yrigoyen; Juntos cambiaremos la faz de la República le manda decir Sáenz Peña. 
    Yrigoyen, estableciendo previamente el carácter público de las conversaciones, accede a reunirse. El presidente comenzó ofreciendo ministerios a Yrigoyen, quien le responde, “nuestras determinaciones de no participación en el gobierno son insalvables: únicamente me mueve ante usted el reclamo de comicios honorables y garantidos sobre la base de la reforma electoral 5. En vista de la tajante respuesta de Yrigoyen, Sáenz Peña le expresó su decisión de enviar de inmediato la nueva ley, y ofreció al radicalismo la participación en el proyecto de reforma electoral.
    En una segunda entrevista quedaron los puntos convenidos de la reforma: el uso del padrón permanente, el militar, un viejo reclamo radical; la intervención de los jueces en el proceso electoral y la representación de las minorías; la universalidad del voto y su carácter secreto.
    El 12 de octubre de 1910, asumió la presidencia el doctor Roque Sáenz Peña.
    El 4 y 19 de julio de 1911, se sancionaron las leyes de enrolamiento general y del padrón electoral sobre la base del registro militar. El 10 de febrero de 1912 se promulgó la Ley Nº 8871, que estableció el voto secreto y obligatorio. El 2 de abril de 1916 se realizaron por primera vez las elecciones con la nueva ley electoral, donde triunfó la fórmula Yrigoyen-Luna. El 12 de Octubre de 1916 asumió Yrigoyen. En las calles una multitud desbordante. La carroza que conducía al Presidente desde el Palacio del Congreso a la Casa de Gobierno fue tirada por una multitud que desenganchó los caballos de tiro. "No he venido a castigar ni a perseguir, sino a reparar" diría Yrigoyen. 

  

Notas

1. Leandro Alem – Mensaje y Destino .Tomo I . Editorial Raigal Buenos Aires. Páginas 419, 420 y 421.
2. Ernesto Palacios – Historia de la Argentina. Abeledo-Perrot. 1984. Página 581.
3. Leandro Alem – Mensaje y Destino. Tomo I. Editorial Raigal Buenos Aires. Página 472.
4. González Arrili, Leandro Alem – Una Vida atormentada. Página 193.
5. Gabriel Del Mazzo – Historia del Radicalismo. Tomo 1- Ediciones Cardon S.R.L. 1975. Página 146 y 147.

Fuentes consultadas

De Gandia Enrique, Leandro Alem – Mensaje y Destino. Tomo 1. Editorial Raigal 1956
Del Mazo, Gabriel – Historia del Radicalismo. Tomo 1. Ediciones Cardon S.R.L.1975
Diario El Popular de Olavarría
Espil Alberto – La Revolución de 1893 y Don Julio A. Costa. Ediciones Toucoustenia 1964
González Arrili, Leandro Alem – Una vida atormentada. Editorial Sopena. 1939
Knopoff Isidoro – Redescubriendo al Dr. Ángel Pintos. Impresos San Cayetano. 2012
Luna, Félix – Yrigoyen. Editorial Sudamericana.1999. 
Palacio, Ernesto – Historia de la Argentina. Abeledo-Perrot. 1985
Rosenkrantz, Eduardo S. Historia de dos Banderas. Editorial de Belgrano. 1997