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jueves, 7 de enero de 2021

La Trágica Sublevación del Escuadrón Bahía Blanca.
Teniente Jorge Reyes

Autor: Cr. Adolfo Hipólito Santa María

 Jorge Reyes 
                                                                       

  El 8 de marzo de 1852, el gobernador Vicente López y Planes creó por decreto las Guardias Nacionales, y el 28 de abril de 1854, Justo José de Urquiza, dispuso la creación del Ejército Nacional, conformado por el Ejército de Línea, las Guardias Nacionales y las milicias locales.

  Los contingentes de las Guardias Nacionales estaban compuestos, en su mayoría, con ciudadanos cercanos al lugar donde actuaban, con el deber y la obligación de portar armas en defensa de la patria. Tenían una doble función, la militar y la de mantener el orden en las ciudades y la campaña.

  El Ejército de Línea se nutría de soldados enganchados por una paga, y por personas que debían cumplir una pena impuesta por el juez de paz del distrito, o en calidad de enviados por el comandante del regimiento de Guardias Nacionales al que pertenecían; sistema que también utilizaban los extranjeros. 

  La ley de milicias del 19 de diciembre de 1823, reglamentaba el funcionamiento de las Guardias Nacionales en la provincia de Buenos Aires. La misma establecía que contaría con la milicia de infantería y caballería, que se dividirían, al mismo tiempo, en las clases activa —todos los que habiendo cumplido 17 años de edad no excedieran los 45, recayendo preferencialmente en los hombres solteros con arraigo en el país— y pasiva —integrada por los ciudadanos de 45 a 60 años—. En ambos casos, según los artículos 6º y 8º, los milicianos en servicio gozarían del mismo sueldo que las tropas de línea y serían obligados al cumplimiento del Código Militar. A su vez, la ley tenía algunas excepciones al reclutamiento. Quedarían exceptuados del servicio activo los individuos que, por enfermedad o defecto físico, no fueran aptos para el servicio y algunas otras excepciones. 

  El 11 de julio de 1864 se dictaba la ley Nº 88, que ordenaba la movilización de la Guardia Nacional en aquellas provincias que se encontraban amenazadas por los indígenas. Se les pagaba igual salario que a los soldados del ejército regular, siendo relevados cada seis meses. La movilización y convocatoria tenía una duración de dos años. Un año después, con motivo del conflicto con Paraguay, se promulgaba la ley 129 del 5 de julio de 1865, que establecía el reclutamiento de la Guardia Nacional para todos los argentinos cuyas edades queden comprendidas entre los 17 y los 45 años (si fueran casados) y hasta 50 si fueren solteros. 

  Álvaro Barros, cuando tomó el mando de la frontera Costa Sud, nos cuenta como encontró a la Guardia Nacional:

"Llegué allí el 1º de agosto de 1865, y al día siguiente me recibí del mando de la frontera. La guarnición constaba de 400 hombres de la Guardia Nacional, y se hallaban en el más lastimoso estado de miseria. Sin armas suficientes, sin monturas, escasos de caballos y sin nada en fin, no solo de aquello indispensable para las operaciones que requería la defensa, sino aun de aquello indispensable para que los hombres pudiesen soportar el rigor de las estaciones. Comunique al gobierno mi situación; pedí armas, vestuarios y caballos, pero como no era posible que me fuesen remitidos antes de dos o tres meses, después de repartir mi ropa de uso entre los soldados más desnudos, mandé traer del Tandil 200 blusas y 200 pantalones de brin, que existían en depósito, y aquellos desgraciados, al recibir aquellas piezas, en todo el rigor del invierno, se consideraron confortablemente ataviados, para recibir lluvias y nevadas." 1

