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miércoles, 18 de abril de 2018

La fundación y secesión de Olavarría de Azul (documentos inéditos)  Los CatrielRebelión  en 1872.   Colonia Olavarría.

                                                                                     Autor Cr. Adolfo Hipólito Santa María



La primera noticia regional de estas tierras la conocemos como consecuencia de la expedición llevada a cabo en septiembre de 1741. La misma citaba: “Con más de 500 hombres partió Cristóbal Cabral a fines de septiembre, con órdenes del gobernador de alcanzar una paz firme con los indios, penetrando a fondo en el territorio hasta las sierras de Cayrú (Sierra Chica)(1) y de Casuati (Sierra de la Ventana) por donde los indios tenían sus guaridas, y donde nunca habían llegado los españoles, por la distancia y fragoso de las sierras”(2). A ésta le siguieron otras expediciones en cuyos informes se registraron lugares que hoy pertenecen al partido de Olavarría, pero solo nos detendremos a relatar la del año 1828 por su importancia histórica.
Con el objetivo de lograr la implantación de una nueva Frontera Sud, cuatro nuevos fortines se fundarían, que se ubicarían en Bahía Blanca, Laguna Blanca, Cruz de Guerra y Laguna Potroso. El fuerte del centro en Laguna Blanca habría de ser el más próximo –y el más expuesto- a los indios.
El 1º de febrero la comisión encargada de los preparativos y suministros para la expedición se reunió. A su cargo estuvo el coronel Mariano García, jefe del Regimiento Nº 6 de Caballería. Era él quien estaba autorizado a elegir el punto donde debía establecerse el fuerte de la Laguna Blanca.
El 16 de febrero se puso a sus órdenes el sargento mayor Antonio Uriarte, quien tuvo a cargo el reconocimiento previo del lugar para el futuro emplazamiento. La expedición partió de San Miguel del Monte y llegó el 28 de febrero de 1828. En el sitio señalado, el coronel Mariano García inició los trabajos de la fundación. Sería la primera población establecida en el partido de Olavarría, el fuerte de Laguna Blanca, territorio al que los indios llamaban Tenemeche (lugar de las paradas). Con la caída de Rosas, en 1852, se abre un nuevo escenario y un cambio en la política indígena de la provincia de Buenos Aires.

La intención de Buenos Aires de extender la Frontera Sur crearía una fuerte inestabilidad en las relaciones entre las fuerzas militares y los habitantes del interior de la Provincia, con las tribus que habitaban el lugar. Si sumamos a esto el recambio de las autoridades fronterizas, sucedido entre 1853 y 1855, que habían funcionado como hábiles interlocutores con los principales caciques, los convenios celebrados que no siempre se cumplieron, y la ocupación y desalojo de tierras que ellos consideraban como propias; tenemos así toda una conflictiva situación, que traería como consecuencia una fuerte tensión en la frontera que produciría enfrentamientos de la indios con las fuerzas militares y grandes malones en distintos pueblos del interior de la Provincia.
El traslado al Tapalqué Nuevo 
 El 19 de enero de 1854,  es nombrado juez de Paz en Tapalqué Ezequiel Martínez. Poco después de asumir se pondría a la cabeza de una iniciativa vecinal, para que el pueblo de Tapalqué fuera cambiado de ubicación, más precisamente como la solicitud requería: “a las puntas del arroyo Tapalqué”.
  El Cantón Tapalqué existía antes de que se creara el partido de Tapalqué en 1839. Declarado cabecera del partido, había perdido su importancia militar y su progreso no era el esperado; estaba ubicado a un poco más de 8 leguas de Olavarría.
  Pero el traslado del pueblo de Tapalqué, a las puntas del arroyo Tapalqué, traería la oposición de Catriel y su tribu que se consideraban auténticos propietarios por derechos de ocupación y concesiones obtenidas durante el gobierno de Rosas, tierras situadas entre el Azul y las sierras de Cura Malal.    
  La propuesta de trasladar el pueblo de Tapalqué a las “puntas del arroyo Tapalqué”, fue bien recibida por las autoridades del gobierno de la Provincia, y el  2 de marzo de 1855, el Departamento de Gobierno, haciendo una serie de consideraciones favorables decretó:
   Art.1- El pueblo de Tapalqué se trasladará a las puntas del mismo arroyo en terrenos de propiedad pública y en el punto preciso que determinará el Departamento Topográfico.
  Art.2– La traza del nuevo pueblo se hará con arreglo a los decretos del 14 de Diciembre de 1821, 16 de abril de 1823 y 22 de abril de 1826. 
  Art.3- El ejido del nuevo pueblo se trazará del mismo modo que el de Azul, con sujeción al decreto del 9 de Junio de 1832.
  Art.4- En la adjudicación de los solares del nuevo pueblo, tendrán la preferencia los vecinos que se trasladen a la actual población nueva.
  Art. 5- Por el Ministerio de Guerra se librarán las órdenes convenientes a efectos de que un ingeniero militar se encargue bajo su dirección, de la traza del nuevo pueblo, debiendo recibir instrucciones precisas por escrito, y ser provistos de los instrumentos necesarios por el Departamento Topográfico.
 Art.6- Los gastos que demande la traslación del nuevo pueblo serán imputados a extraordinarios del gobierno.
  Art. 7- Importando la traslación del pueblo de Tapalqué el adelantar la línea de Frontera por parte del Sud, y debiendo ser protegida esta operación por las fuerzas militares en ella situadas, el Ministerio de Guerra queda encargado de la ejecución del presente decreto en la parte que le corresponde.
  Art. 8- Comuníquese, publíquese y dese al Registro Oficial.

                   Pastor Obligado                                  Irineo Portela  
                    Gobernador                                         Secretario

   Pocos días después fue dictado otro decreto por el Ministerio de Guerra y Marina. En los considerandos, el nuevo decreto decía: "Habiendo dispuesto las traslación del pueblo de Tapalqué a las puntas del mismo arroyo, y quedando el nuevo pueblo fuera de la línea actual de fronteras, se hace indispensable garantizar militarmente la seguridad de aquel punto avanzando al mismo tiempo la línea de aquella; mientras se preparan los elementos necesarios para reconquistar el terreno perdido, ensanchando los límites de la civilización  hacia el desierto. Se construirá un nuevo pueblo de Tapalqué, en el punto militar más adecuado, un fortín de campaña bajo la dirección del Comandante en jefe de la Frontera Sud, quedando encargado de su traza y demás trabajos facultativos el ingeniero militar, comisionado para la traza del nuevo pueblo". Además, mencionaba que el Comandante en jefe de la frontera se trasladará con su fuerza disponible a los efectos de proteger los trabajos de traslación del pueblo, y que los trabajos a realizarse estarían a cargo de la misma tropa percibiendo por ello una retribución. 
  Mientras tanto, la situación de la frontera no era la mejor. El coronel Paunero, jefe interino de la Frontera Sud, le escribía a Mitre: Los indios de Tapalqué están quietos y al parecer muy sumisos; pero no hay que fiarse de ellos. Hoy recibí un mensaje de Catriel y no dejó de llamarme la atención el que me pidiesen permiso licencia para salir a bolear, siendo la estación menos propicia. Informaba, además, que al parecer Calfucurá preparaba en Salinas una próxima invasión.
  También el juez de Paz Ezequiel Martínez denunciaba entradas a las estancias y robo de ganado que se negociaban en los toldos de Catriel. 
   El 13 de febrero de 1855, Calfucurá atacó el fuerte y el pueblo de Azul con alrededor de 5000 indios. Cerca de 300 pobladores y soldados fueron muertos, y la mayoría de los comercios y viviendas destruidos. Se llevaron entre 60 y 100 mil vacunos, y tomaron cautivos a 150 mujeres y niños.​
   El 13 de mayo de 1855, el juez Martínez, mientras viajaba junto a  vecinos con destino al Azul llevando elementos para la formación del Tapalqué Nuevo, fue rodeado por una partida de indios que les impidieron el paso; en esa circunstancia se produce un incidente y el juez de Paz mata de un tiro a uno de los indios. Ellos, lejos de intimidarse, responden matando a cuatro de los viajeros, mientras que algunos de los picadores de carreta que los acompañaban logran escapar y esconderse entre los pajonales.   
  Luego de saquear las carretas, el juez de Paz y tres de sus acompañantes fueron tomados como rehenes por los indios catrieleros. Uno de los prisioneros se presentaría en el Fuerte de Azul informando de los sucesos ocurridos, portaba una carta del cautivo juez pidiéndole al comandante que agote todos los medios para salvar sus vidas; los otros dos rehenes serían liberados poco después.
  El Gobierno le reclamó al cacique Catriel enviando una comisión y el juez fue liberado previa negociación y pago por su liberación, donde no faltó una carta amenazante del gobernador a Catriel solicitando su entrega.
  "El origen de esta sublevación, se dice que ha sido el haber mandado el cacique Catriel un emisario al Juzgado de Paz de Tapalqué, llamándolo a su toldería para pedirle satisfacción por haberse mandado poblar ese partido sin su consentimiento, a lo que contestara el Sr. Martínez que le esperaba en su pueblo si quería verle. El cacique irritado por la desobediencia, según él, autorizó el saqueo y robo .." dice el diario La Tribuna del 19 de mayo de 1855. 
  La inseguridad de la frontera hizo que el gobernador Pastor Obligado y el Ministro de Guerra coronel Bartolomé Mitre, elaboraran un proyecto destinado a una operación definitiva contra los indios de Catriel y Cachul. Para dar cumplimento al plan establecido, Mitre se había trasladado al Azul para tomar el mando de las fuerzas allí establecidas.  Mitre, arribado a Azul,  con el látigo en la mano, declaró en un discurso que ha quedado célebre: Con esta  arma me basta  para terminar con los indios, respondiendo ellos hasta  la última cola de vaca de la Provincia".  Pero el 30 mayo de 1855, sobre las márgenes del arroyo Tapalqué, el coronel Bartolomé Mitre sufriría una humillante derrota.    
  El encuentro, conocido como el combate de Sierra Chica, terminó con las fuerzas de Mitre en retirada hacia el Azul, de noche y a pie para no ser visto por las fuerzas del cacique Cachul y Catriel, que aguardaban el día para dar el ataque decisivo unidas a un contingente de lanzas del cacique Calfucurá. 


                                         Copia de una foto del libro de Estanislao Zeballos

  A pesar del revés sufrido, el plan de instalación de un pueblo en las puntas del arroyo Tapalqué siguió firme, Mitre reconoció el lugar y notificó al gobernador su parecer y regresó a Buenos Aires.
 El 12 de agosto de 1855, el sargento mayor de ingenieros Ludovico D`Horbourg, designado para que realizara los trabajos necesarios para la instalación del nuevo pueblo de Tapalqué, en una nota al Ministro de Guerra y Marina, coronel Bartolomé Mitre, le informa:     
     "Tengo el honor de elevar al conocimiento de V.E. el resultado de mis trabajos en cumplimiento de las órdenes del señor Gral. y de V.S.
       El día 16 de julio pasado el señor Gral. en Jefe de la División del Sud, Gral. D. Manuel Hornos, ha tenido a bien proporcionarme un guía para reconocer el punto en el cual debía establecer el fortín y el nuevo pueblo de Tapalqué.
    Acompañado del Sr. D. Gregorio Barragán, antiguo habitante de este distrito, he recorrido las dos orillas del arroyo Tapalqué, y a la extremidad de los campos de Ortiz y Piñero he encontrado el terreno más conveniente para obedecer a las órdenes del Sr. General y de V. S.
      El arroyo Tapalqué tiene dos manantiales al S.O. y corre en la dirección N.E. Su curso es de 33 leguas (sic) y se pierde en el Salado (sic).
     La posición del nuevo pueblo y el fortín es el siguiente: sobre la orilla derecha del arroyo se creará el pueblo, y sobre la izquierda, el fortín. El pueblo en los campos de Ortiz, y el fortín en el terreno de Piñeyro.
      El punto elegido entre estos dos campos es el solo alto de todos los terrenos; afuera de este punto, en cuatro rumbos los campos son bajos y bañados. El arroyo Tapalqué tiene este punto el solo paso grande sobre siete leguas de curso. Este paso de 27 varas de largo por 22 de ancho y los saltos de agua hacen lavaderos naturales de la mayor utilidad para los habitantes y la guarnición del Fortín.(….) La hondura media es de 15 varas, la rapidez de la corriente como 80 varas por segundo, la altura de las barrancas como de doce varas y casi todas perpendiculares al arroyo; pero las márgenes cerca del paso presentan un declive en el cual el pasto muy rico puede proporcionar a los animales alimentos y la situación una seguridad completa, con la protección del Fortín."
   Más adelante en la nota se detalla que el fortín está situado en la margen izquierda del arroyo y brinda las medidas y características de su construcción. 
  Tomando todos los datos aportados en la nota antes mencionada, el Dr. Valverde, en el libro Ensayo Histórico del Partido de Olavarría, publica un dibujo del fortín que nos parece apropiado incorporar, y es el que sigue:

                                              Fortín de Tapalqué Nuevo
                                        
   En cuanto al lugar elegido por  el ingeniero D'Horburg, por   las descripciones del lugar que hace en la carta a Mitre, hay cierto consenso entre los historiadores, que los datos aportados se corresponden con la ubicación de la actual Olavarría; y un importante testimonio que aportamos es  la carta que envía el coronel Ignacio Rivas a Mitre, cuando años después ocupa el mismo lugar que había abandonado en 1855, donde dice: "Hace tres días que ocupo este campo, que no ha dejado de traer a mi memoria recuerdos bien tristes; pero al venir a ocu­parlo nuevamente...."  
  El 13 de setiembre de 1855, ocurría otro trágico suceso, el comandante Nicanor Otamendi fue atacado por indios del cacique Yanquetruz en San Antonio de Iraola (lugar ubicado entre Juárez y Azul),  y el Comandante encerrado junto a sus soldados en un corral de palos para una mejor defensa, fue ultimado junto a más de cien de sus soldados, a excepción de uno que fue tomado prisionero y otro que sobrevivió oculto y mal herido y relataría luego el triste acontecimiento. 
 El cacique Yanquetruz, dos años después de este cruel suceso, se justificaría alegando: “que su intención fue salvarlos. Afirma que si (Otamendi) hubiera leído su carta; en que le aconsejaba que se retirase con su tropa a una casa fuerte que tenía inmediata, que habría persuadido que no era intención pelearlo; pero que; habiéndole hecho el ultraje público de romper su carta sin leerla, y estaquear a su emisario, se vio forzado a pelear y matar para vengar su honor ofendido”.(3). 
 El coronel Emilio Mitre, designado Jefe de la Frontera, había instalado un campamento militar en el nuevo fortín, mientras tanto llegaba como Jefe del Ejército de Operaciones en la Frontera Sur, el general Hornos.
  En la madrugada del  29 de octubre de 1855, los indios sorprendieron a la avanzada del nuevo fortín, y lograron arrebatar gran parte de la caballada. El general Hornos muy rápidamente organizó la persecución llegando a la zona actualmente conocida como San Jacinto, allí lo esperaba una fuerza de más de 2000 indios del cacique Calfulcurá. Hornos contaba con más de 1280 hombres y dos piezas de artillería.  En un primer momento la carga del Regimiento de Coraceros logró dispersar a los indios, pero el ala izquierda y el centro de la avanzada fueron hábilmente atraídos por Calfulcurá hacia los bañados desbordados por las recientes lluvias, y quedando por tal motivo los caballos atrapados en el fango, fueron presa fácil de los indios avezados para ese terreno. Las pérdidas de soldados podrían haber sido mayores de no haberse replegados en orden, contando con  la acción del teniente coronel Ignacio Rivas a cargo de los cañones,  los fusileros del 2 de línea al mando de Arredondo, y una carga por la espalda a los indios comandada por el comandante Ocampo y el capitán Escalada, a los que Hornos recomienda por su acción en  el  parte del combate al Ministerio de Guerra.   El combate, sería  conocido como de San Jacinto, también se le llamó de Tapalqué (sería la tercera con ese nombre) y de las taperas de Barragán (por la propiedad de las tierras que pertenecieron al ex Juez de Tapalqué).  Según el parte del general Hornos,  las pérdidas entre muertos y heridos fueron de 50 a 60 hombres, incluyendo a 1 jefe y 4 oficiales.  
  El juez de Paz de Tapalqué Ezequiel Martínez, en una carta enviada al Ministro de Gobierno Dr. Valentín Alsina, le comenta, insertando en la misiva el parte oficial del general Hornos, lo siguiente:
  “El Señor General Hornos regresó al Fortín a la cinco de la tarde. Después de la oración, me mandó llamar para decirme que temía por el pueblo de Azul y debía protegerlo a todo trance. Efectivamente, y como a las nueve de la noche se puso en marcha y yo con él y otros, andando despacio pues se destacaron partidas a varios rumbos y hacia el pueblo nuevo donde vieron humos de ranchos quemados” (4).
  Así terminó el intento de los pobladores del Tapalqué Viejo de trasladarse a  un  nuevo pueblo en la puntas del arroyo Tapalqué. A pesar del fracaso, los vecinos del pueblo del Tapalqué Viejo, en 1863, se trasladaron a otro lugar para fundar la actual Tapalqué; a más de 16 leguas de Olavarría.
 Creemos, que los pobladores del Tapalqué Viejo no imaginaron que al abandonar el proyecto de un Tapalqué Nuevo en las puntas del arroyo Tapalqué, por los sucesos ocurridos, que años después un nuevo pueblo y otro partido se fundaría en el mismo lugar que ellos habían elegido, por considerarlas tierras muy fértiles.  
 El resultado  de este combate es para Olavarría un hecho muy significativo, casi que se podría decir representa  la génesis de Olavarría, porque de haber sido otro el desenlace del combate de San Jacinto, el incipiente pueblo de Tapalqué Nuevo posiblemente se hubiera consolidado.
  En un mapa que segmentamos del sargento mayor Juan Cornell, de octubre de 1859, denominado Plano del Partido Arroyo Azul, se pueden observar los tres pueblos (Tapalqué Nuevo, Tapalqué Viejo y Azul) y la zona donde se encontraban las tolderías del cacique Catriel.  La existencia en el mapa del  Tapalqué Nuevo en 1859, nos estaría indicando que en el lugar podrían  haber quedado pobladores después de los sucesos de 1855, que terminaron con el anhelo de los tapalqueneros.  
    
      
   Punto amarillo: Tapalqué Viejo
   Punto rojo: Tapalqué Nuevo
   Punto azul: Azul

  Pero éste no sería el único dato de la posible existencia de pobladores en el pueblo de Tapalqué Nuevo en 1859.  En el Primer Congreso de Historia de los Pueblos de la Provincia de Buenos Aires,  se presentó un trabajo con una nómina de Carreras de Postas,  denominado Anuario de Correos del año 1859. Allí figuran el Tapalqué Nuevo y el Tapalqué Viejo como recorridos de  postas (5). El otro, es un croquis del capitán Felipe Caronti, de la Legión Militar de Bahía Blanca, preparado a finales de 1858. En este mapa se incluye el Tapalqué Viejo y  un accidente geográfico al que denomina Tapalqué,  en un lugar que, por las coordenadas, se corresponden aproximadamente con el lugar de la actual Olavarría.  Además, ubica esta referencia como población (6)


  Recorrido de postas

"De Buenos Aires a Tapalqué (Fortín) 82 leguas; De Buenos Aires a la posta del Unco 4; a Arroyo Chavarría 3; a Remedios 3; a Sociedad 4; a El Milagro 3; a Totoral Chico 3; a Totoral Grande 4; a Pueblo del Monte 6; a San Genaro 3; a El Puente 2; a La Atalaya 3; a El Despunte 3; a Once de Sep­tiembre 2; a La Loma Negra 2; a Las Flores 3; a El Sauce Solo 2; a El Quemado 3; a Cacharí 3; a Cortadera Grande 3; a La Verde 3; a Cortadera Chica 3; a La Esperanza 4; a Pueblo de Azul 4;  a Tapalqué Nuevo 3 leguas; a Tapalqué Viejo 5 leguas".
         