  Prosigue A. Barros informando de la paupérrima situación de las fuerzas y las irregularidades que había encontrado cuando, el 17 de marzo de 1866, recibió del coronel Machado el mando de la Frontera Sur
“Me recibí del mando de esta frontera, cuya entrega me hizo el coronel Machado (…) y se verificó (el inventario), resultando que solo existían 365 caballos y figuraban 800; y 339 soldados figurando cerca de 900 la última revista.” 
“En cumplimiento de mi deber y dejando a salvo mi responsabilidad, envié al Gobierno los inventarios y recibos” (…) “Dos meses después el Comisario D. Federico Oromí fue a pagar dos meses atrasados a la guarnición y resultó un sobrante de 325.000 ps. procedente de las plazas supuestas que antes figuraban, y que fueron devueltas al tesoro”. 2
  El extranjero, “soldado gringo” enganchado en el ejército, no era muy valorado y generalmente se menospreciaba, de ellos dice Álvaro Barros: "(...) enviaron cien soldados de línea para la guarnición, pero eran extranjeros que en su vida habían montado sobre el lomo de un caballo, y no traían monturas para que pudieran algún día aprender”.
 
  Los soldados "gringos", generalmente agricultores y no siempre buenos jinetes, eran considerados por los jefes militares y soldados nativos poco aptos en la lucha contra el indio. 

  No solo Barros se queja de los extranjeros enganchados en el ejército, también lo hace Ignacio Rivas en una carta que trascribimos:
Azul, abril 20 de 1872. 
A. S. E. el señor Ministro de Guerra y Marina, Coronel D. Martín de Gainza. 

"Cumplo con el deber de poner en conocimiento de V. E. las irregularidades con que continúan recibiéndose los contingentes de G. (Guardias). N. (Nacionales) para el servicio en las fronteras de mi mando. 
La mitad de los hombres que lo componen son extranjeros completamente inútiles para el servicio de la frontera, por ser enfermos la mayor parte y no saber montar a caballo ninguno” (…) “Entre tanto los contingentes así compuestos son perjudiciales en la fronteras; en los casos de marcha rápida es necesario dejar los extranjeros en los fortines, pues son incapaces de acompañar una columna al galope y siempre inutilizan los caballos que montan pues ignoran absolutamente como deben ensillarlos”.

  Y hasta José Hernández, en el libro Martín Fierro, le dedica unos versos al “soldado gringo”.

Yo no sé por qué el gobierno
Nos manda aquí a la frontera
Gringada que ni siquiera
Se sabe atracar a un pingo
¡Si creerá al mandar un gringo
que nos manda alguna fiera!
------------------------------------------
Pa vichar son como ciegos,
No hay ejemplo de que entiendan
Ni hay uno solo que aprienda,
Al ver un bulto que cruza,
A saber si es avestruza
O si es jinete, o hacienda. 
  Mientras las Guardias Nacionales estaban integradas por ciudadanos que cumplían con la obligación de servir a la patria y defender la Constitución y sus leyes, el Ejército de Línea veía completada sus filas con soldados enganchados, veteranos, y "ociosos" y “vagos que cumplían su servicio". 

  El 2 de marzo de 1875, fue dado de alta en el batallón 8 de línea, el teniente 1º Jorge Reyes, cuerpo que estaba a cargo del teniente coronel Antonio Donovan. 

  El 28 de diciembre de 1875, el batallón 8 de línea marchó desde Buenos Aires a la frontera sud, para contener la sublevación de las tribus de Catriel, Namuncurá y Pincén. 

  El coronel Levalle era el jefe de la Frontera Sud. Para marzo de 1876, el teniente Jorge Reyes había quedado a cargo del destacamento que había en Olavarría. 

  En ese año, la guarnición de Olavarría dependía de una Delegación del Ministerio de Guerra con asiento en Azul, cuyo jefe era el teniente coronel Eduardo Pico. 

  Los combates con las tribus sublevadas se sucedieron durante varios meses en la Provincia. Las fuerzas de Olavarría no pasaban de 120 hombres, a las que se les había agregado una compañía llegada desde Buenos Aires, identificada con el nombre de escuadrón Bahía Blanca, perteneciente al 6 de Línea. 

  El 21 de octubre de 1876, siendo aproximadamente las 11 de la noche, el escuadrón Bahía Blanca se sublevó. Este escuadrón se componía de alrededor de 65 plazas, armado a carabina rémington y sables con una dotación de 100 tiros por plaza. 