  El general Hornos, muy afectado por la derrota en San Jacinto, pidió la baja del ejército; en tanto esperaba la resolución del Gobierno se sucedieron otros encuentros donde Hornos logró contener con éxito los ataques de los indios.  
 Aceptada la renuncia del general Hornos, el general Manuel Escalada fue designado Jefe de la Frontera Sur.
  La difícil situación en la frontera hizo que el Gobierno iniciara acciones tendientes a lograr un acuerdo con los caciques Catriel y Cachul.
 Al general Escalada le tocaría realizar las gestiones necesarias para la firma de un acuerdo, que se firmará en 1856.
  Dice el tratado:

  Azul, 25 de octubre de 1856
 “Convención de paz ajustada entre el Estado de Buenos Aires y el cacique mayor de las tribus del sud Don Juan y su segundo Don Juan Manuel Cachul.
 El General Don Juan Manuel Escalada, jefe del ejército de la Frontera Sud, suficientemente autorizado por el Gobierno del Estado, y el cacique mayor D. Juan Catriel y su segundo D. Juan Manuel Cachul, por si, y a nombre de sus respectivas tribus, con el objeto de poner término a la guerra y regularizar para lo sucesivo las condiciones de existencia y comercio: han estipulado la presente convención de paz”:
Art 1º “Queda establecida paz y amistad permanente entre el Estado de Buenos Aires y el cacique mayor de las tribus del sud Don Juan Catriel y su segundo Don Juan Manuel Cachul”.
Art 2º “Las tribus de estos caciques, con la venia y consentimiento del gobierno se establecerán al oeste del arroyo Tapalqué, en un área de veinte leguas de frente y veinte de fondo, cuyos límites se fijarán por el ingeniero del ejército, si es posible que sean naturales, y con asistencia de ellos; los cuales el general en jefe, se los dará en propiedad a las mencionadas tribus; para que vivan allí pacíficamente ejerciendo su industria y cultivando la tierra para su sustento”.
Art 3º “El General en jefe del Ejército, Gral. Don Manuel Escalada, les proporcionará los medios necesarios de la suscripción, que el pueblo de la capital y los de la campaña han levantado a favor de la paz y libertad de las cautivas, para que con ellos edifiquen sus casas habitaciones, el cacique Mayor D. Juan Catriel y su segundo Don Juan Manuel Cachul y algunos otros caciques menores, y además por una sola vez, les dará arados y semilla para que hagan cultivar la tierra en su beneficio”.
Art 4º “El Gobierno del estado, a fin de proporcionarles los medios de subsistencia, les dará cada tres meses los artículos siguientes 1250 libras yerba, 600 de azúcar, 500 varas tabaco, 500 cuadernillos papel, 2000 libras fariña, 200 frascos aguardiente, 80 id. de vino, 72 botellas de ginebra, 72 id. vino Burdeos, 2 carretadas de maíz y 200 yeguas”.
Art 5º “El Gobierno del Estado permitirá a estas tribus, una vez establecidas en aquel punto, hacer boleadas en el campo que ocupen para su comercio de peletería  reglamentando la operación a fin de no causar perjuicios a los colindantes”. 
Art 6º "Por un acto de benevolencia, el Gobierno concede espontáneamente al cacique mayor D. Juan Catriel el título de general y cacique superior de las tribus del sud, con el uso de charreteras de coronel y de una banda punzó con borlas de oro, correspondiente a ese título; y al cacique Juan Manuel Cachul, su segundo, el uso de charreteras de teniente coronel y de una banda punzó con borlas del mismo color, asignándole al primero 1500 pesos mensuales, y al segundo 1000 pesos mensuales”.
Art 7º “Queda establecido el comercio entre el Estado de Buenos Aires y las tribus del general y cacique superior Don Juan Catriel y su segundo D. Juan Manuel Cachul con sujeciones policiales y bajo el conocimiento de las autoridades de la frontera”.
Art 8º “Los indios de estas tribus podrán conchabarse libremente en las estancias y demás establecimientos del estado de toda clase, llevando permiso escrito de sus respectivas autoridades el cuál será visado por las de la frontera”.
Art 9º “Los hijos del Gral. Cacique superior Don Juan Catriel y de su segundo Don Juan Manuel Cachul, y demás caciques menores, podrán ser educados en las escuelas del estado, establecidas en el Azul y en la capital, bajo la protección y auxilio del Gobierno.
Art 10º “Cuando el Gobierno crea oportuno, establecerá una capilla cerca de las tribus, servida de uno o más sacerdotes, para que los indios cristianos puedan disfrutar de los beneficios de la religión y adoptarla  otros, constituyendo así a su mejora moral”.
Art 11º “En los casos en que, algunas otras tribus del desierto  suscitasen guerra al Estado de Buenos Aires, el general cacique superior Don Juan Catriel y su segundo Don Juan Manuel Cachul prestarán al gobierno la cooperación de todas sus fuerzas para castigar a los invasores, operando bajo sus órdenes”.
Art 12º “Cuando esas invasiones fuesen para hostilizar a las tribus del general cacique superior Don Juan Catriel, y de su segundo Don Juan Manuel Cachul, el Gobierno les  prestará los auxilios necesarios para su defensa
Art 13º “Si la tranquilidad interior del estado fuese perturbada por cualquier causa, el general cacique superior Don Juan Catriel y su segundo Don Juan Manuel Cachul, prestarán al gobierno los servicios que le demandare para la seguridad de la frontera contra invasiones de otras indiadas  que pudieran tener lugar, obedeciendo sus órdenes”.
Art 14º “Si algunos desertores del Ejército o criminales se refugiasen en las tribus del general cacique superior Don Juan Catriel o de su segundo Don Juan Manuel Cachul estos los entregarán inmediatamente al general en jefe del Ejército o a quien el Gobierno  ordenare”.
Art 15º “El general y cacique superior Don Juan Catriel y su segundo Don Juan Manuel Cachul, cuidarán de que los indios de su dependencia no entren a robar a las estancias del estado ni cometan crímenes de otra clase, castigando a los perpetradores que se refugiasen en su campo, y los que fuesen aprehendidos por las autoridades territoriales, serán castigados por estas con arreglo a las leyes vigentes”.
Art 16º “El general en jefe de la Frontera del Sud, por un acto de liberalidad dará a Don Francisco Alonzo la cantidad de 8000 pesos moneda corriente de la suscripción destinada a las cautivas, para que atienda a los sacrificios que ha hecho para el rescate de su familia, los cuales les serán entregados luego de verificado el canje de esta convención”.
Art 17º “En los casos imprevistos en que puedan resultar dudas sobre la inteligencia de los artículos de la presente convención, el general cacique superior Don Juan Catriel y su segundo Don Juan Manuel Cachul, se dirigirán al gobierno para que las resuelva pacíficamente en el sentido de la paz y amistad que debe conservarse”.
Art 18º “El general cacique superior Don Juan Catriel y su segundo Don juan Manuel Cachul, se comprometen bajo la lealtad de su palabra a observar y cumplir fielmente todo lo estipulado en esta convención y a no recurrir jamás a las armas para hostilizar al estado; y el Gobierno por su parte les ofrece respeto y garantía a sus personas y propiedades”.
Art 19º “Todos los beneficios de títulos, tierras, auxilios y protección que el Gobierno espontáneamente les acuerda a los mencionados caciques y sus tribus, cesarán en el momento que faltasen a la lealtad de su palabra, violando la presente convención dejando de cumplir fielmente cuanto ella estipula”.
Art 20º “La presente convención será firmada por el general en Jefe del Ejército, por el general cacique superior Don Juan Catriel y su segundo Don Juan Manuel Cachul, por los jefes del ejército y ayudantes de campo del general, por las autoridades del pueblo del Azul y ciudadanos que en comisión han tenido parte en este arreglo, por los caciques menores e intérpretes que han servido al efecto”.
Art 21º “El canje de este convenio, después de sometida a la aprobación y ratificación del Gobierno, se hará en este pueblo dentro del término de treinta días”.
“En fe de lo cual firmamos dos ejemplares de un mismo tenor, en el mencionado pueblo del Azul, a los veinte y cinco días del mes de octubre del año del Señor de mil ochocientos cincuenta y seis.
“Nota. Siguen las firmas de todos los mencionados en el artículo 20”.

 Es así como el Gobierno les reconoció a los catrieleros derechos sobre veinte leguas cuadradas (unas 54.000 ha) situadas al oeste del arroyo Tapalqué, cuyos límites debían ser establecidos más adelante. Sin embargo, los límites nunca se fijaron porque existió siempre un desacuerdo entre el Gobierno y los caciques sobre la localización de las tierras. El acuerdo de 1856 también incluyó el otorgamiento de terrenos cerca de la zona urbana de Azul para los indígenas. Para tal fin, el coronel Escalada compró a la Corporación Municipal de Azul tierras situadas al oeste del arroyo Azul, que fueron distribuidas en cien solares entre los indios que allí quisieran instalarse. Esta zona fue poblada mayoritariamente por integrantes del cacique Maicá, y fue denominada Villa Fidelidad.
 Pese a la firma del tratado no se terminaron los malones en la provincia. El conflicto entre la Provincia y la Confederación contribuía a la inseguridad de la frontera. Calfulcurá, molesto con Catriel, le servía a Urquiza con sus incursiones a poblados bonaerenses.   
 El triunfo en Pavón de Buenos Aires contra la Confederación, el 17 de septiembre de 1861, y el haber asumido Mitre a la Presidencia de la Nación en 1862, trajo una relativa calma en la frontera y la prosecución del proyecto de extender la frontera ocupando la zona donde hoy se encuentra Olavarría.     
 Para tal fin, Mitre encomendó a Ignacio Rivas, que había sido designado jefe de la Frontera Sud en 1858, y que también ya había expresado tener la misma idea, a que iniciara tratativas con el cacique Catriel.  El 16 de septiembre de 1863, Rivas tiene una  entrevista con Catriel, y en una carta a Mitre,  le cuenta:
  "Hoy he tenido una entrevista con Catriel, y creo ha quedado muy satisfecho; dentro de pocos días vendrá a ésta y entonces le hablaré sobre el proyecto de la nueva línea de fronteras. Los indios amigos están dispuestos a trasladarse a donde forme yo mi campamento, con las siguientes condiciones: que se le dará a cada cacique una suerte de estancia en propiedad, para ocuparla con sus indios, y a más piden que el Gobierno les regale (esto sin obligación) un número de vacas para ellos criar y tomar así más arraigo en el terreno que van a ocupar comprometiéndose a cuidar la frontera y marchar donde ordene el Gobierno, no siendo contra cristianos. Si pudiéramos conseguir de Catriel lo mismo, aunque sea dándole alguna gratificación por el magnífico campo que ocupa, daríamos un gran desahogo a la frontera y se asegurarían los valiosos intereses que encierra; le suplico se sirva contestarme sobre este punto tan luego le sea posible, para arreglar mi procedimiento con ellos (7).

  El 30 de setiembre  de 1863,  Rivas tiene el encuentro con  Catriel y le comentaría del proyecto de una nueva línea de fronteras en una cuenta a Mitre:
  En mi anterior le decía que esperaba a Catriel para hablarle sobre la idea de hacerlo pasar al otro lado de Tapalqué; hoy hablé con él sobre el particular, y con sorpresa he notado que está dispuesto, mediante una gratificación por los campos que ocupa; es preciso que usted note que los indios, y muy principalmente Catriel, creen que los campos que ocupan son suyos, porque en ellos nació y han nacido sus hijos. Por esta razón es preciso para conseguir lo que desea el Gobierno, darle alguna buena remuneración. Pasado mañana tengo un parlamento general con todos los caciques de Ca­triel, sobre el asunto, y espero los convenceré de la conveniencia que hay para ellos en esta medida (8).

  Concretada  la reunión, pese a la oposición de Catriel y los suyos de mudarse a otro lugar, Rivas conseguiría que éstos le dejaran instalar un campamento en el Tapalqué, y en carta a Mitre del 16 de octubre de 1863, le comentaría de la nueva situación:

   Del parlamento que tuve en ésta con Catriel y sus caciques, resultó una gran oposición, sobre todo en estos últimos, a la idea de mudarse de donde están, y me ha suplicado Catriel me interese con usted para que los deje donde están, y que yo salga a situarme con la fuerza donde usted disponga. Como se concibe fácilmente, esto es un bien que jamás me figuré conseguirlo, pues me sitúo a espaldas de ellos y los tengo a la mano para cualquier momento preciso. Así, pues, yo no creo sea un obstáculo para cercar la frontera la permanencia de Catriel donde está, aunque a muchos hacendados fronterizos no les agrade esto; pero como para esto creo se debe consultar los intereses de la mayoría, con situarme en Tapalqué (Nuevo) se da una gran extensión y desahogo a la mayoría de hacendados (9).
  Creemos, que lo solicitado por los caciques no fue aceptado en su totalidad por el Gobierno, porque  finalizando Rivas  los preparativos para trasladarse al lugar donde se instalaría el campamento, le llegaron noticias de una posible invasión y se produjeron una gran cantidad de robos a los establecimientos de la  frontera. Ante esta grave situación, a Rivas se le ocurrió debilitar a la tribu  provocando un enfrentamiento entre Catriel y Chipitruz. Para realizar esta tarea contaba con el coronel Ocampo y la complicidad del cacique Chipitruz. En un ataque coordinado a la tribu de Catriel,  los indios de Chipitruz se dedicaron a  saquear las tolderías complicando las acciones y las comunicaciones entre Ocampo y Rivas sobre el resultado del ataque llevado a cabo. El atraso en llegar el parte de los acontecimientos a  Rivas, salvó a la tribu de Catriel de una masacre. En una carta al presidente Mitre, el 1 de diciembre de 1863, Rivas le informaría   de esta operación lo siguiente:  " La conducta escandalosa que de diez días a esta parte usaban algunos de sus capitanes, me pusieron en el caso de hacer la operación más difícil que se haya practicado en la frontera, cual es hacerlos pelear unos con otros. Ahora sí que puede usted descansar sobre la seguridad de esta frontera, pues tiene quinientos indios decididos  ( los indios de Chipitruz) ". Se continuaba con la  política de que sólo los indios podían tener éxito sobre los indios. 
El coronel Ignacio Rivas, como jefe de la Frontera Sur, tuvo una relación conflictiva con el cacique Juan "Segundo" Catriel. Lo acusaba de permitir que sus indios robaran, y para defenderse Juan Catriel de esa acusación, le escribiría a Mitre el 15 de marzo de 1863: "Yo estoy convencido que nos son tantos los robos que hacen mis indios, son los de Lucio y Cachul, que roban también y todos los cargos van sobre los indios que me pertenecen".
Rivas proponía realizar acciones drásticas para terminar, según él, con los problemas que provocaban los catrieleros. La medida inicial fue dividirlos, realizando un convenio con el cacique Lucio, para separarlo de la tribu de Catriel. Así, en carta a Mitre, del 14 de marzo de 1863, Rivas le decía: "...con el convenio celebrado con Lucio y sus indios, Catriel ha empezado a ceder y pronto concluirá el entredicho que sin motivo ha existido.."
Catriel había solicitado que el Gobierno pusiera a Lucio y al resto de los caciques bajo sus órdenes, pero Rivas sostenía que “no conviene por ningún modo, porque divididos los domino mejor y porque con una fracción impongo a la otra en caso necesario”.
El 9 y 16 de diciembre de 1863, en cartas a Mitre, Rivas le solicitaba autorización para realizar acciones conjuntas con el comandante Machado, en contra de Catriel y su tribu. El presidente Mitre siempre se manifestó contrario a las propuestas de Rivas, por eso, el 9 de enero de 1864, Rivas le escribe:
"Sus favorecidas del 16 y 21 de ppdo, me han hecho desistir de la idea..." " Machado ya había hecho una marcha de veinte leguas y tuvo que regresar; así es que si demora dos días más su carta, el golpe se habría dado y el país tendría quinientos perros rabiosos menos." (...) "Mi marcha a Tapalqué se retarda con la situación de estos indios, porque temo que Catriel, tan luego sepa me muevo, es muy probable que apriete el gorro, y entonces sea peor, pues se irán sin antes darles un buen golpe; yo no he querido realizar mi marcha sin saber antes su parecer en vista a lo que me expongo" .
Y el 22 de enero de 1864, en otra carta, Rivas le reiteraba a Mitre que lamentaba mucho no haberle autorizado su plan, de esta forma:
“Cada día se siente más la necesidad de dar más extensión a esta frontera, porque están muy oprimidas las haciendas y se sufre doble por la horrible seca que se siente ; por todas estas consideraciones es que quiero moverme cuanto antes, y en caso Catriel quiera meterse a loco, no dude que le sentaré el juicio.
Las poderosas razones que usted ha tenido para negarse a mi deseo de exterminar estos indios, y que se sirve indicar en su favorecida del 14 de éste, las respeto y las obedezco, pero no me convencen, porque yo soy de los que piensan que para exterminar indios todos los medios son buenos, y el que yo iba a emplear, mejor, porque hubieran muerto muchos de una y otra parte, y por consiguiente todo sería ganancia. Por la misma razón que el país no está para atender como se debe a una guerra con los indios, es que creo es mejor matarlos, y así no habría más que pensar en ellos, y no encuentro ningún inconveniente tampoco, porque después de concluido Catriel, marcharé con una columna de novecientos hombres sobre Calfucurá, y darle una magnifica sableada...." (10)
Mencionamos anteriormente de la relación conflictiva que existió entre Rivas y Juan " Segundo" Catriel, no fue así con su hijo Cipriano, su sucesor, con quien cultivó una muy buena relación.
El 15 de agosto de 1871, Rivas le escribía al ministro Gainza sobre Catriel: "En todas estas operaciones he sido segundado de la manera más abierta y eficaz por Catriel, quien cuenta con excelentes medios de movilidad. Su contingente es activo y perfectamente decidido en favor del gobierno; y creo que es de suma conveniencia conservarlo, mucho más cuando su obediencia y respeto a nuestras instituciones no dejan algo que desear".

La estrecha relación que unía a Cipriano y al comandante Rivas hacía que este último defendiera al cacique en determinadas situaciones, al punto de provocarle algún reproche del gobierno. Por ejemplo, en 1872, el ministro Martín de Gainza le escribía a Rivas: “nunca he tenido confianza en ningún Indio y aunque Ud. este enamorado de Catriel, para mí siempre será un Indio, es decir, falso y [...] traidor..”

El 22 de enero de 1864, el comandante Ignacio Rivas solicitó autorización al Ministro de Guerra y Marina de la Nación, el general Juan A. Gelly y Obes, para trasladar la Comandancia a orillas del arroyo Tapalqué y establecer cuarteles permanentes; consideraba este lugar un punto estratégico en la defensa de la frontera.
El traslado del campamento militar fue autorizado. La avanzada de las fuerzas de frontera a orillas del arroyo Tapalqué situaría a éstas a retaguardia de la tribu del cacique Catriel, cuyas tolderías se levantaban entre Azul y el arroyo Tapalqué, en el paraje conocido como Nievas.
El 12 de diciembre de 1864, Ignacio Rivas, como jefe de la Frontera Sur, realizó la ocupación de los campos sobre la margen derecha del arroyo.
La Frontera Sur de la provincia, al mando de Ignacio Rivas, tenía una extensión de 46 leguas, desde el Fuerte Esperanza hasta el de Resistencia. La Frontera Costa Sur al mando de Benito Machado tenía una extensión de 42 leguas, desde Resistencia hasta Arroyo Seco.
Una carta enviada por Ignacio Rivas al Presidente, por ese entonces el brigadier general Bartolomé Mitre, fechada el 15 de diciembre de 1864, daba noticias de su instalación en el Tapalqué a seis leguas a retaguardia de la tribu de Catriel.


Excmo. Señor Presidente de la República, Brigadier General D. Bartolomé Mitre.

Mí querido señor Presidente y amigo:


Hace tres días que ocupo este campo, que no ha dejado de traer a mi memoria recuerdos bien tristes; pero al venir a ocu­parlo nuevamente, y sin los elementos que jefes muy experimentados trajeron, lo he hecho con la convicción que no me ha de suceder lo mismo; al menos he de hacer cuanto humanamente se pueda para que no suceda. El paraje es aparente para un pueblo, y si se consiguiera que el Gobierno provincial lo decretase, estoy cierto que antes de un año estaría poblado, por el interés de los magníficos campos que tiene, y aguadas permanentes; y así encararíamos a Catriel, de modo que sin sentirlo se reduciría a vivir como la gente.
De muy poco servirán a Machado los ochenta legionarios que voy a mandarle por orden del señor Ministro, porque no son hombres de a caballo, como se precisan para estos casos, también a mí me hacen una falta notabilísima por la posición que ocupo, porque estoy a seis leguas a retaguardia de Catriel, y si sufriera algún contraste es de seguro que no dejaría de aprovecharlo; no quiero recargar mucho la pintura de mi posición, porque usted creería que estoy desmoralizado. Puedo asegurarle que no lo estoy y si no, tiempo al tiempo, por cuya razón me limito sólo a indicarle los males que puede traer el debilitar esta División, que se encuentra peor colocada por todas las demás fuerzas de
la Provincia.

El mismo Rivas, el 1 de enero de 1865, le contaría en otra carta al presidente Mitre: “Nada notable ocurre por esta frontera, después de mi última. Creo que Catriel y sus indios se acostumbrarán a vernos a sus espaldas y se conformarán”(11).
Pero se acercaba la guerra con el Paraguay y el destino no le deparaba al teniente coronel Ignacio Rivas concretar la fundación del pueblo; el llamado a participar en la contienda lo alejó por un tiempo de estas tierras.

Fundación del pueblo de Olavarría
A principios de 1866, el teniente coronel Álvaro Barros fue nombrado jefe de la Frontera Sud. El 3 de febrero de 1866, llegó Barros al Azul y el 7 se trasladó al campamento instalado sobre las puntas del arroyo Tapalqué, para tomar el mando de la tropa. Con su llegada comenzaron nuevas obras de defensa. En la margen derecha del arroyo Tapalqué, donde se encontraba el campamento, “hizo construir un campo fortificado, en cuyo interior se levantaban cinco grandes cuadras de 50 varas de largo por 5 de ancho cada una, para alojamiento de la tropa, hospital, comandancia, depósito de armas y vestuarios, etc.”
Nos cuenta Antonino Salvadores: “Trasladado al Azul, Barros fortificó el campamento situado sobre el Tapalqué e inició gestiones tendientes a obtener la fundación de un pueblo sobre las márgenes del arroyo, o sea en el mismo lugar indicado por Rivas”, y continúa más adelante, “Aunque la idea de fundar un pueblo en ese lugar no le pertenezca exclusivamente, puesto que igual proyecto tenía Ignacio Rivas, no puede desconocerse que la fundación de Olavarría se le debe enteramente, porque fue él quien estableció las bases del nuevo pueblo y realizó personalmente la distribución de los primeros solares mucho antes de que la fundación del pueblo fuese legalizada por decreto, logrando también con igual acto, lo que Ignacio Rivas no había podido llevar a feliz término”(12).
El 14 de abril de 1866, Álvaro Barros le propuso por escrito al Ministro de Estado de Guerra y Marina de la República, el Sr. Julián Martínez, la conveniencia y necesidad de formar allí un pueblo: “para ello bastará solo la resolución competente, y que se mande un agrimensor para trazarlo, o se me trasmitan las instrucciones para hacerlo yo mismo. Concediendo gratis la propiedad de solares, en breve tiempo habrá allí una población considerable; tanto porque la presencia de la tropa da vida y movimiento al comercio, como por las ventajosas condiciones del local. En consecuencia, me permito proponer a V. E. la formación del Pueblo en el punto indicado, esperando que se servirá prestarme su aprobación.
El 25 de octubre de 1866, Barros le escribió al ministro de gobierno de la Provincia, el Dr. Nicolás Avellaneda, informándole que contaba con la autorización del Gobierno nacional para solicitar a la provincia un decreto para la formación de un pueblo en las puntas del arroyo Tapalqué, donde estaban situadas las fuerzas que guarnecían la Frontera Sud.
Para justificar la solicitud, la cual habría de ser elevada al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Dr. Adolfo Alsina, expresa en la carta lo siguiente:
“La fundación de los pueblos es el medio más seguro de defensa de nuestra extensa Frontera y la presencia de las fuerzas facilita su pronta formación. El paraje que he mencionado tiene todas las conveniencias, y ya hay cuatro manzanas pobladas por vivanderos y vecinos del campamento. Muchos hay dispuestos a ir a aumentar aquella población, y solo esperan que el Gobierno la decrete concediendo en propiedad los solares y quintas a los pobladores”.
De la lectura de la carta surge con claridad la existencia del pueblo desde 1866, aunque el decreto que legalizó la fundación sea de fecha posterior.
Para el historiador Antonino Salvadores no debe dudarse que la elección de la fecha fue hecha para conmemorar las efemérides. Él dice: “Esa fecha, no debe ser otra que aquella en que Álvaro Barros se trasladó a las márgenes del arroyo para construir un campo fortificado en el lugar que ocupaba el campamento y dar comienzo a la fundación de un pueblo, o sea el 7 de febrero de 1866” (13).
El informe del Departamento Topográfico se expidió favorablemente, por considerar que la fundación de un pueblo contribuiría eficazmente a la defensa de la frontera y aseguraría el contacto entre las Fronteras Sud y Costa Sud, siempre que no se apropiaran terrenos pertenecientes al Azul.
Por tal motivo se permitió indicar que el lugar de la fundación del nuevo pueblo debería hacerse en el paraje denominado “El Perdido”, distante seis leguas del lugar indicado por Álvaro Barros; porque situando el pueblo en ese lugar quedarían a salvo las tierras destinadas al reparto de los pobladores del Azul.

Buenos Aires, Noviembre 25 de 1867.CONSIDERANDO:
1º- Que las medidas administrativas deben fomentar el establecimiento de pueblos nuevos en aquellos parajes donde la afluencia espontánea de la población ha venido a demostrar tanto su conveniencia como la posibilidad de imprimirle un pronto desarrollo; y que esta consideración es todavía más atendible cuando estos pueblo pueden servir por su colocación para fortalecer la defensa de la línea de frontera. 2º- Que estas circunstancias se encuentran reunidas respecto a la población establecida en el lugar denominado " Puntas del Arroyo Tapalqué" ( Partido de Azul ) y que ocupa más de cuatro manzanas con sus habitantes, según informes repetidos del Jefe Militar de esta parte de la frontera. 3º- Que la ley 8 de Octubre 1862, autorizó al Gobierno para distribuir gratuitamente a los pobladores la cuarta parte de los terrenos de los Ejidos en los pueblos fronterizos. Por estas razones, el Gobierno ha resuelto: Artículo 1º- Decretase la formación de un pueblo que llevará la denominación de “Olavarría” en el paraje llamado “Puntas del Arroyo Tapalqué”. Artículo 2º-El Departamento Topográfico enviará uno de los oficiales, para que practique la traza del nuevo Pueblo con sujeción a las disposiciones vigentes y a las instrucciones del mismo Departamento; y debiendo dejar completamente a salvo las suertes destinadas a los pobladores del Azul. Artículo 3º- Nombrase una comisión compuesta del Jefe Militar de la Frontera, el Juez de Paz del partido y el comandante Don Máximo Gómez, bajo la presidencia del primero, cuyas atribuciones son: 1º- Hacer el reparto de los solares a los pobladores bajo las condiciones contenidas en el decreto del 19 de enero de 1825. Cada concesión de un solar se acreditará con un boleto y éste será enviado por la Comisión al Gobierno siempre que el interesado hubiere llenado las condiciones de población, para que se le otorgue el título gratuitamente de propiedad. 2º- Distribuir entre los pobladores la cuarta parte de las chacras, distintas, comprendidas dentro del Ejido. Cada concesión de una chacra o quinta se acreditará igualmente con un boleto, debiendo el que lo hubiera obtenido, poblar y cultivar el terreno dentro del término de dos años. Una vez llenadas las condiciones de población, la Comisión enviará al Gobierno los boletos con los certificados de hallarse aquellos cumplidos, para que se otorgue gratuitamente a los pobladores la escritura de propiedad.
Art. 4- Comuníquese a quienes corresponda, publíquese e insértese en el Registro Oficial
Adolfo Alsina Nicolás Avellaneda
En conocimiento Álvaro Barros del informe producido por el Departamento Topográfico, que proponía otro lugar para la formación del pueblo, se dirigió al ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, el Dr. Nicolás Avellaneda, el 30 de mayo de 1868, y explicó la situación:
“El Pueblo ( Tapalqué Nuevo) sobre las puntas del Tapalqué se ha intentado formar en el año 55 (1855), y fue abandonado a consecuencia de los acontecimientos que el Ejército de la Frontera, sufrió en aquella época”; “(…) y hoy puedo asegurar a VE. que el Pueblo está levantado; consta de diez manzanas de cien varas, divididas en cuatro solares cada una; todos poblados y cercados importando algunos de ellos solo en población, más de treinta mil pesos, con establecimientos de negocio de más de doscientos mil pesos de capital. Los fundadores del pueblo de Olavarría han sido pobres vivanderos del campamento, que exponiendo sus personas y sus escasos capitales, han adelantado allí, donde creyeron adquirir una propiedad para seguir vendiendo sus efectos a la tropa.
El Perdido dista seis leguas del Campamento, y no hay vecindario suficiente para consumir los efectos de una pobre taberna” (…) “El Pueblo hoy levantado en las nacientes del arroyo Tapalqué, solo pide al Gobierno de la Provincia el área de tierra en que descansan sus cimientos, y quince mil pesos para costear su mensura; el exceso de gastos lo costearán sus pobladores”. “Lo único que puede oponerse a la consumación de esta obra casi realizada, son tal vez mezquinos intereses particulares que se oponen”, -se refería Barros a que el Departamento Topográfico fundaba su disposición en que los campos habían sido destinados para estancias de Azul-. Por eso, seguidamente esgrime: “Es más importante para la campaña un Pueblo, que diez suertes de Estancias;...”

Mapa de Olavarría donde se observa el campamento y las diez manzanas divididas en cuatro solares cada una, que menciona A. Barros en la carta. Copia del Archivo Histórico de la Provincia, Sección Ministerio de Gobierno, Año 1868. Expediente número 918.





Los propietarios de los lotes -cuatro por manzana- eran: Vicente Bahía, Juana Silva, Santiago Tejeda, Alejandro Tejeda, Teodoro Díaz Gómez, Cecilio Sayavedra, Adolfo Puebla, Francisco Arias, José Taborda, Tadeo Frogon, Lorenzo Unzuaga, Juan Quinteros, José Soria, José Escarpellini, Gerónimo Gartlan, Bernardo Péres, Javier Corvalan, Jorge Green, Enrique Eastruan, Gerónima Mendoza, León Le Monier, Anastacio Silva, Joaquín Pourtalé, Álvaro Barros (2 lotes), Javier Calderón, Arminda Anchorena, N. Chamorro, Manuel Fernández, Pedro Lasser, Luis López, Delfino Pintos, Alejandro Amaya, Emilio Costas, Norverto (sic) Quiroga, José M. Vila, Juan Giles y José María Triaca. 

En la respuesta de Álvaro Barros se confirma que el Departamento Topográfico tomaba en cuenta la oposición de algunos pobladores de Azul o de la Corporación de Azul, quienes temían que la fundación de un pueblo -donde él quería- cercenaría tierras destinadas a suertes de estancias.
El 30 de junio de 1868, una nota del Departamento Topográfico al Ejecutivo en respuesta a la queja de Álvaro Barros por el informe del 17 de junio de 1868, decía: “El Departamento dijo en su informe anterior que no verá otro inconveniente que el que pusieran las suertes del Azul, el que se salvaría fácilmente ubicando el Pueblo en el terreno siguiente  (se refiere al Perdido)” (…) “Esto es lo que ha pasado; sin que hayan mediado intereses mezquinos que le ocurre suponer al comandante Barros” (…) “V. E. puede, pues, resolver si esas suertes del Azul, no medidas hasta hoy, pero si reclamadas por los pobladores son un obstáculo para la fundación de un nuevo Pueblo, a cuyo fin podría oír con preferencia el parecer del señor Fiscal del Estado.”.
La ley Nº 179 del 16 de octubre de 1857, había resuelto cuestiones de dominio de tierras fiscales. El Art. 2º decía: El Gobierno otorgará título de propiedad hasta una suerte de estancia por persona de los pobladores de frontera a quienes se les prometió por decreto de 19 de setiembre de 1829.
El decreto de 1829 en su Art. 1º establecía: Los vecinos de la campaña, hijos de provincia, y los avecindados en ella, naturales de la República, que quieran establecerse en la nueva línea de Frontera en el arroyo Azul y campos fronterizos de la pertenencia del Estado, recibirán en propiedad una suerte de estancia de la extensión de media legua de frente y legua y media de fondo. Por su parte, el Art. 2º establecía las condiciones para acceder al beneficio.
La divergencia -en cuanto a la ubicación del nuevo pueblo a fundarse- parece que no afectaba las relaciones entre los pueblos vecinos, porque meses después, los pobladores de ambos lugares se unieron en defensa del campamento, elevando al Gobierno sendas notas para que se deje sin efecto el traslado de la Comandancia y de casi la totalidad de la fuerza militar instalada a la laguna Blanca Grande, considerando que el retiro de las fuerzas dejaría por completo abandonado el incipiente pueblo de Olavarría, y por consiguiente expuesto los dos pueblos a ser atacados por los indios.
El 23 de julio de 1868 el Ejecutivo provincial ratificó el decreto fundacional de Olavarría del 25 de noviembre, dejando de lado el informe del Departamento Topográfico del 17 de junio. Aceptó el lugar propuesto por Álvaro Barros y resolvió nombrar al ingeniero Juan F. Czetz para el trazado. Además,  la redacción del decreto en el art.4, confirma nuestra presunción de las presiones ejercidas por los beneficiarios de suertes de estancias para que sean tenidos en cuenta.
                                                                
Decreto del 23 de julio de 1868   
Visto lo expuesto por el Comandante Don Álvaro Barros, lo informado por el Departamento de Ingenieros en 17 de junio ppdo. y atendiendo a que el pueblo proyectado en las nacientes del arroyo Tapalqué, se encuentra a diez leguas del Azul en la línea de frontera, en el cual debe procurarse  la mayor cercanía posible de los centros de población, como garantía de su  defensa, y considerando, por otra parte, que existen en el paraje indicado por aquel jefe, diez manzanas poblada y divididas en solares: Por estas razones el Gobierno resuelve: ART. 1º. Queda subsiguiente lo dispuesto por los artículos 1º y 3º del decreto del 25 de Noviembre de 1867, que obra en este expediente relativo a la formación de un nuevo pueblo en las puertas del arroyo Tapalqué con el nombre de Olavarría. ART. 2º. Nómbrese para levantar la traza de dicho pueblo al ingeniero D. Juan F. Czetz propuesto últimamente al efecto del reemplazo del agrimensor D. Juan Coquet debiendo dejar a salvo, en lo posible, las suertes de los pobladores del Azul. ART.3. Se acuerda la suma de quince mil pesos moneda corriente, que se solicitan para agradar a los gastos que demande aquella operación. ART.4. Los propietarios cuyas suertes fueran comprendidas en la traza mencionada podrán entablar reclamo ante el Gobierno. ART. 5. Comuníquese a quien corresponda, publíquese e insértese en el Registro Oficial
                                                                                                                                                Adolfo Alsina                       Juan Miguel Núñez      
  De acuerdo al informe presentado por Czetz, el 30 de julio se inició la mensura; el trazado comprendía 96 manzanas de 86,6 metros de lado, incluyendo el campamento, y un espacio libre de cuatro manzanas reservado para los edificios públicos y la plaza central. Se contempló también la necesidad de obtener una simetría conveniente, para desaparecer las irregularidades que engendraba el curso del arroyo.
“La presencia del agrimensor (en Olavarría), fue aprovechada también para proyectar la construcción de una iglesia. El 30 de octubre elevó Barros el proyecto de Czetz, que fue aprobado el 29 de enero de 1869, con previas modificaciones por el Departamento Topográfico para darle mayor amplitud. Inmediatamente se llamó a licitación ( para la construcción de una iglesia), pero pasaron varios años antes de que se iniciase la construcción” (14). El proyecto de la iglesia presentado fue modificado y el plano para la construcción lleva la firma de Pedro Benoit.
Finalmente la mensura fue desaprobada por el Departamento Topográfico, por no haberse respetado la distribución de chacras y quintas que establecía el decreto del 1 de septiembre de 1862, y se le ordenó que la rectificase a su costa. Pero la orden no pudo ser cumplida por el coronel de ingenieros Juan Czetz, porque al año siguiente, por encargo del ministro de Guerra y Marina, el coronel Martín de Gainza, estuvo ocupado en un proyecto de rectificación de los puntos estratégicos de la frontera. El informe presentado por Czetz al gobierno para delinear la nueva frontera, aconsejaba el traslado de la Comandancia situada en Olavarría al fuerte de la laguna Blanca Grande.
Durante su desempeño como comandante de la Frontera Sud las desinteligencias de Barros con el Gobierno nacional y el provincial se fueron agravando. A tal punto que, el 20 de mayo de 1869, el ministro Gainza le comunicó su separación del cargo y su reemplazo por el coronel Francisco Borges. A su llegada, Barros había llamado la atención al gobierno del mal estado de las fuerzas en la Frontera Sud, de la falta de pago de los sueldos a los soldados y de las irregularidades que cometían en la frontera los comerciantes. Él dice: “Me recibí del mando de esta frontera, cuya entrega me hizo el coronel Machado (…) y se verificó (el inventario), resultando que solo existían 365 caballos y figuraban 800; y 339 soldados figurando cerca de 900 la última revista.”
“En cumplimiento de mi deber y dejando a salvo mi responsabilidad, envié al Gobierno los inventarios y recibos” (…) “Dos meses después el Comisario D. Federico Oromí fue a pagar dos meses atrasados a la guarnición y resultó un sobrante de 325.000 ps. procedente de las plazas supuestas que antes figuraban, y que fueron devueltas al tesoro” (15).
Se quejaba Barros que el sistema de proveedurías establecido, los comerciantes inescrupulosos y la falta de controles autorizaban fraudes de todo género, situación que llevó a los indios a cometer robos para lucrar con sus frutos.
“A fines de 1868, a raíz de algunos escándalos producidos en el pueblo (Azul) con motivo de continuos robos de hacienda que realizaban indios amigos, dando origen a un comercio delictuoso en que se encontraban complicados comerciantes y autoridades, elevó un informe con graves imputaciones, afirmando con tal motivo que sus empeños para terminar con este tráfico delictuoso había inducido a muchas personas para gestionar su reemplazo por otro jefe que pudieran entenderse”(16).
Los considerandos de su relevo le fueron explicados por el ministro de gobierno de la Provincia Martín de Gainza, mediante una carta donde le informó que la medida adoptada no había tenido otro objeto que la movilidad de los jefes en destinos militares.
Sobre su remoción de la Frontera Sud, expresa Álvaro Barros: “La causa manifestada era un pretexto fútil, puesto que había jefes de la frontera que tenían dos veces más tiempo de permanencia en sus puestos y no han sido hasta la fecha removidos. Teniendo necesidad manifiesta de ocurrir a una invención para destituir a un jefe, sin menoscabo de su nombre, etc.” (17).
La razón de la medida, asume Barros, fue dictada por la actitud que él mismo tomó cuando reclamó por los veintiséis sueldos adeudados a los soldados, porque el comisario se presentó a pagar solo los haberes de dos sueldos, y porque el Gobierno había considerado que el haber apoyado un reclamo colectivo de los oficiales contra las prescripciones de las ordenanzas militares debía considerarse un acto de rebelión consentido.
Como se ve, Álvaro Barros resultaba un hombre molesto para quienes traficaban y comercializaban con el Ejército y con los indios. La presión ejercida para su destitución debió haber sido muy fuerte. Con su separación perdió nuestra frontera un militar honrado y digno, y Olavarría a un impulsor de su progreso.
A finales de 1869 ya estaba emplazada la Comandancia en el fuerte de la laguna Blanca Grande, a las órdenes de Borges. Ese hecho, como ya mencionamos, fue motivo de intranquilidad para los pobladores del naciente pueblo de Olavarría.
El pueblo pudo conservar para garantizar su seguridad una guarnición de 40 hombres al mando del capitán de guardias nacionales Lucio Florinda. A quien, como veremos más adelante, Álvaro Barros en su libro colmará de conceptos elogiosos por su actuación en defensa del incipiente pueblo de Olavarría.
El traslado de la Comandancia postergó la rectificación de la mensura del pueblo y produjo la desintegración de la Comisión Municipal, quedando como única autoridad civil el alcalde, pues el juez de Paz residía en Azul.



Referencias:
1-COMANDANCIA                                                    7- POLVORÍN
2-HOSPITAL                                                                8-QUINTAS
3-MAESTRANZA                                                        9-CORRALES
4-DEPÓSITOS                                                            
5-SOLDADOS 
6-SOLDADOS 
                                               

 Mientras tantos había inseguridad e intranquilidad en la Frontera Sur. Los pobladores del Azul y sus alrededores se quejaban ante las autoridades por el incremento de robos de ganado llevados a cabo por grupos de indios que respondían a distintos jefes.   Para tratar de solucionar el problema se acordó invitar a todos los caciques y capitanejos, para que de común acuerdo eligieran a un jefe único que pudiera ejercer un mejor control y contención de todos los integrantes de la tribu. En la reunión acordaron elegir como jefe principal al cacique Cipriano Catriel, y como segundo jefe al cacique Calfuquir. 
  Para dejar constancia se firmaron dos convenios de cooperación, los días 9 y 15 de octubre de 1870.
  En representación de la Provincia, el comandante de la Frontera Sur, coronel Francisco De Elía, y por la tribu el cacique Cipriano Catriel.
  Algunas de sus cláusulas son las siguientes:
1º. De conformidad general acordaron los caciques y capitanejos, que se hallaban presentes, nombrar como su jefe principal al cacique Cipriano Catriel. Manifestando todos hallarse conforme; y que los indios que se encontraban independientes a su mando, en lo sucesivo se someterían a la autoridad de dicho cacique, y el que así no lo hiciere no sólo se consideraría rebelde, sino enemigo del Gobierno de la Nación.
2º. Por aclamación general y de acuerdo todos los caciques y capitanejos nombraron como su segundo jefe, al cacique Calfuquir; poniéndolo en ese momento en posesión de su cargo.
3º. Se estipuló de común acuerdo y con la aprobación de todos los Caciques presentes, quienes se prestaron muy gustosos a cooperar a la defensa y resguardo de la frontera, quienes prestarán toda clase de auxilios que esté a su alcance al Jefe de ella cuando los necesite; reconociéndolo como representante del Gobierno Nacional, como también prestarle su cooperación en cualquier eventualidad, pidiendo a su vez el Cacique Catriel al infrascrito su influencia moral y material para someter a aquellos Caciques que con alguna parte de indios desaprobasen conocer que cuenta con la protección del Gobierno, que tienen que obedecerle y respetarle y poder también capturar capitanejos é indios que desde algún tiempo anterior han estado causando graves perjuicios en los intereses fronterizos, como así mismo para repeler cualquier invasión exterior.
4º. Convinieron también que el Cacique Catriel investirá la autoridad de Cacique principal de todos los indios (por corresponderle el derecho de reinado) desde el fallecimiento del padre Juan Catriel; habiendo sido reconocido siempre por tal, a excepción de Manuel Grande, Ramón López, Cachul y Chipitruz, que anteriormente han pertenecido a Calfucurá, pero desde esta fecha quedan bajo las inmediatas órdenes de Catriel, como todos los demás. Y que en cualquier ocurrencia debe entenderse directamente con el Comandante General de frontera, prohibiendo a todos los Caciques hacerlo parcialmente.
5º. De común acuerdo quedó establecido que todos los ladrones capturados serían sometidos a prisión y castigarles según el grado de culpabilidad que se le hallase a cada uno, como también la entrega de todos los desertores que se encontrasen amparados en los toldos de algunos Caciques y Capitanejos.
7º. Que toda vez que la autoridad civil necesitase la cooperación del cacique Catriel a cualquier objeto de servicio se la prestaría inmediatamente muy gustoso; como igualmente si de algún robo sabía la autoridad perpetrado por algún indio, se lo denunciará; que en el acto haría aprehender al autor y lo entregaría al Juez de Paz (que estaba presente) para que le diera el castigo que le corresponda.
“Que en cumplimiento de lo que significan los artículos anteriores se hace seriamente responsable el cacique principal Cipriano Catriel, para la autoridad que representa el infrascripto, contando para esto con el apoyo de sus caciques y capitanejos”.

 En Azul, el 15 de octubre de 1870
“1º. Los indios se comprometen a desarmarse quedando en poder del cacique Catriel las lanzas para armar la indiada cuando el Jefe de la frontera lo crea conveniente.
“2º. En caso de invasión las indiadas amigas operarán en conjunto con las fuerzas de la frontera bajo las órdenes del Jefe de la frontera.