  El cuartel que ocupaba se había situado en la esquina de Vicente López y General Paz, en una casa amplia, la única construida en ladrillos, y era propiedad de Blas Dhers, teniendo dentro del corralón en el momento de la sublevación alrededor de 300 caballos.

 Esta misma esquina, el 27 de diciembre de 1875, se constituyó en un refugio para los vecinos del incipiente pueblo de Olavarría, logrando con éxito contener el asedio de las tribus sublevadas. La foto del edificio es de 1906, cuando estaba ya instalado en ese lugar el almacén de Aldasoro, Igarza y Cía. Hoy espacio ocupado por la Confitería La Paris. 
 
  Al iniciarse la rebelión, el teniente Jorge Reyes se encontraba en la oficina de telégrafo, que ocupaba una casa del coronel Nicolás Levalle, situada frente a la plaza a pocos metros del cuartel, en la calle Vicente López entre General Paz y San Martín. Contaba Reyes con dos soldados asistentes pertenecientes al batallón 8 de línea, Cruz Barros y Celestino Martínez, y el teniente Alejandro Azopardo que se encontraba cumpliendo un arresto impuesto por la Inspección y Comandancia General de Armas.

  Con ellos se dirigió al cuartel, pero en el camino fueron atacados por los sublevados, quienes les hicieron una descarga. En la marcha hacia el cuartel encontraron al alférez Hugo Frasser herido de muerte; éste era esa noche Oficial de Guardia, e inmediatamente fue llevado a una casa vecina. Prontamente Reyes se dirigió hasta la casa de Patricio Aguilar, y contando además con la ayuda de dos peones del dueño de casa, arma­dos a rémington, de improviso entraron al cuartel. 

  El escuadrón se encontraba formado con todas sus armas y la dotación de tiros correspondiente a 100 por plaza. 

  Ya dentro del cuartel, Reyes logró contener la sublevación y desarmarlos. Entre los cabecillas del movimiento se encontraban los soldados Juan Carrizo y Anacleto Acuña, que fueron los dos que fusilaron primero. 

  Ya desarmados los sublevados, el sargento Fernando Sierra convenció a Reyes que había varios soldados de confianza y que podían armarse, disponiendo entonces que a estos se le devolvieran las armas. Una vez terminado el desarme, comenzaron las ave­riguaciones de los hechos ocurridos, las cuales dieron por resultado constatar que los cuatro centinelas que se encontra­ban apostados, eran todos com­prometidos en la sublevación; a és­tos se los desarmó uno por uno. Este escuadrón se componía de 65 soldados y tenía dos oficiales, el teniente A. Alemán y el subteniente Hugo Frasser. 

  El teniente Alemán, en la noche de la sublevación se encontraba destacado en el arroyo Nievas, al mando de quince hombres, de manera que en el momento de la sublevación no había más oficiales que el teniente Jorge Reyes, el subteniente alférez Hugo Frasser y el teniente Azopardo, que cumplía un arresto y que no pertenecía a la guarnición. 

  La oficina telegráfica estaba a cargo del subteniente Carbone, perteneciente al 2 de caballería, pues el telégrafo en esa época se estaba construyendo y ya llegaba al fuerte Lavalle (Sanquilcó) y los telegrafistas en toda la línea eran oficiales del ejército. 

  Así relataría el teniente Jorge Reyes en su Foja de Servicios, el desenlace final de esta sublevación: 
"Hice llamar a la oficina de Azul, para ponerme en comunicación con el comandante Ipola, lo que pude conseguir al cabo de varias horas, y a las 3 y 30 de la tarde del día 22, recibí en contestación el siguiente telegrama: 

Recibido a las 3 y 55 de 22 de octubre de 1876. 

De Azul, fechado el 22, a la 3 y 30 p.m. 
A teniente Reyes. Olavarría. 

En este momento salgo para ésa. Llevo médico, 3 y 30 p.m.
Apolinario Ipola. 