  Poco después, los caciques Chipitruz, Manuel Grande y Calfuquir, descontentos con el cacique Cipriano Catriel, por demorarles la entrega de sueldos y raciones, se sublevan. Y el 3 de mayo de 1871 se enfrentan en Laguna de Burgos (cerca de Azul) a las fuerzas al mando de Celestino Muñoz y Matias Miñana, que contaban con el apoyo de Catriel y sus lanzas. Derrotados y dispersados, la consecuencia para los caciques sería la muerte en la acción del cacique Calfuquir, y el despojo de sus haciendas y sus familias llevadas a los toldos de Catriel. Los caciques Chipitruz y Manuel Grande, junto a algunos integrantes de sus tribus, se presentaron ante el jefe de la Frontera Oeste, coronel Boerr, solicitando protección, siendo en el lugar tomados prisioneros.
  El coronel De  Elía los acusó de rebelión, y el Gobierno de la Provincia dispuso que los caciques  Chipitruz y Manuel Grande, junto algunos a sus partidarios, fueran internados en la isla Martín García. El combate de Laguna de Burgos, considerada por  algunos una maniobra de Cipriano Catriel y el coronel Francisco De Elía, desataría una invasión del cacique Calfulcurá. Comenzaría en Bahía Blanca en junio y agosto  y se extendería  al año siguiente por 25 de Mayo, Alvear y 9 de julio. 
 El 5 de marzo de 1872, Calfucurá responde a lo que él considera una  injusticia presentándose en 25 de Mayo,  en la zona de La Verde, donde vivía con su  tribu el cacique Raninqueo; Calfucurá  hace que levante sus toldos y lo lleva con él.
  Por esta acción le escribe una carta al coronel Boerr, encargado de la frontera oeste : 
La Verde, 5 de marzo de 1872.
 "Señor Coronel:
"Hoy le participo que el día 5 vine a sorprender al caci­que mayor D. Andrés Raninqueo con toda la indiada, así es que me vine con seis mil indios a vengarme por la gran picardía que hicieron con Manuel Grande y Chipitrús y demás capita­nes; en fin, de muchas picardías que han hecho con los solda­dos de Manuel Grande y creo le mandase hacer lo mismo á Raninqueo, y por ese motivo hoy me llevo al cacique Raninqueo porque ustedes no lo vuelvan a hacer con él; así es que por su fuerte no me asomaré y no haré ningún daño en su parte porque somos amigos. No se nos ofrece otra cosa y sólo le pido se aplaca como Gefe lo saluda este su atento servidor.(18)
JUAN CALFUCURÀ.  

  Organizada la represión,  el jefe de la frontera general Rivas avanzó desde Azul al frente de las fuerzas de las fronteras Sur y Costa Sur, en protección del coronel Boerr, que se encontraba en el fortín San Carlos. Y el 8 de marzo de 1872, se produciría un acontecimiento que cambiaría la situación de la frontera. El cacique Juan Calfulcurá, que regresaba a sus tolderías de la zona de Carhué llevando una gran cantidad de vacunos, yeguarizos y unos cuantos cautivos, producto de los malones realizados en  la Provincia, al pasar por las inmediaciones del fortín San Carlos, fue interceptado por las fuerzas comandadas por Ignacio Rivas, Juan Carlos Boerr y Francisco Leyría, con el apoyo de 800 lanceros de las tribu de Catriel y Coliqueo. 
 El combate, al que se le conoce de San Carlos, terminó con una gran derrota para Calfucurá y sus segundos Reuque Curá, Namuncurá y Epumer Rosas, y marcó el inicio de la decadencia de la llamada Confederación Indígena, y el afianzamiento de la conquista de la frontera. Calfucurá murió al año siguiente, en sus tolderías de Chiloé (oeste de Salinas Grandes), el 4 de junio de 1873. El cacique Calfulcurá, en carta a Mitre, le contaría de como fue su llegada a nuestro país, y su origen de esta forma: 

    Mechitué, abril 27 de 1861
  Querido Hermano: También le diré que no estoy en estas tierras por mi gusto, ni tampoco soy de aquí, sino que fui llamado por don Juan Manuel, porque estaba en Chile y soy chileno; y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras ; pero yo nunca he invadido por gusto, sino porque me han ordenado; bien: yo con Rosas estaba en paz y los ranqueles siempre me hacían quedar mal y me daban las culpas a mí y entonces los ranqueles me pedían que no les hiciera nada y les perdonaba ; pero ahora si me hacen lo mismo, yo sé lo que he de hacer, y así es que le vuelvo a repetir que porque Coluqueo no le ha dicho al Gobierno que eran los ranqueles que siempre iban a invadir cuando hacia las paces yo, para hacerme quedar mal. Le vuelvo a repetir, querido hermano, que le diga al Gobernador, como yo le digo, y entonces él sabrá qué hacer con Coluqueo y los ranqueles.
  Espero que mi hermano haga todas las diligencias en mi nombre. Su hermano para siempre.—Juan Calfucurá.
 En 1868, durante la Presidencia de Sarmiento, cuando éste amenazaba ocupar la isla Choele-Choel, Calfucurá le escribe a Álvaro Barros.

   Mí querido señor y compadre:
  Los dos somos amigos y no me he de olvidar nunca que usted fue el padrino de mis hijos cuando estaban presos y les dio la libertad; pero tengo un sentimiento en usted porque no me ha avisado por este parte, de la población que han hecho de Choele-Choel, pues me dicen que ya han lleudo las fuerzas y que vienen a hacer­me la guerra, pero yo también he mandado mi comisión para donde mi hermano Reuquecurá, para que me mande gente y fuerzas, pero si se retiran de Choele-Choel no habrá nada y estaremos bien, pero espero en usted me conteste y me diga de asuntos de los señores míos y jefes y del señor Gobierno.
 Juan Calfucurá.
 
   El testamento político de Calfulcurá ( Piedra  azul) que legaba a sus herederos, fue: "no abandonar Carhué al huinca".  Su hijo Namuncurá ( Pie de piedra) asumiría el mando de la tribu.  
  El informe del combate de San Carlos  que Ignacio Rivas envió al gobierno, decía : 
  Los invasores han dejado en el campo del combate más de 200 muertos, entre los que ha sido reconocido un cuñado de Calfucurá y otros capitanejos, y en el crecido número de heridos que llevan, dicen los cautivos haber visto a un hijo de Calfucurá gravemente herido en el vientre.
  Nuestras pérdidas consisten en 4 muertos y 2 heridos, siendo uno de estos el Ayudante del Coronel Ocampos, Capitán D. Manuel Gómez; y de los indios amigos 30 muertos y 14 heridos, contándose entre los últimos 2 capitanejos" (.....) "El Cacique General Cipriano Catriel, que en ningún momento desmintió su valor indomable, ni la fibra que caracteriza la raza indígena, se ha hecho merecedor, no solo por esas condiciones sino también porque a la vista del enemigo para darme una prueba evidente de su firmeza, me pidió que pusiera a sus órdenes una escolta de cristianos para fusilar a todos los indios que co­bardemente dieran la espalda al enemigo y accedí sin trepidar a su pedido dándole mi propia escolta mandada por el Teniente D. Juan Farías..” (19).
En la Frontera Sud, los indios de Catriel, a más del servicio que les está encomendado, prestan el de escoltar a los guardias nacionales que hacen descubiertas y guarnecen fortines para evitar deserciones, decía el Ministro de Guerra coronel Gainza en un mensaje al Congreso. Uno de los motivos de esta situación era el personal inepto que se destinaba a la frontera, que tanto le preocupaba al comandante Rivas, y por el que reclama al ministro Gainza en la siguiente carta :
Azul, abril 20 de 1872.
A. S. E. el señor Ministro de Guerra y Marina, Coronel D. Martín de Gainza.

"Cumplo con el deber de poner en conocimiento de V. E. las irregularidades con que continúan recibiéndose los contingentes de G. (Guardias). N. (Nacionales) para el servicio en las fronteras de mi mando.
La mitad de los hombres que lo componen son extranjeros (napolitanos) completamente inútiles para el servicio de la frontera, por ser enfermos la mayor parte y no saber montar a caballo ninguno” (…) “Entre tanto los contingentes así compuestos son perjudiciales en la fronteras; en los casos de marcha rápida es necesario dejar los extranjeros en los fortines, pues son incapaces de acompañar una columna al galope y siempre inutilizan los caballos que montan pues ignoran absolutamente como deben ensillarlos”. (20).
Del soldado gringo, al que se denostaba, nos cuenta Á. Barros : "..enviaron cien soldados de línea para la guarnición, pero eran extranjeros que en su vida habían montado sobre el lomo de un caballo, y no traían monturas para que pudieran algún día aprender ."(21).
También José Hernández, en su libro Martín Fierro, nos habla del gringo enganchado en el ejército.

                      Yo no sé por que el gobierno
                      Nos manda aquí a la frontera
                      Gringada que ni siquiera
                       Se sabe atracar a un pingo
                      ! Si creerá al mandar un gringo
                        que nos manda alguna fiera!      
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                      Pa vichar son como ciegos,
                      No hay ejemplo de que entiendan
                      Ni hay uno solo que aprienda,
                      Al ver un bulto que cruza,
                      A saber si es avestruza
                      O si es ginete, o hacienda.

   Se entiende,  atraídos por el sueldo,   generalmente agricultores y no siendo buenos  jinetes, que  los gringos fueran considerados poco aptos en la lucha contra el indio.        

  Anteriormente comentábamos que el traslado de la Comandancia a la laguna Blanca Grande había tenido el rechazo de los pobladores, por el temor de que las estancias y el nuevo pueblo de Olavarría quedaran a merced de los indios. La difícil situación por la que debieron atravesar los vecinos que los unió en defensa del pueblo, el hecho de no tener una comisión municipal y que la residencia de las principales autoridades civiles y militares residieran en Azul haciendo ineficaz la solución de los problemas, hizo que el 15 de abril de 1872, con la firma de veinticinco vecinos, presentaran un petitorio para elevar al Poder Ejecutivo solicitando que Olavarría fuese declarado cabeza de partido. 
  Del petitorio de los vecinos tomamos conocimiento por una comunicación de fecha 5 de diciembre de 1872, donde se le informa al juez de Paz del Azul, lo resuelto por el Gobierno. En la misma comunicación se le pone al tanto de la queja de los pobladores, por haberles prohibido la Municipalidad del Azul la compra de cueros a los indios.




 "De acuerdo con lo informado por la Municipalidad del Azul, y aconsejado por la Sociedad Rural, el Gobierno resuelve:
1-Se cumpla lo dispuesto por la Municipalidad del Azul, respecto del comercio de frutos en Olavarría, mientras no quede establecida en aquel pueblo una subdelegación de la comisaria del Azul, y se adquiera la certidumbre de que el comercio de frutos en aquel pueblo se efectuará legalmente observándose la prescripciones legales que son exigidas en la comisaria de Azul, hágase saber a los solicitantes, librándose oficio al Juez de Paz del Azul, para que proponga el subdelegado y el número de hombres que necesite.

Seguramente, para el pequeño pueblo de Olavarría, la compra de cueros a los indios le significaba un importante ingreso a los pobladores, pero el comercio de cueros no estando sujeto a controles como dice el informe, se prestaba a las irregularidades que había denunciado Álvaro Barros.

El doctor D. Adolfo Alsina, siendo gobernador de Buenos Aires, interesado en mejorar la situación de la campaña, hallándose en el Azul reunió a las personas más acomodadas del pueblo aquél para escuchar opiniones respecto al modo de conseguir aquél objetivo.
Todos convenían en que los indios amigos arruinaban la campaña con sus robos y cada uno emitió sus ideas más o menos prácticas. Unos proponían la expulsión, otro aumento de la fuerza policial; en fin, alguno repitió lo que los mismos indios dicen siempre que se les acusa de ladrones: Si los pulperos no nos comprasen los cueros, nosotros no robaríamos. Impídase, pues, la compra de los frutos robados y cesarán los robos. En honor de aquel pueblo diré que algunos apoyaron esta idea, que fue combatida por otros, y en el curso de la discusión un comerciante dijo al Gobernador: Señor, si se prohíbe totalmente la compra de cueros a los indios, el comercio del Azul se arruina"(22).
Una de las tantas injusticias que se cometieron en las fronteras, y que hace decir a Estanislao Zeballos en uno de sus libros:

 Si por amor a mi patria no suprimiera algunas páginas enteras de la administración pública en las fronteras y de la conducta de muchos comerciantes, se vería que algunos de los feroces alzamientos de los indios fueron la justa represalia de grandes felonías de los cristianos, que los trataban como a bestias y los robaban como si fueran idiotas cargados de joyas y abandonados en media calle a altas horas de la noche. La respuesta del gobierno solicitando sea declarada Olavarría cabeza de partido no se transcribe en la antes mencionada comunicación al juez de paz, pero sabemos que la solicitud fue elevada a la Legislatura acompañada de un mensaje cuya brevedad denuncia la escasa importancia que le había concedido, el asunto finalmente no fue tratado. (23). La ley Nº 441, del 18 de julio de 1865, había establecido la división territorial de los partidos al exterior del Salado y los 27 partidos en que había quedado dividida la provincia. El artículo segundo determinaba los límites de cada partido. En los apartados 20 y 21 del artículo 2º. los deslindes de los partidos de Azul y Tapalqué. Un tramo del arroyo homónimo fijaba el límite de los dos partidos. El 31 de agosto de 1865, por un decreto del gobierno de la provincia de Buenos Aires, se realiza la primera demarcación administrativa del partido de Azul; estableciendo, que rumbo al Sud-Oeste comprendía Sierras Bayas, San Jacinto y las puntas del arroyo Tapalqué y sus adyacentes. Esta demarcación de límites del partido de Azul traería como consecuencia, que las tierras donde poco después se fundaría el pueblo de Olavarría pertenecían al partido de Azul.

La rebelión de 1872
Un hecho de trascendencia sucedería en el pueblo de Olavarría, a casi cinco años de aquel decreto que establecía la formación de un nuevo pueblo en “las puntas del Arroyo Tapalqué”, los pobladores se levantarían en armas contra la autoridad, por considerar abusiva una sanción establecida en contra de uno de sus vecinos.
La máxima autoridad del lugar era el teniente alcalde, por aquel entonces Manuel Fernández, natural de España, que había reemplazado a Eulalio Aguilar, autor de una sanción pecuniaria contra el vecino Cecilio Chamorro, por considerar que éste último había incurrido en el delito de apropiarse de más tierras que las que le correspondía. La sanción impuesta por el alcalde Aguilar consistía en la suma de doscientos pesos moneda corriente, un importe muy elevado para aquella época.
El teniente alcalde Manuel Fernández debía hacer cumplir aquella sanción, pero Chamorro, después de consultar la opinión de sus vecinos, se negó a abonar la multa. Ante la negativa, el teniente alcalde mandó a detener al infractor y lo envió al lugar que oficiaba de prisión, sin custodia ni comida, según dirían luego sus vecinos.
 La autoridad no era del agrado de los pobladores, se lo acusaba a Fernández de ser prepotente y maleducado, y por su excesivo consumo de alcohol, encontrarse repetidas veces en estado de beodez.
 Los vecinos consideraron injusta la medida y decidieron alzarse en armas contra el  funcionario al que acusaban de arbitrario. El 5 de agosto de 1872 se reunieron en la plaza, y armados de carabinas y armas cortas se dirigieron a donde se encontraba el alcalde Fernández para interpelarlo.
 El acontecimiento de ese día fue narrado en un acta que los vecinos dejaron como constancia, sabedores de los riesgos de la decisión tomada.
  El acta, que transcribimos, nos muestra un pueblo unido y decidido en defensa de sus vecinos, y el liderazgo del capitán Lucio Florinda, que venía ejerciendo desde la fundación del pueblo de Olavarría. 

  El acta dice:
  En la plaza de Olavarría, a los cinco días del mes de agosto de mil ochocientos setenta y dos, los vecinos de este pueblo,  dispusimos reunirnos en masa para protestar del modo más solemne que hubiera, ante las leyes  y contra los avances de una autoridad de contrabando,  que sin ley ni conciencia trataba de avasallar a un humilde vecino y atento solo a un papelucho que dice que el alcalde de este punto apercibe a Don Cecilio Chamarro, le reduce a prisión sin custodia ni comida, y este ciudadano en desesperación recurre al pueblo pidiendo su concurso para salvarse de la cruel situación.  En vista de lo expuesto, y considerando que en los pequeños centros de población depende todo de la mutua protección de los habitantes, hemos creído un deber y en cumplimiento de esto,  pasamos a la casa del señor Fernández (español de nación) y alcalde según documento que original se adjunta por su originalidad, con el fin determinado de hacerle presente la circunstancias que ocurría, y hacerle el servicio de indicarle el proceder que debía observar en la cuestión del vecino Chamorro, sobre la orden de  despoblación  en la chacra que ha poblado, pues que ni el señor Fernández ni el señor alcalde que lo autorizó, han tenido ni tienen conocimiento de la delineación y amojonamiento de este pueblo, del cual solo Don Lucio Florinda no solo como uno de los fundadores sino como encargado del Presidente de la Comisión  que fundó este pueblo,  podrá  dilucidar próximamente cualquier cuestión que se solicitase sobre las tierras de este partido. Llegados los firmantes a la casa del señor Moya, donde se encontraba el señor Fernández, Don Lucio Florinda presidiendo el vecindario de este pueblo, pidió al señor Fernández se prestase a escuchar la justa reclamación que se le hacía en pro del vecino damnificad, el señor Fernández, usando el descomedido estilo y  groseras  maneras que caracterizaba al gallego más estúpido que por desgracia `pudo producir la España, no solo se mostró con la indiferencia de un salvaje, sino que con palabras poco comedidas, pretendió desprestigiar a un vecindario que le honraba con su concurrencia, fue entonces que indignados  con tan inesperado proceder lo obligamos a dar satisfacción al pueblo que con tanta justicia le apercibía. Su contestación fue que era teniente alcalde de este punto y que no tenía que dar satisfacción a nadie de sus actos. Requeridos nuevamente por la comisión, que nombró el pueblo, compuesta de los vecinos: Don Felipe Churusca, Don Pedro Caro y Don Manuel Llanos, los cuales le obligaron a que justificase su legalidad de su empleo, presentó a estos señores el anexado documento, al cual el pueblo contestó que no le reconocía  por las razones siguientes: 1) Porque un extranjero no puede ejercer puesto público en este país. 2) Porque en años anteriores no soportando la informalidad de un empleado, como el que nos ocupa, obligó la necesidad a aceptarlo y sus resultados fueron tan funestos, que fue necesario destituirlo, prefiriendo quedar librados a nuestros propios recursos ante que representados por una autoridad que más dañaba la moral y el buen servicio público, que corresponder a la confianza que el pueblo depositaba en él. 
 3) Que siendo su vida pública y privada conocida por este vecindario, así como la enajenación mental producida por él.
Nos decidimos unánimemente a desconocer no solo la autoridad, sino también la del que tan cándidamente pudo autorizarlo.            
del que tan cándidamente pudo autorizarlo.           
  Destituido por los vecinos  el teniente alcalde Fernández, sería sustituido por el alcalde Mariano R. Velazco, quien tendría la orden de solucionar el conflicto.
  De lo acontecido en el pueblo y las medidas por él tomadas,  informaría al juez de paz de Azul, en los siguientes términos:   El alcalde sustituto de este pueblo da cuenta a Ud, que habiendo sabido que el teniente alcalde Don Manuel Fernández había puesto preso a Don Cecilio Chamorro, por no querer pagar la multa de 200 pesos M/N que había impuesto el alcalde Eulalio Aguilar, y entonces Don Lucio Florinda se puso a la cabeza de catorce hombres, todos armados de revólveres y fusiles a bayoneta, a que él ordenaba  y que mandaba más que las autoridades y que se frustraba con las autoridades del pueblo y las de Azul e igualmente en toda la partida. A las siete de la noche le ordené al teniente alcalde que se armara con los tres soldados de la policía para ir a aprender a Florinda, lo que desobedeció, y en el acto llamó a los vecinos que viniesen armados con fusiles a bayoneta calada, y que no era sujeto ningún alcalde de prenderlo a él. Entonces fui yo en persona a decirle que marchase y contestó que ni marchaba y que me mandara a mudar  y que él estaba dispuesto a quedar muerto en la plaza con la gente que lo acompañaba, que son los siguientes: Juan Quinteros, Felipe Churusca y hermano, Manuel Llanos, Francisco Arocena y Don Lucio Florinda a la cabeza de dicha gente…”.   
 Finalmente,  Lucio Florinda se entregaría y sería enviado a prisión por orden del juez de paz de Azul José Botana. Después de las declaraciones de varios testigos participantes del hecho, y de pasar un breve tiempo en prisión, Lucio Florinda obtendría la libertad mediante el pago de una fianza que fue abonada por Martínez Acheverry. A Cecilio Chamorro le fue restituido su inmueble y el arbitrario alcalde Fernández fue destituido. 

La situación de no tener una Comisión Municipal en el pueblo de Olavarría se mantuvo hasta el 3 de octubre de 1873, cuando el Ejecutivo provincial a solicitud del Juez de Paz designó una nueva Comisión Municipal, compuesta por el Juez de Paz y los señores Matías Miñana y Celestino Muñoz, con la presidencia del general Ignacio Rivas, como comandante militar.
“La Comisión Municipal últimamente nombrada residía en el Azul, causa por la cual no podía cumplir su cometido a satisfacción de los pobladores de Olavarría, quienes, en enero del año siguiente, se dirigieron al Ministro de Gobierno, solicitando la creación del Partido y rectificación de la mensura. Sesenta vecinos firmaron la solicitud, en la cual se manifestaba el estado del pueblo, que contaba ya con cuarenta casas particulares y doce de comercio con un capital de 2.000.000 pesos” (24)

Los primeros intentos de segregación 
La primera gestión oficial se realiza el 15 de abril de 1872; la solicitud fue suscrita por veinticinco vecinos, y el Poder Ejecutivo la elevo a la Legislatura acompañándola de un mensaje y no fue tratada.

La situación de no tener una Comisión Municipal en el pueblo de Olavarría se mantuvo hasta el 3 de octubre de 1873, cuando el Ejecutivo provincial a solicitud del Juez de Paz designó una nueva Comisión Municipal, compuesta por el Juez de Paz y los señores Matías Miñana y Celestino Muñoz, con la presidencia del general Ignacio Rivas, como comandante militar.
El 6 de enero de 1874, nuevamente los pobladores presentarían la solicitud, y el Gobierno ni siquiera les envío una respuesta.
“La Comisión Municipal últimamente nombrada residía en el Azul, causa por la cual no podía cumplir su cometido a satisfacción de los pobladores de Olavarría, quienes, en enero del año siguiente, se dirigieron al Ministro de Gobierno, solicitando la creación del Partido y rectificación de la mensura. Sesenta vecinos firmaron la solicitud, en la cual se manifestaba el estado del pueblo, que contaba ya con cuarenta casas particulares y doce de comercio con un capital de 2.000.000 pesos” (24).
Mientras tanto, la mayor aspiración de los pobladores de una mensura definitiva continuaba sin resolverse; la espera llevaba ya siete años.
  Pero sería en este año cuando Olavarría daría un importante paso en sus aspiraciones de convertirse en cabecera de partido, conseguiría que la Corporación del Azul aprobara el pedido de los vecinos de Olavarría de segregarse, para conformar uno nuevo. Desconocemos, si este cambio de los vecinos de elevar la solicitud a la Corporación del Azul en lugar de al gobierno, como lo venían haciendo, fue por indicación de alguna autoridad provincial. Quizás, lograr la aprobación de los azuleños, era la condición previa exigida por el Gobierno de la Provincia.
El 13 de abril de 1874, en una reunión de municipales de la Corporación del Azul, el municipal Belisario Zapata solicita se trate el pedido de los vecinos de Olavarría sobre la creación de un nuevo partido segregándose del Azul; creemos, que de su acertada propuesta de como nombrar a los integrantes de la comisión, que debían  resolver la cuestión planteada, Olavarría conseguiría la secesión.
 Pero antes debían rechazar la propuesta del municipal Luciani, que de haber tenido éxito, muy posiblemente no  se hubiera aprobado lo solicitado por los vecinos de Olavarría; la votación sobre la cuestión se decidió por tres votos a dos, quedando entonces constituida  la comisión de acuerdo a la propuesta de Zapata.  



Acta del 13 de abril de 1874 (documento inédito)                        Folio 149 y 150

  En consecuencia, fueron nombrados para formar parte de esta comisión los Srs.  Don Juan M. Pourtalé, Don Juan D. Dhers, Don Luis Lacoste, Don  Antonio V. Álvarez, Don Nicolás Ocampo, Don Blas Dhers, Don Manuel G. Bonorino, Don Felipe Fontan, Don José Barés, y Don Celestino Muñoz.  Con lo que se terminó la sesión.
 
                      Juan Monedero                                         Manuel Leal
                         Secretario                                           Presidente 

 Y sería el 29 de abril de 1874, previo pronunciamiento de la comisión, cuando la Corporación de Azul acepta la secesión de Olavarría. Una histórica resolución para  los pobladores de Olavarríapero faltaba la aprobación del Gobierno de la Provincia  para que Olavarría sea declarada cabecera del partido,  y esto se daría  cuatro años después. 



Acta del 29 de abril de 1874  ( documento inédito)                                 Folio 151

  Por el contrario, el Departamento Topográfico de la Provincia cuando le toco decidir sobre el asunto, invocando el artículo 25 de la Ley del 16 de agosto de 1851 y el decreto reglamentario del 24 de noviembre del mismo año, consideró que a Olavarría le correspondía 16 leguas de ejido, incluyendo las cuatro que ya tenía desde 1868; y terminó manifestándose favorable que se tomaran las tierras a ambos lados del arroyo, pudiendo crearse un nuevo partido con parte de las tierras de Azul y Tapalqué. Pero el Fiscal del Estado consideró que la solicitud de los vecinos no podía resolverse de esa manera, en virtud que solicitar la mensura del partido hacía suponer su existencia, algo que debía crearse de acuerdo con el art. 98, inciso 5, de la Constitución de la Provincia y mediante trámite parlamentario.


                             Olavarría en 1874 - Copia de una foto de Estanislao Zeballos

 
La revolución mitrista y los Catriel 

 En septiembre de 1874, la insurrección encabezada por Bartolomé Mitre, aduciendo fraude en las elecciones,  retrasó la gestión administrativa de la Provincia. Le tocaría a Álvaro Barros, por ese entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires -en reemplazo de Mariano Acosta, electo vicepresidente de la Nación-, desbaratar la rebelión mitrista en la Provincia.
  La revolución mitrista estalló el 24 de septiembre de 1874. Los partidarios de Mitre contaban con alrededor de 5000 hombres y el apoyo de un contingente de indios del cacique Cipriano Catriel, al que había convencido el general Rivas para que se plegara a la revolución encabezada por Mitre. El 12 de octubre de 1874, Avellaneda asumía como presidente en medio de los enfrentamientos. El combate de La Verde, entre 25 de Mayo y Chivilcoy, el 26 de noviembre de 1874, donde el coronel José Inocencio Arias derrota al general Mitre, y el segundo combate de Santa Rosa, provincia de Mendoza, el 7 de diciembre, donde el coronel Julio A. Roca vence al general José Miguel Arredondo, fueron definitorios para derrotar a las fuerzas mitristas. Mitre se entregaría en Junín el 3 de diciembre, él y sus partidarios después serían amnistiados.   
Al comienzo de la rebelión,  el cacique Cipriano Catriel con sus lanzas  partió rumbo a Las Flores para unirse a las fuerzas rebeldes comandadas por el general Rivas. El 21 de octubre se incorpora Cipriano al campamento en Las Flores e inician la partida para unirse a las fuerzas del general Mitre. A fines de octubre, la indiada de Catriel se había reducido a 400 lanzas, porque en pequeños grupos se habían ido retirando a sus tolderías.  
El 17 de noviembre llegaría Mitre con sus fuerzas a Olavarría. El avance de las fuerzas leales, al mando del coronel Hilario Lagos, obligó a Mitre levantar campamento, dejando a Cipriano Catriel y su gente. Al llegar a Olavarría las fuerzas leales al Gobierno, al mando de Hilario Lagos y Julio Campo, y alertados por Juan José Catriel- que su hermano se hallaba acampado a pocas leguas-, intimaron la inmediata rendición de Cipriano, y para cumplimentar la orden enviaron una partida y al capitanejo Mariano Moreno, quien además debía comunicarle que ya no era más el "cacique general", pues por orden militar había sido reemplazado por su hermano Juan José; la reacción de Catriel, alegando que él no era un traidor, fue dar la orden al trompa Martín Sosa, de estaquear y degollar al capitanejo Moreno, mandato que cumplió. Los indios que acompañaban a Catriel, en presencia de este sangriento crimen, se sublevan a las órdenes de un capitanejo de nombre Peralta. Catriel, con sus más fieles seguidores  y un grupo de civiles que se encontraban en el lugar por haberse plegado a la revolución mitrista,  logran escapar y ocupar un potrero cercano con la intención de atrincherase y protegerse de los amotinados. Por temor o con la intención de buscar ayuda, Serapio Rosas y su hijo intentan huir y son ultimados por los indios que cercaban el lugar.  
Al atardecer,  con el envío de un nuevo contingente de indios y soldados a cargo del capitán Pablo Vargas,  Cipriano se entregaría junto a su fiel secretario Santiago Avendaño, el trompa Martín Sosa y otros seguidores, confiando en un buen trato y que sus vidas serían respetadas.  
Pero no fue así para Cipriano, Avendaño y Sosa, que fueron estaqueados a la intemperie, a la espera de someterlos a un consejo de guerra. Mientras tanto, el coronel Campos envío una nota al Ministro de Guerra Adolfo Alsina, comunicándole que los indios le solicitaron al comandante Hilario Lagos, que se les entregue a Cipriano Catriel, al lenguaraz Avendaño y al trompa Sosa, para juzgarlos según sus costumbres, y que en su opinión estaría de acuerdo de que así sucediera. Después de deliberar los jefes militares destacados en Olavarría, sobre qué hacer con los tres prisioneros, prevaleció la opinión del coronel Campos de entregarlos a su tribu, no estando de acuerdo el coronel José Ignacio Garmendia, pues la entrega en tales condiciones suponía un alto riesgo de que pudieran cometer algún acto de venganza. Y así ocurrió, dejados en libertad el 24 de noviembre de 1874, fueron lanceados y degollados por miembros de la tribu fieles a Juan José Catriel, que los esperaban.
Todas las referencias coinciden que fue lanceado en la quinta Guerrero, actual Club Estudiantes.  "Aún maniatado luchó ferozmente en defensa de su vida recriminando a sus hermanos de raza el acto de cobardía que cometían. No obstante manar abundante sangre de sus heridas, logra romper sus ligaduras y quiebra algunas lanzas que llegaron a su cuerpo indefenso; arrebata una y logra herir a algunos de sus verdugos"(....)" Si bien, sus hermanos de raza lo consideraban un traidor por su predisposición a aceptar los métodos civilizadores y le guardaban cierto rencor porque castigaba violentamente los hábitos bárbaros de su gente, sorprendida en delito, los que portaban estandarte de mejores costumbres, no debieron acceder al reclamo de su entrega para hacer desaparecer tan trágicamente su vida. Esto se comprende a la distancia, porque así como se respetó la vida de otros jefes revolucionarios, debió ocurrir lo mismo con quien fue inducido a participar en el movimiento y al que se plegó, convencido que era la mejor causa "(25).
Testimonios sobre lo acontecido nos brindan el subteniente Jorge Reyes, perteneciente al 2º Batallón del Regimiento III de Guardias Nacionales, y el alférez Domingo Güemes, ayudante del coronel Garmendia, testigos presenciales, quienes cuentan lo siguiente: 

A las 9 hs..., al ser sacados los presos de las guardias respectivas, Catriel y Avendaño vinieron a encontrarse frente a la Guardia de mi Batallón, como a una distancia de ochenta metros. Los dos grupos [de indios a caballos y armados con lanzas] echaron pie a tierra y mataron a lanza a Catriel y su secretario degollándolos inmediatamente. Esto fue tan rápido que no dio tiempo a ninguna intervención de las fuerzas que en ese momento se encontraban formadas, haciendo el relevo de las guardias. El que mandaba las fuerzas de los indios era Juan José Catriel, quien degolló a su hermano (26)
 Yo presencié ese bárbaro espectáculo de una manera casual. Venía del pueblito (Olavarría) al Campamento cuando vi que los indios armados de sus chuzas, forman cuadro, galopaban y hacían [fol. 6r] mil evoluciones. Me aproxime, y vi a Catriel y Avendaño a pie en el centro. Catriel se paseaba envuelto en una manta azul y echando una mirada terrible sobre los indios; el bandido Avendaño temblaba y suplicaba que no lo mataran; pero los indios echaron pie a tierra y los atravesaron a lanzazos. Catriel, cuando le tiraron el primer lanzazo, tiró la manta hacia atrás, y quitó la lanza que le dirigían al pecho; pero al mismo tiempo le clavaron otra en la espalda y cayó echando una maldición a los indios (27).

  Separadas  de sus cuerpos las  cabezas de Cipriano y Avendaño, fueron llevadas a Azul por los indios  de Juan José, y tiradas por la ventana de la casa que tenía Santiago Avendaño,  en la calle Belgrano y Moreno. 

De este cruel asesinato participó también  el cacique Villanamún, quien junto a Catriel y las fuerzas militares habían luchado en el combate de Burgos contra el cacique Calfuquir, Manuel Grande y Chipitruz.  Villanamún, en la acción de este combate, persiguió al cacique Calfuquir, y dándole muerte cortó su cabeza para presentársela a Cipriano diciéndole: "Tomá penacho para tu lanza". 
Un triste final para Cipriano y  para su tribu lo sería pocos años después, considerados  los más amigos de los cristianos, y los que más creyeron de los beneficios que nosotros llamamos  "civilización." 
La cabeza de Cipriano estuvo por más de 50 años en la bóveda de Juan Montenegro ( ex Juez de Paz de Azul y cuñado de Avendaño)  del cementerio de Azul, y una pariente de nombre Agustina Montenegro la donó al Museo de Bariloche (28).   El 16 de mayo de 2018, el cráneo y un poncho de Cipriano Catriel serían restituidos a la ciudad de Azul.  
El cuerpo de Cipriano, dice  una nota de la revista Caras y Caretas del 27 de marzo de 1909, estaría enterrado en la calle San Martín casi Rivadavia, frente a la municipalidad, indicando dudosamente  como fuente "testimonios de vecinos", sin aportar otros detalles . 


                                                      Juan José y Marcelino Catriel

Aceptado generalmente que Cipriano fue lanceado por sus hermanos, éstos nunca reconocieron la imputación de haber cometido un fratricidio. 
Marcelino Catriel era un indio de edad indescifrable. Bajo de estatura y de mirada penetrante. Hablaba dificultosamente el castellano en forma entrecortada,  predominando el acento de su lengua araucana. Durante sus últimos años trabajaba acarreando piedra con una chatita "rusa". Un día, nos dijo el señor Álvarez, estaba en mi casa tomando su copita de caña. En ese momento entró un obrero checoslovaco que también trabajaba en las canteras de piedra y alentado seguramente por los humos del alcohol que bebía abundantemente, le espetó al indio: "Vos lanceaste a tu hermano".
"¡Mentira!" gritó el indio sin poder contener su indignación.
"¡Cristiano lanceao m'hermano!" Los ojos del indio brillaron con mayor fuerza, sus gestos revelaban su propósito de vengar la afrenta.
El señor Álvarez hizo pasar al checoslovaco a la trastienda y consiguió apaciguar al indio. De no haber sido así, el hecho pudo llegar a mayores extremos, nos afirmaba convencido.
Así era de verdad. Jamás los hombres y mujeres de su raza aceptaron la versión de que sus hermanos lancearon a Cipriano Catriel (29).
Una de las hijas de Marcelino Catriel, Florentina Matilde, nacida el 14 de marzo de 1888, vivió en Sierras Bayas hasta su muerte el 8 de marzo de 1967. Su madre era Ana Peralta y había sido bautizada en Azul en 1890. 
La tribu de los Catriel se inició con Juan (1775-1848), conocido como "El Viejo", se lo recuerda como un amigo de los cristianos y hábil negociador; tenía el título de cacique mayor. A su muerte, en 1848, le sucede Juan (1810-1866), conocido como "Segundo " Catriel, tenía amistad con Juan Manuel de Rosas, y participó de su lado en la batalla de Caseros en 1852, contra Urquiza.
  Juan "Segundo" Catriel tuvo varios hijos, los más conocidos son:  Juan José (1830-1910), Marcelino (1831-1916) y Cipriano (1837-1874). Le sucede Cipriano, el menor, dejando a un lado la tradición sucesoria, siendo su nombre indio Mari Ñancú, que significa "10 águilas o aguiluchos". Los motivos por el cuál asumió como cacique de su tribu, siendo el menor, no son claros. Según declaraciones hechas por Juana Gallardo en 1923, viuda de Juan José, que residía en Santa Luisa, partido de Olavarría, le correspondía a su esposo ejercer ese cargo, y que declinó hacerlo en su momento para cuidar la hacienda que poseía, pero seguidamente dice que Juan José "siempre ambicionó la jefatura, porque la consideraba algo inherente a su persona" (30). 
  Juana Gallardo pasó sus últimos años viviendo en Olavarría. Con  Juan José tuvo dos hijos, Basilio José, nacido el 11 de marzo de 1893, y Candelaria, nacida el 1 de febrero de 1895. También tuvo por mujer a una favorita cautiva, aragonesa, Mira López, llamada por los pampas Raiue (flor nueva), con la que tuvo dos hijos.  Juan José Catriel murió en el hospital de Olavarría, el 16 de noviembre de 1910, y Marcelino en 1916 en Sierras Bayas. 
En realidad, ateniéndonos a una serie de antecedentes, lo sucedido es que Juan José se niega a asumir la responsabilidad de ponerse a la cabeza de los catrieleros para no verse obligado a cumplir los compromisos contraídos por su progenitor con los cristianos, hacia los cuales sentía profunda aversión. O bien quedaba descartado debido a ese mismo motivo por decisión de una mayoría partidaria de seguir la política de su padre en el mantenimiento de las buenas relaciones con las autoridades y la cristiandad". "En cuanto a Marcelino, supuestamente el segundo en la línea sucesoria, se deduce que no reunía las prendas esenciales que debían adornar a un apogülmen [cacique, jefe] de los pampas tapalqueneros" (31) 
Del cacique  Cipriano Catriel  diría Estanislao S. Zeballos, que lo conoció personalmente: "uno de los indios más arrogantes, hermosos y salvaje continente que he conocido. Era, sin embargo, un fanático por las cosas cristianas. Tenía casa propia en Azul y flagelaba a la tribu por inducirla en los rumbos de la civilización. Aspiró mucho tiempo al empleo de general de la Nación, y el gobierno de Sarmiento le dio un nombramiento mistificado: cacique general (32). 
Por su parte, el médico francés Henry Armaignac, que lo visitó en sus tolderias, nos cuenta: Pronto vi acercarse a nosotros un hombre de alta estatura y de una extrema obesidad. Representaba unos treinta años y estaba vestido como los gauchos, con poncho, chiripá y botas de cuero, llevaba la cabeza atada con un pañuelo que sujetaba su espesa cabellera; su cara era lampiña y su triple papada caía hacia su enorme abdomen. Era Catriel en persona, pues en su corte no había ni edecanes, ni maestros de ceremonias, ni mujeres, y las audiencias casi siempre tenían lugar junto al fogón de su cocina, tomando numerosos mates. Como nos esperaba, no pareció sorprendido al vernos y nos tendió afectuosamente la mano (33). 
De él dice Aquerreta:"Era un hermoso tipo de indio, de regular estatura, de arrogante personalidad, generoso, leal, con ciertos rasgos de paternalismo. Fue exigente ante la capacitación y organización guerrera de su gente de pelea, a la que sometía a permanente entrenamientos que él personalmente dirigía y repetía con insistencia hasta lograr su aprobación definitiva. Fue inflexible ante la palabra empeñada y exigía tanto de sí como de la otra parte el cumplimiento estricto de lo pactado; aunque siempre, como casi la totalidad de los pampas, actuaba con recelo. Poseía autoridad sin imposición ni arbitrariedad; entre los suyos fue preocupado por su bienestar y mostrarse consejero y defensor... Cipriano actuaba con equilibrada sensatez para juzgar la conducta de los suyos y para no comprometerse ante las autoridades; ciertos procederes los disimulaba con frases oportunas y evasivas; pero ante la evidencia irrefutable no trepidaba en hacer justicia, reafirmando la palabra empeñada. Cipriano poseía una férrea disposición para asimilar normas de la civilización, que hasta con fervor podríamos decir, trató de inculcar entre los suyos. Vestía tipo hombre de campo: chambergo, pañuelo al cuello, bombachas, botas duras de cuero, faja "pampa", "corralera", y hasta poncho; en actos protocolares supo vestir uniforme militar. Muy comilón, gustaba de preferencia mate y la ginebra (no la cerveza, como por ahí se ha dicho). Propenso a engordar con suma facilidad, pese a su permanente actividad... Habitó en Azul, casa de ladrillo y barro, techos de zinc, pisos de tierra apisonada, dormía sobre cama con elementos para uso de la misma.." (34). 
 En la puerta de su casa en Azul, de la calle Colón y Corrientes, Cipriano tenía para sus desplazamientos una volanta americana (regalo del ministro Gainza), aficionado a las carreras de caballo, personaje significativo de Azul, era muy invitado a fiestas donde le gustaba bailar con gran entusiasmo la música de polca.  Se cuenta, que en una recepción para festejar el triunfo del combate de San Carlos, invitado por el General Rivas y su tropa, después de escucharse el Himno Nacional y posteriormente otras marchas patrióticas, al comenzar una de ellas alguien le gritó a Cipriano: -¡Métele Catriel que es polca!.  Frase que después se hizo muy conocida.
De su vida privada se le conocen el nombre de tres de sus mujeres: Eufemia, Rafaela Burgos y Lorenza Toribio. A tres de sus hijos hizo bautizar en Azul, Cipriano (hijo de Lorenza Toribio), Ignacio (hijo de Rafaela Burgos) y Tomasa ( hija de Eufemia).


    El cacique Cipriano Catriel y su casa en Azul.  

  El 1 de mayo de 1875 asume como gobernador de la Provincia el Dr. Carlos Casares. En beneficio del pueblo de Olavarría, el 17 de noviembre de 1875, el nuevo gobernador daría la comisión al agrimensor Juan Coquet para que trazase el ejido. 
Adolfo Alsina, que había sido nombrado  Ministro de Guerra y Marina por el presidente Avellaneda,  le informa al Gobernador de la provincia de Buenos Aires:  "Como a V E. le consta, hace quince años que la tribu amiga de Catriel conserva su campamento general, en las inmediaciones del pueblo de Azul y, no distante de Tapalqué, dando este lugar a que la tierra publica adyacente no tenga el valor que debiera tener, porque los pobladores repugnan la ocupación a título oneroso, de tierras con la vecindad que es una amenaza constante para sus intereses y un inconveniente para la posesión tranquila que apetecen. Además, muchas de las suertes llamadas del Azul, se encuentran detentadas por los indios, habiendo sido inútiles hasta hoy todas las tentativas para obtener su desalojo.  Fuera de estas dos consideraciones hay otras de carácter análogo que han influido poderosamente en el ánimo del Gobierno Nacional, para tomar con empeño la tarea de concluir con la tribu mencionada en tratados cuya base fuese su desalojamiento de los lugares que hoy ocupa..."