Por espacio de 22 horas tuve que permanecer en situación bastante difícil, habiendo tenido que tomar la determinación de poner a todos los sublevados en cepo de lazo, los cuales eran custodiados por dos soldados del 8 de línea que antes dejo nombrados, cuatro Guardias nacionales, el teniente Azopardo y yo, que era el jefe interino de la guarnición. 

De los sublevados tan sólo dos lo­graron escapar, siendo tomados pre­sos todos los demás. 

Al siguiente día a las 10 de la noche llegó el Comandante Ipola, con quince hombres. Este jefe llegó acompañado de un médico, pero sus servicios no fue­ron utilizados por cuanto el alférez Frasser había fallecido, pues estaba muy mal herido y había permanecido mucho tiempo sin asistencia médica. 

El señor Ministro de la Guerra, Dr. Adolfo Alsina, dispuso la formación de un Consejo de Guerra verbal, del que fue Presidente el Teniente Coronel D. Apolinario de Ipola, y me acuerdo que los vocales eran: el Ayudante Mayor D. Saturnino García, el que escribe es­tas líneas, el Teniente de Guardia Na­cional D. Patricio Aguilar y otros. 

El Consejo de Guerra terminó sentenciando a muerte a nueve de los reos y los demás sentenciados a los trabajos forzados en la línea avanzada de frontera (Carhué). 

El proceso fue trasmitido por telé­grafo al Dr. Alsina, quien mandó fusi­lar a cinco de los nueve sentenciados a la pena de muerte. 

Los reos fueron ejecutados al día si­guiente, formando las tropas de la guarnición y unos Guardias Nacionales, que se encontraban de tránsito perte­necientes a la provincia de Buenos Aires y que eran mandados por un Mayor Muñoz, fuerzas que habían sido movili­zadas para hacer las zanjas en las lí­neas de frontera. 

El mando del escuadrón Bahía Blan­ca, me había sido confiado dos días antes de producirse la sublevación, pues el jefe nato del mismo era el Mayor Graduado D. Pablo C. Belisle, quien se había ausentado para la Capital de la República y, por lo tanto, quedaba yo en carácter de jefe interino de la guarni­ción y del escuadrón." 3
  Los motivos de este lamentable y triste episodio no han trascendido, y el coronel Jorge Reyes en el relato de los hechos no los menciona, es muy probable que este hecho sea consecuencia de la difícil situación que atravesaban las fuerzas que actuaban en la frontera, estado que suscitaba numerosos conflictos y generalmente terminaban en arbitrariedades, sublevaciones y deserciones, para finalmente, como en este caso, con la muerte de los soldados involucrados. 


Coronel Jorge Reyes

   El coronel Jorge Reyes (1854-1939), ingresó al ejército el 6 de abril de 1870. 
  Participó en las campañas a Entre Ríos, frontera de Córdoba, Buenos Aires, Chaco y Mendoza. Se encontró en los combates del Sitio de Paraná (1870), Las Mostazas ( 1877), Fortín Machado (1877),  Puente Alsina (1880), Plaza Libertad (1890), Tucumán (1893) y en la batallas del Talita (1873) y Don Gonzalo (1873). Fue condecorado con la Medalla de Plata (1924), por la Expedición al Desierto de 1876, y Medalla de Oro por la Campaña del Río Negro, Patagonia, y Medalla de Oro por la campaña del Chaco. 


Notas
1. A. Barros- Fronteras y Territorios Federales de las Pampas del Sur,  pág.158.
2. A. Barros- Fronteras y Territorios Federales de las Pampas del Sur,  pág.166.
3. Jorge Reyes. Foja de Servicios, pág. 57.

Fuentes consultadas:

Anuario del diario El Popular de Olavarría de 1929
Barros, Álvaro. “Fronteras y Territorios Federales de las Pampas del Sur”. Hachette, 1957. 
Hernández, José. Martín Fierro.
Reyes, Jorge. Foja de Servicio del Coronel Jorge Reyes. Buenos Aires, 1926.

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