Y este plan se concretaría el 1 de setiembre de 1875, cuando se firma un convenio con la tribu liderada por el cacique Juan José Catriel, que tendría consecuencias para la seguridad de la frontera y el destino de los  catrieleros. 
Firmado por el coronel Nicolás Levalle, en representación del Gobierno, y el cacique Juan José Catriel, el tratado expresa: 

"Art. 1° Juan José Catriel con su tribu, desde este momento se pone a las órdenes del Excmo. Gobierno Nacional, en la condición de Guardia Nacional movilizada, él y su tribu, quedando en consecuencia sujeto a las leyes militares y a las órdenes inmediatas de los jefes que les estén dictadas por el Gobierno, sin restricción alguna.
"Art. 2° Juan José Catriel, desde el momento de firmar el presente convenio, gozará de su haber como Jefe de la tribu, así como cada uno de los de ella, gozará el que le corresponda según su clase, con arreglo a lo que está presupuestado por los demás cuerpos del ejército.
"Art. 3° Juan José Catriel y su tribu, debiendo uniformarse y entrando a ser desde hoy fuerza regular a las órdenes del Gobierno, y debiendo en consecuencia usar uniforme, este ha quedado acordado de la manera siguiente: para Jefes y oficiales bombacha grana o chiripá y blusa o camiseta con las insignias de su clase; y para la tropa, chiripá azul, camiseta poncho, sombrero con divisa que indicará la superioridad y bota. En cuanto al racionamiento, por el momento seguirán recibiendo las raciones de la manera que las han recibido hasta aquí, o serán racionados diariamente como las demás tropas del gobierno, según lo exija la mejor manera de alimentarse, o como mejor convenga según lo exijan las necesidades del servicio.
"Art. 4º El Gobierno pondrá a disposición del cacique general Catriel: 1° Agrimensores para medir y delinear los campos, a donde debe situarse su tribu – 2° Instrumentos de labranza y semillas – 3° Y todos los demás elementos necesarios para construir elementos en su nuevo campamento - El Gobierno Nacional por sí o de acuerdo con el de la Provincia, para entender a cambio del cacique general de los Jefes de familia o caciques, las escrituras de terreno o campos cuya propiedad les será reconocida.
"Art. 5° El cacique Juan José Catriel, tan pronto como el Jefe de la frontera Sud ponga a su disposición los elementos necesarios para trasladarse al nuevo campamento, lo hará.
"Art. 6° El presente convenio será duradero y para siempre; y en fe de lo cual firmaron el Comandante en Jefe de la frontera en representación del Excmo. Gobierno Nacional y Juan José Catriel cacique general de la tribu amiga por sí y en su representación obligándome de la manera más seria al fiel cumplimiento de este convenio en el fuerte Lavalle a primero de setiembre de mil ochocientos setenta y cinco.

Juan Montenegro, uno de los primeros biógrafos de Cipriano,  cuenta que un testigo de la reunión decía: “Los indios protestaron, diciendo que cómo era posible que después de tantos años que ellos poseían estos campos donde habían nacido y criado a sus hijos, se les despojara de una manera inconsiderada .
Alsina respondió que esa resolución era firme e irrevocable y que no había más que salir.
¡Veremos! dijo Catriel, desagradado.
¡ No es que veremos, contestó el ministro, es que tendrán que salir!
Convencido Catriel de que insistir sería perder tiempo, entró a pedir un plazo para levantar la cosecha. El señor ministro no tuvo inconveniente en darle un tiempo prudencial con el que los indios estuvieron conformes (35).
Difícilmente el Gobierno cambiaría de opinión, ya tenía  decidido el remate de las tierras para fines de diciembre.
El francés Emilio Daireaux, en su libro Vida y Costumbres del Plata, nos relata lo sucedido y  brinda su opinión: 
Desde hacía largo tiempo, había sido establecida cerca de la última villa del Sur, Azul, una tribu sometida, la de Catriel. Esta prosperaba en dicho punto, en contacto continuo con los habitantes, comerciando con ellos y trabajando, como hubiera podido hacerlo una colonia pastoril compuesta de inmigrantes civilizados. El gobierno cometió el error, en 1875, de revocar esta donación y de quitar a los indios sometidos dichas tierras, que habían adquirido, desde su establecimiento y por el solo hecho de estar pobladas, un valor considerable. Ofréceles, en cambio, tierras más alejadas y de menos valor. Esta era una política peligrosa. Los instintos salvajes de estos indios mansos no eran de temer; pero lo que se quería era tomarles su tierra, un miserable lote de veinte leguas cuadradas, apenas unas sesenta mil hectáreas, que podrían valer acaso, por entonces, unos dos millones de francos, cuyo valor lo habían adquirido después de estar Catriel en posesión de aquellos. Los indios pusieron el grito en el cielo ante tal injusticia, el Gobierno de Buenos Aires se disponía a principios de 1876, a ofrecer en venta pública doscientas leguas de terreno, situado en el lugar mismo en donde después se trazó el distrito de Olavarría, hoy día rico, poblado e importante. Era entonces esta región la más inmediata al campamento de los Indios, la más expuesta a las invasiones y la menos guardada. La venta había sido anunciada con mucha antelación. Los indios que leían los periódicos y estaban como es natural al corriente de ella, esperaron la hora misma en que debía tener lugar y ocuparon el terreno que debía objeto de ella. La noticia de este golpe de mano llegó a oídos del rematador del gobierno, en el momento que seguido de los compradores, se bajaba de la diligencia en medio de la villa de Azul. Este acto hostil de los indios demostraba bien a las claras lo que ellos querían dar a entender. Era una protesta contra la violación del derecho de propiedad, de que eran víctimas, realizada por gentes a quienes se acusaba de no respectar nada. Pero el derecho del más fuerte debía decidir la cuestión" (36).
El remate de los campos finalmente se suspendió.
Ahora bien, no hay cuestión alguna en que los gobiernos sucesivos no se hayan desautorizado tanto los unos a los otros, a menudo desautorizándose a sí mismos de un día para otro. Alternativamente se adula y se amenaza a los indios, se los llama y se los combate, se los utiliza y se los engaña. Ya son hermanos de raza, cofrades en las armas, y de hecho sus irregulares contingentes de caballería han figurado en los combates de la independencia y en casi todas las guerras civiles; ya, a continuación de alguna abominable travesura de su parte, sólo queda exterminarlos, para, finalmente, pactar con ellos. Flexibles y astutos como zorros, clarividentes como niños, pero niños perversos, los indios se han dado cuenta perfectamente de esas irregularidades de humor y de conducta. Los maquiavelos de la pampa han percibido bien pronto el partido que podían sacar de las gentes para quienes los términos lealtad y perfidia están totalmente desprovistos de sentido. Aceptan apresuradamente las convenciones de paz, pues con éstas siempre ganan algo, sin creerse -en su alma y en su conciencia- obligados a nada por los compromisos que contraen , diría Alfredo Ebelot, otro francés (37).
Poco después del encuentro entre los representantes del Gobierno y los catrieleros, la consecuencia sería un gran malón en la provincia de Buenos Aires. Se inicia a fines de diciembre con una sublevación de los indios que respondían al mando de Juan José Catriel, comenzando así lo que años después se recordará como la última gran invasión de indios por esta zona.
 El Heraldo del Sud del Azul, de 30 de diciembre de 1875, publica:
 El ministro de la guerra se ha lucido. Todavía está fresca la tinta con que firmó con Catriel el tratado por el cual se obligaba a dar a los indios de este cacique campos para establecerse, instrumentos de labranza para explotar­los, raciones para su manutención, sueldos militares, vestuarios, en cambio de un servicio regular y de la obligación de llevar sombrero con divisa. Todavía resuenan los brindis con que el doctor Coronel celebraba la alianza, y ya la alianza firmada está rota y ya Catriel está aliado de hecho con Pincén y con Namuncurá, y ya está sublevado contra el Gobierno, y ya he hecho armas contra el coronel Levalle, primer negociador firmante, y hasta cierto punto ga­rante del tratado, y ya 3.000 indios (algunos llevan el número hasta 4 o 5 mil) sitian e invaden pueblos fronterizos y se esparcen por la zona más rica de la provincia arreando los ganados y dejando como de costumbre en pos de sí la miseria, la orfandad y la muerte. . ." (38)

 La coalición liderada por los caciques Namuncurá, Pincén y los Catriel asolarían los partidos de  Tapalqué, Azul, Olavarría, Tandil,  Juárez, Tres Arroyos y Alvear; después de varios combates con el ejército pusieron fin a las incursiones el 18 de marzo de 1876, cuando fueron finalmente derrotados y dispersados en el combate del Paso del Sauce (o de Paragüil).  Juan José y Marcelino junto a su tribu se refugia cerca de la laguna Guatrache (actual La Pampa), y el 20 de abril de 1877 intentan tomar Fuerte Vedia, en Puán, donde fueron rechazados por el comandante Maldonado. 
El pequeño poblado de Olavarría no estaría ajeno a la invasión, y un testigo de aquellos hechos nos contaría en una carta 50 años después, lo sucedido en aquella dramática jornada, de esta forma:   
"Recuerdo que hace 50  años -narraba don Agapito Guisasola en 1925- el pueblo de Olavarría se componía de cinco casas de ladrillos y techos de hierro galvanizado; la que era de más comodidad y mejor construcción estaba ubicada en el solar norte de la manzana 41. El 27 de diciem­bre de 1875 fue el baluarte de la defensa organizada por todos los residentes de ese naciente pueblopuesto que además de las referidas casas de ladrillos, había veinte ranchos de relativa comodi­dad para establecimientos comerciales y casas de familia.
Algunos vecinos del pueblo y sus alrededores, en la madrugada del 26, fueron a Azul, porque ese da se corría allí una mentada carrera de caballos. Mientras que en la noche del 26 al 27 de diciem­bre del año 1875, en los hoteles, confiterías, fon­das, cafés y almacenes del Azul en animadas conversaciones se comentaban las alternativas, peripe­cias y resultados de las carreras, los indios que obedecían al cacique Juan José Catriel preparaban sus hordas secretamente en las tribus de Calfucura, o más bien dicho de su hijo Namuncurá, para efectuar un formidable malón. Esa noche, toda la "chusma" se alzó con todos sus toldos y hacien­das, marchando al sudoeste de Olavarría.
El cacique Juan José Catriel, sus capitanejos y hombres de lanza (guerreros), se escalonaron en la margen izquierda del arroyo, en las inmediaciones del Azul, mientras las tribus de Namuncurá y Pincén que, de acuerdo con Catriel habían invadido cautelosamente, sitiaban a Olavarría.
Afortunadamente para el poblado el movimiento de los indios fue advertido a tiempo y pudimos reconcentrar todas las familias en la casa de la- esquina norte de la manzana 41, y todos los hom­bres armados y preparados, rechazaron la formida­ble agresión que, en la noche del 27 de diciembre, nos trajeron los de Namuncurá. Ese día, bajo un sol radiante, desde los techos de la referida casa, armados de carabinas y algunos fusiles "Remington, evitamos la destrucción de las demás casas del pueblo que habíamos dejado solas. (…) En resumen, sostuvimos la lucha repeliendo con éxito las agresiones  día y noche,  desde la madrugada del 27 hasta el mediodía del 30 de diciembre de 1975.  

 A finales de setiembre de 1878  habían sido apresados el cacique Marcelino Catriel, su capitanejo Blas Román y otros, por el coronel Lorenzo Vintter.  El 26 de noviembre  se entregarían en Fuerte Argentino (hoy Tornquist) el cacique Juan José Catriel y su tribu. 
Prisioneros Juan José y Marcelino en Fuerte Argentino se les instruye un sumario. Una carta del teniente coronel Antonio Dónovan al coronel Julio Campos, comentándole los pormenores del mismo, nos revela otros motivos de  la sublevación llevada a cabo por los catrieleros.   El texto es la que sigue:       

Fuerte Argentino. — Diciembre 10 de 1878.
 querido Coronel y amigo:
Por la carta que le dirigió Juan José Catriel estará Vd. impuesto de lo mal que se ha procedido con  éste y sus indios.
Vd. se ruborizaría si leyese el sumario que yo he instruido a Catriel y que Vintter ha elevado reservadamente al General Roca. Las declaraciones de Juan José y Marcelino honran altamente a Vd. así como denigran a otros y según Vintter todo lo que declaran estos caciques es la verdad y justifica el alzamiento de ellos.
Los Catrieles están desesperados porque los llevan  a esa ( se refiere a la isla Martín García) , pues toda su esperanza la tienen en Vd.".
Entre las muchas cosas que declara Catriel, dice lo siguiente: Que el Señor Coronel D. Julio Campos, encontrándose en el 9 de Julio, lo mandó a la Blanca Grande con su tribu para que cuidasen esa frontera, y que le recomendó que cuidasen bien aquella frontera, que pronto serían relevados y que desde ese momento concluía la tribu, que todos eran Guardias Nacionales. Que poco tiempo después tomó el Coronel  Levalle el mando de esa Frontera y nombró Intendente a Iranzo e hicieron todo lo contrario de lo que  había ordenado D. Julio Campos, y después de esto  siguen otras revelaciones tremendas y por eso yo no  quise seguir la sumaria.
Los Catrieles quieren ir a Entre Ríos a trabajar a donde Ud. les indique pues para ellos no hay más ' que Julio Campos. Yo los he tratado bien, basta que recuerden de Vd. con cariño y les he dicho que Vd. no los abandonará y que ha de hacer lo posible por colocarles bien (39).

Los caciques Marcelino y Juan José, junto a otros integrantes de la tribu, fueron trasladados ese mismo año a la Isla Martín García, donde permanecieron como prisioneros. El 11 de agosto de 1879, Juan José y Marcelino serían bautizados en la parroquia del Pilar, de Buenos Aires.
En setiembre de 1886, Juan José Catriel solicitaría por carta al Presidente Roca su liberación, la de Marcelino y sus familiares, siendo finalmente liberados al mes siguiente. 

Colonia Olavarría
El 10 de noviembre de 1877 se sanciona la ley Nº 1147, reglamentada el 12 de noviembre de ese mismo año, que creaba la Colonia Olavarría (nombre de todo el área destinada a la colonización).
El artículo Nº 1 de la ley establecía que se destinaba para la Inmigración Ruso- Alemana, el área de dieciséis leguas cuadradas del partido de Olavarría y la tierra pública que el Estado poseía en el arroyo Nievas. Tras elevarse el proyecto de ley a la Cámara de Senadores, por iniciativa del senador R. Varela, se modificó la exclusividad que tenían aquellas familias ruso-alemanas, y se extendió los beneficios de la ley a ciudadanos argentinos y de otras nacionalidades. La modificación quedó establecida en el artículo Nº 9 de dicha Ley, destinándose una tercera parte de las tierras a ciudadanos argentinos o extranjeros en las mismas condiciones.
Cada familia podía adquirir de uno a cuatro lotes con la expresa condición de no enajenarlos por el término de 5 años. El costo de la hectárea se tasó en cincuenta pesos moneda corriente y el plazo de pago en diez años. La ley tenía como objetivo principal fomentar la agricultura.
El senador Varela, para fundamentar la modificación del artículo de la ley, nos sorprenderá con un singular argumento, que transcribimos del libro de sesiones del Senado:

Sr. Varela (R.) – Más adelante yo voy a proponer a esta Cámara un artículo de que voy a dar lectura, porque me imagino que va a anticiparse alguna observación a este respecto. Este artículo es el siguiente:
‘Hasta un treinta por ciento de la tierra señalada por el artículo 1º deberá venderse a los ciudadanos o extranjeros habitantes de la Provincia, que las soliciten bajo la condición expresa de que ocuparán personalmente las chacras que se les vendan, no pudiendo enajenarlas antes de los cinco años de su población.’
A la Comisión se le ha escapado consignar este artículo pero es muy importante.

Sr. Varela (R.) – Yo había puesto primero ‘podrá’; pero lo había borrado con el objeto de hacer prescriptivo al Poder Ejecutivo. Yo tengo en la memoria un caso que deben todos los pueblos de América recordarlo: hay una pequeña población que se llama Belisle (sic), ( se refiere a Belice) en la América Central, fue una pequeña colonia inglesa autorizada por Centro América. Al poco andar del tiempo, vino una resolución del gobierno inglés, apoyando aquella colonia, y hoy es un pedazo de Inglaterra enclavado en aquella parte de América. Soy desde entonces de opinión que no debe establecerse una población únicamente de una nacionalidad; debemos buscar la amalgama, y por esto no he puesto ‘podrá’, para no dejar al Poder Ejecutivo la facultad de negar el derecho de comprar tierra en esta colonia a aquél que la solicite.
Esta es la razón porque he querido hacerlo prescriptivo, sin embargo la Cámara resolverá.
Y después, para que no queden dudas de cuál era el temor que tenía el senador Varela, cuando propone la modificación del artículo en cuanto a quienes podían comprar las tierras, el senador Ruiz de los Llanos expresaba:

Sr. Ruiz de los Llanos – Pero entonces no se consultaría el propósito principal que nos indicaba el señor Senador Varela, y es que no se haga aquí un núcleo de población de una misma nacionalidad, para que no tengamos un pedazo de Alemania en el seno de Buenos Aires. Por eso yo decía, consultando las observaciones del señor Senador, que podíamos poner ‘de otra nacionalidad’. Es claro que el peligro es muy remoto entonces.

Sr. Varela (R.) – Entonces puede modificarse la redacción poniendo: ‘y extranjeros de otra nacionalidad’ en vez de ‘habitantes de la Provincia’.


Contrariamente a lo que uno podría suponer, en la compra de las tierras, no fueron mayoría los alemanes del Volga; el informe realizado por la Comisión Colonizadora, en 1882, nos cuenta cómo se componía en esa fecha su población y las nacionalidades de los colonos; sobre un total de 370 familias en la Colonia Olavarría, había 138 argentinas, 110 ruso-alemanas, 35 españolas, 25 francesas, 21 italianas, 18 suizas, 7 orientales, 8 alemanas, 1 brasilera, 1 estadounidense, 1 inglesa y 5 austriacos de Bohemia.


Familias del cacique Chipitruz 33, total 403 familias. El aérea de toda la Colonia Olavarría era de 24 leguas cuadradas, dividida en 1.251 chacras, de 47 hectáreas, 24 aéreas y 72 metros .
Distribuidas por nacionalidades, el detalle de la venta de chacras fue el siguiente:
  A rusos -alemanes                           334
A otras nacionalidades                       581
Quedaron Vacantes                            336 
                                                     ________
                                                        1.251 


                                         Emblema de la Colonia Olavarría
                                  
Descripción:  En el centro, franqueado por gavillas de trigo que descansan sobre un arado  de una reja, el escudo argentino con todos sus atributos.
Leyenda semicircular superior: Colonia Olavarría, e inferior recta: Intendencia.

Con el correr de los años el nombre de “Colonia Olavarría”, como fue denominada el área de colonización establecida por la ley de 1877, quedó en el olvido.
Las mencionadas aldeas ruso-alemanas lograron mantenerse y crecer gracias al esfuerzo de los colonos y de  la Comisión Colonizadora. El hecho de haberse agrupado en un lugar, a pesar de que fuera desalentado en un principio por el Gobierno, hizo posible la formación de cada aldea  y mantener vivo su origen, adoptando después la denominación de Colonia Hinojo, Colonia Nievas y Colonia San Miguel.    
El periódico azuleño El Eco del Azul del 22 de diciembre de 1878, a casi un año de la llegada de los primeros inmigrantes, nos cuenta de los volguenses y es muy crítico de la  decisión de vivir nucleados: “Los rusos que a algunas buenas cualidades, reúnen defectos capitales, resistieron además, todos los esfuerzos que se hicieron, para que cada familia se estableciera en sus respectivas concesiones, pues pretendían y pretenden aún, establecerse en pequeñas aldeas, como lo han hecho sus antepasados.
Tales han sido los inconvenientes, con que se ha tenido que luchar para establecer la colonia Olavarría, pues los rusos tiranizados en su país, en medio de su ignorancia, no pueden comprender que el Gobierno y sus agentes no tengan otra finalidad que su bienestar y prosperidad...”. 
Más adelante, en el mismo relato, informa sobre los resultados hasta ese momento: “300 cuadras sembradas con trigo... 250 cuadras sembradas con papa y maíz… 16 cuadras de hortalizas, almácigos con semillas de árboles y de gajos”, agregando “que terminado el año del racionamiento, los rusos no necesitarían ya ser mantenidos por el Gobierno”.
En el diario La Prensa de Buenos Aires, del jueves 14 de febrero de 1878, se comunica que se encontraban muy adelantados todos los edificios en construcción por los colonos ruso-alemanes, siendo en su mayor parte de material, pues la madera que se les había dado para hacer las habitaciones las dejaban para otros usos y eran de su preferencia el adobe o ladrillos. “Esto es una prueba evidente de que estos inmigrantes son laboriosos y trabajadores y ejecutan estas obras con la mayor satisfacción, deseando concluir éstas para dar principio a los trabajos de agricultura…” (40).

El resumen final del informe de la Comisión Colonizadora dice:
“A fines de 1877 no había quien se atreviese a poblar los campos de Olavarría: los indios habían sido expulsados un año antes, y se temían venganzas, pues todavía sus partidas penetraban hasta las inmediaciones de la Colonia.
En esa situación fueron los primeros grupos de colonos Ruso-Alemanes, bajo la dirección del Intendente D. Enrique Curth, sin contar con más alojamiento que las carpas que llevaban consigo, no encontrándose en el campo ni leña para quemar.
A pesar de los muchos contratiempos ocasionados en parte por los mismos colonos, la energía y perseverancia del citado Intendente consiguió hacer realidad el propósito de la Colonia, dice el informe de la comisión del año 1882” (41).

La totalidad de las tierras de la colonia no pudieron venderse, y por ley Nº 1615, promulgada el 2 de enero de 1883, la provincia de Buenos Aires entregó a la municipalidad de Olavarría el sobrante de las chacras destinadas a la Colonia Olavarría, numeradas desde el 1 hasta 666 y las 692, 693, 694, 695, 696, 697 y 698; para que lo producido de su venta sea destinado por la Municipalidad a las siguientes obras: un templo católico, una casa de juzgado y policía, una casa municipal, edificios para escuelas y un puente en el arroyo Tapalqué. 

Creación del Partido de Olavarría

El 17 de noviembre de 1875, el Gobernador Casares comisionó al agrimensor Juan Coquet, para que trazase de nuevo el ejido de Olavarría. Por fin, la esperada nueva mensura de Olavarría la inició Juan Coquet el 30 de marzo de 1876, y la finalizó el 28 de mayo de 1877. El Poder Ejecutivo aprobó la mensura el 3 de agosto de 1877.

El trabajo fue rectificar lo realizado unos años antes por el ingeniero Ceztz. Como resultado, integró 16 leguas al nuevo partido a crearse, y para que las manzanas que tenían frente sobre la ribera del arroyo no resultaran irregulares, dejó un espacio libre de 35 metros sobre el arroyo dando lugar al hoy denominado Parque Mitre .
La foto del plano que adjuntamos, es un recorte sobre la base del presentado por Czetz, donde se incluyen nombres de propietarios de algunas de las parcelas.
En el plano se observa que el perímetro del fortín ocupaba un espacio que se extendía de la Avenida del Valle hasta la calle Coronel Suárez, llegando a su mayor ancho casi hasta la calle Lavalle. También, entre otros conocidos de la historia olavarriense, vemos que Álvaro Barros y su esposa Adela Eastman tenían adjudicadas las chacras 66 y 76; y A. Barros las quintas 1 y 2 que se ven adyacentes a donde hoy está el Club Estudiantes.



Esta noticia fue aprovechada por los pobladores para solicitar nuevamente la creación del partido. La nota fue presentada el 8 de setiembre de 1877 y suscrita por ochenta y dos vecinos entre estancieros, labradores y comerciantes. En el expediente que se tramitó para la creación del partido, consta que en el partido ya había 2.000 habitantes y que en el pueblo existían 78 casas de ladrillo con techos de hierro y baldosa y 36 con techos de paja. 
El 12 de abril de 1878, los diputados Lucio Vicente López, J. Martínez, J. M. Morillo, R. Bunge. J. M. Casullo, E. Enciso, E. Rodríguez, E. Amadeo, V. Villamayor y A. Saldías, presentaron un proyecto de creación del partido de Olavarría que fue aprobado sobre tablas por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. En la Cámara de Senadores fue considerada en sesión del 22 de octubre y aprobado también sin observaciones.
El 25 de octubre de 1878, previo informe del Departamento de Ingenieros para determinar los límites del nuevo partido, se declaró cabecera del partido de Olavarría al pueblo ya establecido sobre las puntas del arroyo Tapalqué. 
El Senado y Cámara de Diputados de la Provincia: 
Art. 1º-  Declárase cabeza del Partido al pueblo de Olavarría. Art. 2- El P.E determinará los límites del Partido de Olavarría, previo informe del Departamento de Ingenieros. Art. 3-Los gastos que demande el cumplimiento de esta ley, se cubrirán de Rentas Generales y se computarán a la misma. Art 4- Comuníquese etc. Dado en la sala de Sesiones de la Legislatura de la Provincia a 22 de Octubre de 1878.  
Manuel Gaché                                               Juan C. Belgrano  
Presidente del Senado                           Presidente de la C. de Diputados 
Carlos A. D`Amico                                         J.M. Jordán (hijo) 
Secretario del Senado                            Secretario de la C. de Diputados  
   Por decreto del 16 de mayo de 1879, se fijaron los límites del partido y se designaron las autoridades, quedando como Juez de Paz Eulalio Aguilar; comandante militar Matías Miñana, y para integrar la Comisión Municipal, como titulares, los señores Celestino Muñoz, Emilio Cortés, Manuel Leal y Manuel Canaveri, y como suplentes, los señores Ángel Moya y Joaquín Pourtalé. 
  Seguidamente se procedió a la distribución de cargos municipales, resultando previa votación para ocupar el puesto de Procurador Municipal Don Celestino Muñoz; para Municipal Tesorero Don Manuel Leal; para Municipal de Culto e Instrucción Don Emilio Cortés; para Municipal de Policía y Tierras Don Manuel Canaveri.
   Por su parte, la policía se componía de un oficial y ocho soldados.
El 26 de mayo de 1879 se instaló la Corporación Municipal y el Juzgado de Paz en Olavarría.
El 22 de noviembre de 1879, por solicitud de la Comisión Municipal de Olavarría, se extendieron los límites del partido y el 9 de marzo de 1881 se fijaron los que lo separan del partido de Juárez.
  En 1879, la extensión territorial del partido era de 9.483 kilómetros cuadrados.
El 5 de julio de 1882 se fijan los límites con Coronel Suárez, el 16 de setiembre de 1889 con Laprida y el 14 de febrero de 1890 con General Lamadrid. En 1882, Olavarría limitaba con solo cinco partidos, y al crearse nuevos partidos pasaría a limitar con siete y dejando de limitar con Coronel Suárez. La fijación de los límites y la creación de nuevos partidos, hizo que la extensión de Olavarría se redujera a 7.714 kilómetros cuadrados.
La mensura dividía el pueblo en ciento veinte manzanas de 86,6 m. y reservaba para la plaza y edificios públicos las manzanas Nº 47,48,59 y 60 ; es decir, las ocupadas hoy por la plaza Coronel Olavarría, la municipalidad, el conocido hipermercado y el Cine Teatro Municipal.  Se trazaron además 186 quintas y 851 chacras. 
El censo de la provincia de Buenos Aires de 1881 daba una población total de 7.375 habitantes distribuidos en todo el partido, de los cuales había 2.354 extranjeros. En la planta urbana habitaban 740 y en la rural 6.635. Existían 15 almacenes, 3 acopiadores de frutos del país, 2 carnicerías, 6 fondas, 1 mercachifle, 3 organistas, 2 pulperías, 2 puestos de mercado, 24 tiendas-almacén, 1 tienda , 4 carpinterías, 1 confitería , 2 caleras, 1 molino de agua, 4 bodegones y 2 boticas. Existían 1.151 familias que tenían en total 2.664 niños; de estos había 763 varones y 594 mujeres de 6 a 14 años. Funcionaban dos escuelas a la que concurrían 292 alumnos.
Hasta el 28 de octubre de 1890, cuando se sancionó la ley Orgánica de las Municipalidades, las comisiones municipales eran designadas por el Gobierno de la provincia.  La nueva ley disponía una elección indirecta del intendente.
El 30 de noviembre de 1890 se realizó en Olavarría la primera elección de municipales, los cuales compondrían el cuerpo deliberativo y serían los encargados de elegir, entre ellos, al intendente. Con ese título fue elegido Camilo Giovanelli; a él se lo considera el primer intendente de Olavarría.
Finalmente, veamos ahora que nos cuenta en su libro el fundador de Olavarría. En una de sus partes, haciendo referencia a los detalles de la fundación y las vicisitudes que tuvo que pasar el incipiente pueblo de Olavarría, nos relata lo siguiente: "Volvamos ahora a Olavarría" comienza diciendo, para continuar:
“El general Rosas en el diario de su expedición al Colorado en 1833, dedica algunas líneas a la descripción del lugar donde está situada sobre la margen derecha del arroyo Tapalqué.
Este arroyo tiene su origen en la vertiente oriental de la Sierra Sotuyo. Empieza por una serie de cañadas que al entrar en un suelo más elevado forman cajón y viene sensiblemente aumentando el caudal del agua y las barrancas hasta formar un salto de piedra.
En este sitio fundé el pueblo de Olavarría en 1866 sin ningún auxilio del Gobierno.
En marzo de 1867, visitando la campaña el Gobernador de Buenos Aires Dr. Adolfo Alsina, llegó al Azul y tuvo la deferencia de pasar conmigo a visitar el naciente pueblo de Olavarría que tenía ya seis manzanas pobladas.
El Dr. Alsina comprendió la conveniencia que había en ayudar a aquellos pobladores avanzados como también las ventajas del sitio elegido para asiento de un pueblo, y me prometió enviar un ingeniero que rectificara la delineación que yo había practicado, y completara la traza del pueblo.
En el mes de julio del siguiente año fue allí el coronel de ingenieros D. Juan F.
Cetz, ejecutó la traza y dejó colocados los mojones.
La población aumentó a trece manzanas y se poblaron algunas chacras.
Para dar incremento a aquella población, era necesario fomentar la agricultura, y una pequeña donación de tierra no era aliciente bastante para llevar pobladores con capital a aquellas alturas.
Era necesario disponer de recursos para proporcionar útiles de labranza y semillas a los pobladores pobres que se encontraban, y esto no me era posible.
Los oficiales trataron de formar una asociación de agricultura, pero el gobierno no les pagó sus haberes y no se realizó por falta de capital.
Traté entonces de llamar la atención de los agricultores del Azul donde hay capitales y es escasa la buena tierra, y para ello hice el primer ensayo en una sementera de trigo”.     
Más adelante en el relato, Barros nos comenta de la difícil situación por la que había atravesado el pequeño pueblo de Olavarría, poco después de su fundación: “Algún tiempo después de mi separación (de la Guardia Nacional), la guarnición fue a situarse en la Blanca Grande, unas quince leguas al poniente de Olavarría y el coronel Borges comprendiendo la conveniencia que había de conservar aquel pueblo que encontró hecho, dejó para garantir su seguridad una guarnición de 40 hombres al mando del capitán de Guardias Nacionales D. Lucio Florinda.
Éste, vecino ya del pueblo y uno de sus más empeñosos agricultores, previendo que el Gobierno mandase retirar aquella pequeña fuerza, dejándolos a merced de los indios cuyas tolderías empiezan en su ejido, trató de propiciárselos, ocupándolos como peones en los trabajos de agricultura.
Lo que hizo Florinda hicieron también los demás pobladores, y los indios encontrando allí un trabajo seguro y productivo, fueron pronto interesados en la conservación de Olavarría.
Esa fue su salvación, pues habiendo sido reemplazado el coronel Borges por el coronel D. Francisco Elía, éste encontró inútil, y aún creo que perjudicial la existencia de aquel pueblo, y no solo retiró de él la guarnición, sino que mandó demoler los cuarteles y demás construcciones hechas con recursos de la Nación.
Pero Olavarría ofrecía ya ventajas a los indios, y los pobladores tenían en ellos no sólo garantías de seguridad sino también brazos para sus faenas, y Lucio Florinda animando a todos con su presencia y con fe en los buenos resultados, consiguió aumentar el número de pobladores y así que la agricultura progresara."(...) “El Pueblo debe pues su formación al esfuerzo de los pobladores primitivos cuyos nombres es justo consignar, y son los siguientes:
Argentinos: Lucio Florinda, Alejandro Amaya, Juan Quinteros, Juan Chamorro y Arminda Anchorena.
Españoles: Manuel Fernández y Lorenzo Unzaga.
Francés: Pedro Lasse.
Ellos secundaron un buen pensamiento mío, aventurando cuanto poseían allá en los dudosos límites que separan la civilización de la barbarie, sin que exista barrera alguna que se oponga al poder destructor de la última” .
Lucio Florinda, oficial oscurecido e inutilizado a la vez que honrado, inteligente y modesto, hizo por su conservación y adelanto, lo que el Sr. Sarmiento aplaude con entusiasmo, cuando se ofrece hablar de los fundadores de Michigan o de Chicago.
Y por fin, esos mismos indios tan despreciados por inútiles, tan maltratados por dañinos, vinieron a custodiar ese puesto avanzado de la civilización, a sostener con su trabajo personal,
Esos mismos indios pintados siempre con los más sombríos colores, considerados como el único obstáculo opuesto al adelanto, como una terrible amenaza a la humanidad, han manifestado lo contrario con hechos elocuentes.
Ellos han contribuido a la defensa de la frontera contra los invasores.
El Gobierno no les ha pagado sus servicios ni el mes de sueldo que correspondía a los indios que salieron a campaña y se batieron bien en las dos ocasiones que refiero.
Por el esfuerzo de media docena de hombres, se funda un pueblo en el centro de los dominios de los indios bajo la protección de las fuerzas nacionales.
Un nuevo jefe retira de allí las fuerzas y hace demoler las obras de fortificación.
El Gobierno consiente en esto y consiente en que sea suspendida la entrega de las raciones de los indios durante un largo período.
Los pobladores se consideran perdidos y tratan de salvar la vida abandonando sus intereses a la rapacidad de los indios hambrientos y resentidos, pero éstos rodean el pueblo, le protegen con su fuerza, y con sus brazos salvajes fomentan la agricultora que el poder oficial condenaba a la destrucción.
Estos hechos prueban que los indios aceptan la civilización, que quieren regenerarse en el aprendizaje del trabajo y al amparo de la justicia.
Cómo son aprovechadas estas disposiciones, lo dicen también los hechos.
Se abusa de su crédula ignorancia para dividirlos, se fomenta la saña hasta que se vengan a las manos, y apoyando a una fracción se persigue a la otra, hasta apoderarse de sus propiedades y cuando estos incrédulos concurren a la justicia del Go­bierno, caen prisioneros y unos van a presidio y otros son destinados a los cuerpos de línea.
La moral de estos hechos, repetidos en todas las épocas, está al alcance de todos.
La perfidia de los indios, es el resultado de nuestra enseñanza.
Cuando los indios sean tratados con equidad y justicia, serán sometidos a nuestras leyes y autoridades por los mismos beneficios que deben cosechar y poniendo en práctica los sencillos medios que otras naciones nos enseñan, la nuestra alcanzaría en pocos años a una altura sorprendente (42).
En el  relato Álvaro Barros expresa un sentido reconocimiento  para el capitán  Lucio Florinda, el pequeño grupo de vecinos y  los  indios, por contribuir a la defensa y la permanencia del naciente pueblo de Olavarría, pero  es también un mensaje para los responsables de la política indígena, consiente de la importancia y los beneficios de integrarlos y enseñarles a trabajar.     
En 1870, la comisión directiva de la Sociedad Económica de Azul, en nota dirigida al presidente de la Sociedad Rural Argentina, decía: "Los indios pampas de Catriel son más fáciles de civilizar rectamente y más dispuestos a recibir la educación cívica, que nuestras masas rurales y aún las urbanas. Nos creemos autorizados para ir y sostener en todos los terrenos desde el confidencial y privado, hasta el público u oficial, que los indios pampas serían a la fecha en que escribimos, relativamente honrados, laboriosos y morales si nosotros los hombres de la civilización no hubiésemos sido tan malvados y co­rrompidos" (43).
Y no sería que los indios esperaban  que les enseñáramos  educación y a trabajar, como bien dice A. Barros que se debería haber hecho.  
El coronel Lucio V.  Mansilla nos relata en su libro el  encuentro con el cacique Mariano Rosas, que nos parece adecuado transcribir, porque expresa lo que antes dijimos: 
Conversando un día con Mariano Rosas (hijo del cacique ranquelino Painé y ahijado de Juan Manuel de Rosas),  yo hablé así:
—Hermano. Los cristianos han hecho hasta ahora lo que han podido, y harán en adelante cuanto puedan, por los indios.
Su contestación fue, con visible expresión de ironía.
—Hermano, cuando los cristianos han podido nos han muerto; y si mañana pueden matarnos a todos, nos matarán. Nos han enseñado a usar ponchos finos, a tomar mate, a fumar, a comer azúcar, a beber vino, a usar bota fuerte. Pero no nos han enseñado ni a trabajar, ni nos han hecho conocer a su Dios. Y entonces, hermano, ¿Qué servicios les debemos? (44).


[1] Sierra Chica pertenece al Partido de Olavarría. Los indios llamaban al lugar: Pichi (Pequeña)-Mahuida (Sierra).
[2]Historia de la Provincia de Buenos Aires y Formación de sus pueblos. Archivo Histórico de la Provincia. Vol. 1 pág.133
[3]Archivo del General Mitre, Tomo XIV, página 175
[4]Ramón Rafael Capdevila, Tapalqué en la Historia, pág.155. Tomo I
[5]José Arena, Julio H. Cortes y Alberto Valverde, Ensayo Histórico del Partido de Olavarría. pág. 217
[6]José Arena, Julio H. Cortes y Alberto Valverde, Ensayo Histórico del Partido de Olavarría.  pág. 216
[7]Archivo del General Mitre, Tomo XXIV, pág. 18.
[8]Archivo del General Mitre, Tomo XXIV, pág. 19.
[9]Archivo del General Mitre, Tomo XXIV, pág. 20.
[10]
Archivo del General Mitre, Tomo XXIV, pág. 27.
[11] Archivo del General Mitre, Tomo XXIV, pág. 33
[12] Antonino Salvadores, ‘Olavarría y sus Colonias”, pág. 6
[13] Antonino Salvadores, ‘Olavarría y sus Colonias”, pág. 12
[14] Antonino Salvadores, “Olavarría y sus Colonias”, pág. 15,  la primera iglesia de Olavarría se inauguró en 1882. 
[15] Álvaro Barros, Fronteras y Territorios Federales, pág. 176
[16] Antonino Salvadores, Olavarría y su Colonias, pág. 8
[17] Álvaro Barros, Fronteras y Territorios Federales de las Pampas del Sur, pág. 189 y 189.
[18] Juan Carlos Whalter, La Conquista del Desierto,  páginas 451 y 452.
[19]Juan Carlos Whalter, La Conquista del Desierto, Anexo Nº 9, páginas 786 y 787. 
[20] Juan Carlos Whalter, La Conquista del Desierto,  páginas 460 y 461.
[21] Álvaro Barros, Fronteras y Territorios Federales de las Pampas del Sur, pág. 201
[22] Álvaro Barros, Fronteras y Territorios Federales de las Pampas del Sur, pág. 129
[23] Antonino Salvadores, Olavarría y sus Colonias,  página 24. 
[24] Antonino Salvadores, Olavarría y sus Colonias,  página 15. 
[25] José Arena, en Ensayo Histórico del Partido de Olavarría, páginas 287 y 288.
[26] Fojas de servicio del coronel Don Jorge Reyes, Buenos Aires, 1928, p. 48 . Op. cit, en La revolución mitrista y la trágica muerte del cacique Cipriano Catriel( Olavarría 1874) Un aporte documental, por Durán, Juan Guillermo.
[27] Fols. 5r-6r. Archivo de la familia Güemes. Op. cit, en La revolución mitrista y la trágica muerte del cacique Cipriano Catriel( Olavarría 1874) Un aporte documental, por Durán, Juan Guillermo.
[28]Alberto Sarramone, Catriel y  los indios Pampas, pág. 271
[29] José Arena, en Ensayo Histórico del Partido de Olavarría, páginas 285 y 286
[30] Antonio G. Del Valle, Recordando el pasado, Azul, 1926.
[31] Guillermo Cuadrado Hernández, San Cipriano Catriel... op.cit., p. 40
[32] Estanislao Zeballos, Calfucurá y la Dinastía de los Piedra. Buenos Aires, 1961, p. 141
[33]H. Armaignac, Viajes por la Pampas Argentinas, pág. 122, Eudeba, 1974.
[34] Claudio E. Aquerreta,  Los Cacique Catriel, pp 69-70
[35] El Imparcial, de Azul, del 09 de abril de 1908- comentario firmado por Juan Montenegro. 
[36] Emilio Daireaux, Vida y Costumbres del Plata TOMO I, pág. 78  y 79 y 80
[37] Alfredo Ebelot, Recuerdos y Relatos de la Guerra de la Frontera, pág. 22, Edic. Plus Ultra. 
[38] Álvaro Junque, Calfucurá-La conquista e las pampas, página 346.
[39] Jacinto R. Yaben, Vida militar y política del Coronel D. Julio Campos, páginas 226 y 227. 
[40] Alberto Sarramone, Los abuelos alemanes del Volga, pág.128
[41]Antonino Salvadores, Olavarría y sus Colonias, págs. 57 a 63.
[42] Álvaro Barros, Fronteras y Territorios Federales, páginas 194, 195 y196.
[43]  Claudio E. Aquerreta,  Los Cacique Catriel, pág. 85
[44] Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios Ranqueles, Tomo II, pág. 385, Editorial Jackson, 1953



Coronel Álvaro Gabriel Barros 
Cuadro de Prilidiano Pueyrredón del año 1865. Donado por su hija Adela Barros Eastman en 1936, al Museo de Bellas Artes de la ciudad de Buenos Aires
                                                      
      Nació en la ciudad de Buenos Aires el 18 de marzo de 1827. Fueron sus padres, don Álvaro Demetrio Santiago Barros de la Cuadra y doña Manuela García Ferreyra.
Su padre, un estanciero de la provincia de Buenos Aires a quien Rosas le confiscó sus campos, emigró junto a su mujer y su hijo Álvaro al Uruguay, en 1840. En Montevideo, él formó parte del grupo “Libertad” y se dice fue agente secreto de Juan Lavalle[1].
Su madre era nieta del coronel Pedro Andrés García, aquel que en 1810 se había internado en el entonces denominado “desierto” por encargo del primer gobierno patrio y narrado su experiencia en El Diario de un viaje a Salinas Grandes que dejó terminado el 16 de noviembre de 1811. Es este mismo García, quien en 1813 presentó un estudio sobre la navegación del Río Tercero y otros afluentes del Paraná con el título “Memorias sobre la navegación del Tercero y otros ríos que confluyen en el Paraná”, y al que se le pidió, el 15 de noviembre de 1821, que presentara un plan para precaver las incursiones de indios en la provincia de Buenos Aires, y por tal motivo en 1822 inició una expedición al interior de la provincia y logró firmar algunos tratados de paz con caciques pampas y huilliches.
Después de la batalla de Caseros, la familia Barros regresó a Buenos Aires. El padre fue Comisario de Guerra en el ejército de la Frontera Sud, luego Juez de Paz en San Nicolás y, posteriormente, cuando dejó el Ejército, Prefecto Marítimo del mismo lugar. A su muerte, se desempeñaba siendo tesorero de la Aduana de la Capital.
Álvaro Barros había ingresado al país en 1852 alistado en el Ejército Grande que conducía el general Urquiza. En abril del mismo año fue dado de alta en el primer Regimiento de Caballería, con el grado de alférez, cuerpo con el que tomó parte de la Revolución del 11 de Septiembre contra las fuerzas del general Galán; hecho que tuvo como consecuencia la separación temporaria de Buenos Aires de la Confederación.
El 6 de diciembre, pasó al Batallón 1º de línea, con el cual asistió a la defensa de la Capital, asediada primero por las tropas del general Lagos y después por el general Urquiza.
En el año 1854 ascendió a sargento mayor de su batallón. Al siguiente, pidió y se le concedió la baja del servicio activo. Reincorporado al servicio el 25 de julio de 1856 partió a Azul, provincia de Buenos Aires, a las órdenes del general Manuel de Escalada.
Álvaro Barros fue promovido a sargento mayor del cuerpo de Coraceros Nº 2, el 24 de agosto de 1857, en reemplazo del mayor Pedro Escalada. Con este cuerpo que se hallaba destacado en Azul, participó de la acción del Sol de Mayo a las órdenes del coronel Wenceslao Paunero, y en la de Arroyo Seco al mando del coronel Emilio Conesa.
Regresó a Buenos Aires y obtuvo, por segunda vez, el 12 de mayo de 1858, su baja de servicio. El 26 de mayo de 1858 se reincorporó al ejército de Reserva que guarnecía Buenos Aires. En este mismo año se casó con Adela Eastman Islas, de cuya unión nació su hija Adela.
Después de la retirada del general Urquiza de la Capital (año 1860), fue nombrado comandante militar de Mercedes, de donde regresó a Buenos Aires por haber pasado a la Plana Mayor Pasiva, el 31 de mayo del mismo año.
El 10 de agosto de 1861 se organizó el batallón Cazadores de Buenos Aires, cuyo mando se le confió. Este cuerpo, conjuntamente con el Batallón Centro, formó parte del 1º Cuerpo de Ejército a las órdenes del general Paunero, quien marchó al interior de la República después de haber triunfado en Pavón.
El 31 de enero de 1863 fue nombrado jefe del Regimiento 4º de G. N. y el 1º de agosto de 1865 marchó a la Frontera de la Costa Sud, en carácter de segundo jefe.
Designado jefe de la Frontera Sud, en 1866 participó en diversas acciones contra los indios, logrando firmar la paz con los caciques Calfucurá y Renquecurí.
El 8 de agosto de 1867, Á. Barros ya instalado en Azul, fundó la Logia Masónica del Sur Nº 25, donde fue su primer Venerable Maestro. Se había iniciado como masón en la Logia Regeneración Nº 5 el 10 de octubre de 1866 (2)
En noviembre de 1868 fue promovido al grado de coronel. En 1869, Barros fue separado de su cargo como comandante de la Frontera Sud, y relegado a la Plana Mayor Activa del Ejército sin destino alguno (pero con sueldo).
La muerte de Urquiza (año 1870), hizo que Álvaro Barros se incorpore, en mayo, al ejército comandado por el general Conesa en Nogoyá dispuesto a combatir la sublevación de López Jordán. Ese año, participó, en la provincia de Entre Ríos, de la Batalla del Sauce, a las órdenes del general Conesa.
Una serie de cambios en los mandos del ejército que operaba en Entre Ríos y desacuerdos por algunas medidas y conductas de los generales Gelly y Obes e Ignacio Rivas, llevaron a Barros a solicitar al gobierno su retorno a Buenos Aires. Allí pasó a la Plana Mayor Activa y posteriormente a la Plana Mayor Disponible.
Como consecuencia de haber firmado el 14 de octubre de 1871, en su carácter de socio de la Sociedad Rural Argentina, una solicitada que aludía a la inseguridad que padecían los hacendados por las frecuentes invasiones de los indios, el Gobierno dispuso como castigo reducirle a la mitad su sueldo. La merma de sus ingresos sería –quizás- un motivo para que Barros comience a trabajar en diarios y revistas.
Fue redactor y colaborador de El Nacional, La República, y El Pueblo; también aparecieron varios artículos suyos en los Anales de la Sociedad Rural Argentina y la Revista del Río de la Plata.
En 1870, Barros, en colaboración con su amigo el Dr. Carlos Paz, publicó su primer folleto refiriéndose a la política mitrista.
Es en la Revista del Río de la Plata, la cual aparecía mensualmente y dirigían Andrés Lamas, Vicente Fidel López y José María Gutiérrez, donde Barros escribió hacia fines de 1871 y durante 1872 una serie de artículos, que luego aparecieron, a finales de 1872, en su libro Frontera y Territorios Federales de las Pampas del Sur; dedicado a su amigo y ex gobernador doctor Adolfo Alsina. Con este último, sin embargo, mantuvo diferencias por la política de construir una “zanja” como medida defensiva contra los indios, cuando Alsina se desempeñaba como Ministro de Guerra y Marina. En agradecimiento a la dedicatoria, Adolfo Alsina diría que Barros se revela en esta obra como historiador, como crítico y como geógrafo.
El libro Fronteras y Territorios Federales de la Pampas del Sur, en parte autobiográfico, fue muy bien recibido por el público y la crítica.
Además de su actividad como columnista en distintos medios, el 3 de febrero de 1872 constituyó una sociedad con Adolfo Alsina, Ventura Martínez, Esteban Señorans y otros, para establecer una red telegráfica que vinculara a pueblos de la campaña entre sí y con la ciudad de Buenos Aires.
En 1872 aceptó defender ante un consejo de guerra a un oficial del Ejército Argentino, el sargento mayor Juan Pincinatti o Pencinatti [3] que había sido acusado por mala administración en el racionamiento de las fuerzas en la Frontera Sur de Córdoba. La defensa del oficial le permitió a Barros hacer una serie de denuncias públicas sobre la corrupción existente en la frontera. La gravedad de las acusaciones hizo que el Gobierno le prohibiera publicar su defensa.
Barros acusó al proveedor del Ejército, Sandalio Arredondo, hermano del general José M. Arredondo y jefe de la Frontera Sur de Córdoba, de ser el habilitador de los delitos que se le imputaban a Pincinatti. También incriminó al general Arredondo como responsable de no imponer condiciones a los proveedores del Ejército y de protegerlos.
La reacción del general Arredondo fue la de culpar a Barros de calumnias ante el Ministerio de Guerra y solicitar un sumario para establecer la veracidad de los hechos. Pincinatti fue declarado culpable, y Barros, viendo que las acusaciones contra Arredondo no prosperaban, se consideró en libertad de hacer públicos todos los elementos probatorios de sus acusaciones sobre el comportamiento del general[4].
La difícil situación finalizó con Álvaro Barros solicitando la baja del Ejército, que se le concedió el 22 de abril de 1873.
En este mismo año formó una sociedad con Alfredo Ebelot, G. Bouchez y otros, para explotar la concesión en la provincia de Buenos Aires del mantenimiento y la conservación de los caminos del sur, los cuales daban entradas a las haciendas y carretas provenientes de la campaña. En 1873 fue electo senador provincial en representación del Partido Autonomista, el partido político de Leandro Alem, Adolfo Alsina, José Hernández y Aristóbulo del Valle, entre otros.
Designado presidente del Senado, el 12 setiembre de 1874 reemplazó al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Dr. Mariano Acosta, quien fuera electo vicepresidente de la República acompañando a Nicolás Avellaneda en la fórmula triunfante del 11 de abril de 1874.
El 24 de setiembre de 1874 estalló la revolución encabezada por el general Bartolomé Mitre. Por tal motivo, el coronel Álvaro Barros recibió el mando de las fuerzas de la Capital.
A poco de producido el movimiento sedicioso publicó un bando mediante el cual exhorta al pueblo a mantener la tranquilidad y a movilizarse en defensa de la legalidad, y denuncia el significado anárquico de la insurrección mitrista. Es así como logró movilizar 20.000 guardias nacionales de la provincia, crear cuatro regimientos de caballería y otros tantos de infantería en defensa de las autoridades legalmente constituidas.
La lealtad del gobernador Barros a las autoridades legítimamente constituidas fue decisiva para la derrota de los insurrectos en el ámbito provincial; esta opinión fue manifestada pública y privadamente en más de una oportunidad, tanto por el presidente saliente Sarmiento como por el electo Avellaneda [5].
Su gestión a cargo del Ejecutivo provincial finalizó el 1º de mayo de 1875.
Álvaro Barros inició su último mensaje ante la Legislatura provincial con juicios críticos sobre los difíciles momentos que le tocó vivir como consecuencia del levantamiento mitrista.
En un capítulo dedicado a la educación, señala la consolidación de las reformas previstas para la educación universitaria y para la enseñanza secundaria en contraposición a las dificultades que atravesaba la enseñanza primaria y de la necesidad de sanción de una ley de educación común.
Como logro menciona el inicio de actividades de la primera escuela agrícola del país en Santa Catalina y la elevación de un proyecto para crear una escuela de oficios, artes y manufacturas.
Además, hace mención a las obras públicas informando de la prosecución de todo lo vinculado a aguas corrientes, cloacas y ferrocarriles, y de los estudios necesarios para la puesta en marcha de las obras del puerto de San Fernando. Propone la creación del Departamento de Ingenieros separándolo del Departamento Topográfico ya existente. Informa sobre el comienzo de los estudios para modificar la organización impositiva, con el propósito de lograr una equitativa carga tributaria, y de un proyecto sobre la tenencia de tierras.
Finalmente, comunica sobre el estímulo y la colaboración prestada por el Gobierno provincial en la realización de la primera exposición organizada por la Sociedad Rural Argentina.
En agosto de 1875 ingresó al Senado de la provincia un proyecto del Poder Ejecutivo sobre tierras públicas. En síntesis, el proyecto proponía: fomentar la agricultura, reducir la extensión de las propiedades y alentar la formación de colonias.
Ya como legislador, Barros fue el principal opositor al proyecto y le tocó enfrentarse en esos debates con el doctor Aristóbulo del Valle.
Sostenía que no estaban dadas las condiciones económicas para el desarrollo agrícola en la provincia por falta de capitales, escasez de brazos, y por las distancias y malos caminos, los cuales resultaban insalvables; también consideró insensato reducir la extensión de la propiedad
Para Aristóbulo del Valle la ley de tierras era una ley de población, de civilización y de progreso.
Álvaro Barros estimaba que hacer “de la agricultura nuestra única fuente de producción, es insensata y no lo es menos la de reducir la extensión de la propiedad.” Sostenía también “que era necesario y conveniente tener tranquila la posesión de la tierra antes de sancionar la ley, pues la amenaza de los indios constituía un peligro que pesaría sobe la actitud de los agricultores y que los haría desistir de dedicarse a las tareas rurales”[6].
La postura de Barros sobre la nueva ley de tierras fue hábilmente rebatida por A. del Valle (7). Finalmente, se impusieron en el recinto los argumentos a favor de la ley presentados por Aristóbulo del Valle, y el proyecto enviado por el Poder Ejecutivo fue aprobado el 5 de octubre de 1875.
Un año después, fue reincorporado al Ejército y ese mismo año electo diputado nacional por la provincia de Buenos Aires y designado por el Ejecutivo nacional miembro de la Comisión Nacional de Escuelas y Bibliotecas.
Como diputado nacional, su gestión se centró en las cuestiones de organización militar y fronteras.
En 1877, Álvaro Barros publicó un segundo libro, con el título Actualidad Financiera de la República Argentina, el cual dedicó a Nicolás Avellaneda. En el libro estudia la situación socio-económica de nuestro país, expone sus problemas y plantea soluciones.
Por decreto del 21 de octubre de 1878, Álvaro Barros fue designado gobernador de la Patagonia.
El proyecto enviado por el Ejecutivo nacional, proponiendo crear la Gobernación, expresaba que tenía por objeto principal el desarrollo de las poblaciones establecidas en esa zona, promover la fundación de otras y contribuir al éxito de la expedición proyectada por la Ley 947. Su gestión en el cargo de gobernador se extendió por espacio de tres años.
Uno de sus primeros actos como gobernador fue el de crear una colonia indígena que formaría en su mayoría con restos de la tribu de Catriel. Si bien es cierto que la experiencia tuvo en su comienzo serios inconvenientes por las crecidas del río donde estaba asentada y por una epidemia de viruela que atacó a los habitantes de la colonia, Barros, en su mensaje al finalizar su mandato sostiene que, a pesar de este triste inicio y de la desconfianza que se tiene generalmente de los indígenas como colonos, el nuevo establecimiento reuniría elementos halagüeños de porvenir si era debidamente ayudado.
A finales de 1873 falleció su esposa. En 1879, siendo Gobernador de la Patagonia, contraería segundas nupcias con Carmen Saavedra Zabaleta.
Álvaro Barros continuó ejerciendo sus funciones dentro del Ejército y en 1882 recibió la efectividad del grado de coronel.
En 1887 fue nombrado vocal de la Comisión Inspectora del Colegio Militar, cargo que desempeñó hasta su muerte el 13 de enero de 1892, después de padecer una larga enfermedad en la ciudad de Buenos Aires.




  Monumento al Coronel Álvaro Barros en la plaza homónima de la ciudad de Olavarría
                    
    


Coronel José Valentín de Olavarría
                                     

Nació el 13 de febrero de 1801 en Salto, provincia de Buenos Aires. Hijo de Antonio de Olavarría, coronel de Blandengues de Buenos Aires al servicio del Rey como comandante de fronteras, y de Gertrudis Rodríguez Peña. Sirvió como cadete del primer batallón del Regimiento de Artillería de la Patria, y fue promovido luego a subteniente de bandera el 27 de febrero de 1815. Más tarde pasó a formar parte del Ejército de los Andes, con el cual asistió a la batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817, dando cuenta de sus dotes excepcionales como soldado. José Valentín de Olavarría tomó parte en la campaña al Sur de Chile y participó del ataque en Talcahuano el 6 de diciembre de 1817.
A mediados de marzo de 1818 el Ejército Unido (chileno-argentino) se reorganizó en Chimbarongo, y Olavarría fue incorporado como teniente 2º en la 1ª compañía de tren volante del 3er. batallón del Regimiento de Artillería recientemente creado. El 11 de marzo de 1819 se lo promovió al grado de capitán de artillería por su comportamiento en la batalla de Maipú. Poco después, siguió formando parte de las fuerzas que operaron en el Sur de Chile asistiendo a los combates de Chillán, Bío Bío y otros encuentros y fue por sus acciones distinguido. En el paso de Ñuble, se dijo de él: “el fuego certero de los dos cañones que mandaba Olavarría contribuyó al resultado feliz del rechazo del enemigo, que había arrollado una fuerza patriota al mando del capitán Gregorio Millan”[8].
Después de esta campaña, continuó con la expedición del Ejército Libertador al Perú, a bordo del bergantín “Araucano”. Al mando de la artillería naval se desempeñó con singular gallardía en el combate naval que sostuvo con la fragata española “Cleopatra”. Luego de abandonar este servicio, pasó a formar parte del Regimiento de Granaderos a Caballo, cuerpo con el que participó de la campaña de la Sierra a las órdenes del general Arenales, y mereció por sus acciones la medalla otorgada por el Protector a los vencedores.
El 27 de diciembre de 1821, José Valentín fue ascendido a capitán y en 1823, promovido a sargento mayor. Participó como ayudante mayor en el cuerpo de caballería peruana a las órdenes del general Domingo Tristán. En la campaña a Puertos Intermedios y a las órdenes del general Andrés Santa Cruz, luchó en la batalla de Zepita. En la ciudad de Cochabamba y ante tropas muy superiores, se vio obligado a retirarse hasta las montañas de los Yungas. Allí se incorporó al general Lanza, cuyas fuerzas habían sido vencidas en los valles de Cochabamba. En repliegue, junto con otros compañeros, Olavarría debió atravesar con mucha dificultad los pueblos enemigos hasta llegar al Puerto de Arica, lugar donde se apoderaron de un buque de cabotaje y lograron regresar finalmente a Lima. El 6 de agosto de 1824 participó de la batalla de Junín, únicamente a sable y lanza, al igual que su compañero Necochea. Juntos, fueron tomados prisioneros en el primer estadio de la batalla, y rescatados gracias al coronel Manuel Isidoro Suárez.
Promovido a teniente coronel, participó de la batalla de Ayacucho donde mereció elogios por su admirable comportamiento.
Habiendo tomado conocimiento de que la Patria se preparaba para una guerra contra el Brasil, solicitó a Simón Bolívar dejar el servicio de su ejército. Y éste, concediéndolo, le otorgó a Olavarría los despachos de coronel graduado el 13 de marzo de 1826. José Valentín de Olavarría intervino en la batalla de Ituzaingó, donde con su regimiento realizaron las mayores proezas. Es en esta batalla donde Olavarría recibió un pistoletazo en su cara. El parte de guerra le mereció importantes elogios. El boletín de aquella jornada dice: “Los bravos lanceros maniobrando como en un día de parada sobre un arroyo ya cubierto de cadáveres, cargaron, rompieron al enemigo, lo lancearon y persiguieron hasta una batería; de tres piezas que también tomaron. El Regimiento 8 sostenía esta carga que fue decisiva. El coronel Olavarría sostuvo en ella la reputación que adquirió en Junín y Ayacucho”.
De regreso a su patria cooperó con la revolución del 1º de diciembre de 1828, y participó de los combates de Navarro, Las Palmitas y Puente Márquez contra las fuerzas federales. Días antes de producirse la revolución de 1828, los allegados a Dorrego intentaron por todos los medios neutralizar a los principales jefes comprometidos con la revolución. Un episodio muy particular lo tuvo al coronel Olavarría como protagonista y lo muestra como una persona leal y comprometida con la palabra empeñada: “Se sabía que el coronel Olavarría era el principal apoyo del general Lavalle, así por su bravura legendaria como por el sencillo cariño que le profesaba a éste, a cuyo lado siempre batalló (…)”  “En la víspera de la revolución, Olavarría recibió un billete de esos cuyo contenido se adivina a través del perfume vago que despiden. Grato este favor espontáneo de una dama codiciada de Buenos Aires, Olavarría, vestido con su brillante uniforme de coronel de lanceros, se dirigió esa misma noche a la elegante mansión donde lo esperaban. ¿Qué pasó allí?..Quizá Olavarría tuvo que soportar una lucha desconocida para él, entre su deber y su amor despertado de pronto... Lo que hay de cierto es que al despedirse por última vez de la dama que le imploraba, Olavarría exclamó amorosamente desesperado: ‘Por dios señora; mi vida no me pertenece en estos momentos: un compromiso sagrado me obliga a sacrificarlo todo, todo’. Y así resistió ausentarse de Buenos Aires en tan dulce compañía, porque a la mañana siguiente debía sostener la revolución...”[9].  Después de ser vencidas por Rosas las fuerzas de Lavalle, Olavarría emigró al Uruguay y fijó su residencia en Mercedes, donde se casó con Gertrudis Rodríguez. Tuvo tres hijos: José, Aurelia, y Gertrudis.
En 1839, se unió a las fuerzas unitarias que organizaba el general Lavalle en la Isla Martín García. El 22 de setiembre de 1839, como comandante del escuadrón Libertad, asistió al combate de Yerúa contra las fuerzas federales. Se separó voluntariamente de aquel ejército y regresó a Mercedes. En el año 1843, tuvo que refugiarse en Montevideo a causa de la invasión de Oribe.
Allí mismo, el 23 de octubre de 1845 y a la edad de 44 años, falleció.
Sus restos, conjuntamente con los del coronel Manuel Isidoro Suárez, fueron repatriados a nuestro país el 30 de setiembre de 1879. En su carrera militar obtuvo cinco condecoraciones: dos cordones, dos escudos y una estrella de la “Legión del Mérito” de Chile.
    Monumento al Coronel José de Olavarría en la plaza homónima de la ciudad de Olavarría.
[1] María Inés Cárdenas de Moner Sans, Álvaro Barros un militar digno, pág.11
[2] Alcibíades Lappas, La Masonería Argentina a través de sus hombres, pág.118
[3] Barros utilizó en sus escritos diferentes grafías para referirse a su defendido.
[4] Pedro Daniel Weinberg, Indios, Fronteras y Seguridad Interior, pág. 28
[5] Daniel Weinberg, Indios, Fronteras y Seguridad Interior, pág. 35
[6] Pedro Daniel Weinberg, Indios, Fronteras y Seguridad Interior, pág.33
[7] Del Valle dijo en favor de la ley: “La Comisión (del Senado) y el Poder Ejecutivo quieren que sea posible en la provincia de Buenos Aires el pequeño estanciero (…) hasta el grande. Para el senador (Barros) y los que como él piensan, no es posible en la provincia de Buenos Aires, sino un estanciero que tenga por lo menos un capital de 100 mil pesos, para que pueda tener 300 vacas o 2.400 ovejas. Para finalmente agregar, que sostener lo que decía Barros que el mínimo de tierra que debía adquirir un ciudadano fuesen 1.000 hectáreas “era crear para el presente y para el porvenir una casta de privilegiados propietarios (…) que no solo será un peligro, una amenaza constante para nuestro sistema de gobierno...”. Pedro Daniel Weinberg, Indios, Fronteras y Seguridad Interior, pág.  34.
[8] Episodios de la Guerra de la Independencia, por el coronel Manuel Olazábal
[9] Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, Capítulo XII, págs.294 y 295.