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martes, 26 de julio de 2022

CRÒNICA  DE UN CASAMIENTO EN COLONIA HINOJO, PARTIDO DE OLAVARRÌA.  Publicada en el diario El Pueblo de Azul, en 1898. 

                                                                              Autor: Cr. Adolfo Hipólito Santa María. 


¿No han asistido ustedes a alguna boda rusa, en las colonias de Hinojo?

Los que  han tenido ocasión de presenciar tal espectáculo, habrán perdido seguramente un momento agradable, y me parece que muchos son los que totalmente desconocen cómo se llevan a cabo estas ceremonias, por  demás originales.

Por cierto que no voy a mencionar  que estas tienen un carácter distinto a las nuestras, sino lo original del acto con sus particularidades no conocidas en nuestra sociedad y el alcance, hasta cierto punto distinto, del matrimonio para la mujer rusa.

Voy a tener el placer de contarles algo, poniéndolos, de esta suerte, al corriente de lo que yo mismo he pre­senciado en un viaje exprofeso que hi­ce a una de las colonias cercanas a Hinojo.

No he tenido que salvar (Dios sea loado) las inmensidades del Océano, para darme cuenta de visu de lo que voy a narrarles.

Sin tocar para nada la parte religio­sa que da origen a doctrinas contra­dictorias, pues tan buena es la de ellos para ellos como lo es la mía para mí, voy a exponerles algunas excentrici­dades que tienen lugar en las bodas.

La sorpresa más grande y que pro­voca no pocas reflexiones que pasaré por alto, es la que nos proporciona la novia durante el acto de la bendición del matrimonio, en el cual ésta apare­ce triste y apesadumbrada, en cambio de la felicidad que de su nuevo estado podría lógicamente esperar, y como si tales tristezas la ocasionarán, verda­deramente, el temor de llevar consigo la cruz del matrimonio.

Los convidados, que lo son todos los habitantes de la Colonia, están siempre dispuestos a presenciar estas ceremonias nupciales y por cierto no es necesario insistir en la invitación para obtener su presencia.

Sigamos adelante. Una vez reuni­dos en la casa del padre de la novia, forman una columna bastante nume­rosa, teniendo siempre como van­guardia a distancia de treinta varas, a una docena de ellos, por lo general todos jóvenes, que armados de su fusil hacen descargas con un fuego rápido y desordenado.

¡Y que fuego encarnizado! Pero una vez a pocos pasos de enfrentar la puerta principal de la iglesia, se suspende  el ensordecedor fogueo, reem­plazándolo el mayor silencio, y al pasar el novio y la novia quítansen res­petuosamente el sombrero y tras ellos entran también en el templo.

Rápidos instantes pasan y la cere­monia nupcial termina, sin más inci­dentes que la unión de los desposados y un raudal de lágrimas que vierte al parecer afligidamente la novia, sin que nadie le dé importancia al hecho.

¡Rarezas del genio!

Pasados algunos instantes, vuelve la columna a ponerse en marcha hacia la casa de los casados, y vuelven a re­petirse las múltiples descargas de fu­silería que la vanguardia dispara ale­gremente.

Una vez en casa de los flamantes esposos, se empieza a desarrollar el plan confeccionado, y los festejos y la alegría invaden los corazones de unos y otros, mientras van tomando asien­to los convidados alrededor de una gran mesa, y entonces hácense (sic)) los de­bidos honores a los diferentes manja­res dispuestos especialmente al paladar favorito de los convidados.

Pero lo más original es que en me­dio del festín, métanse desórdenes que todos los reciben con muestras de sa­tisfacción y que son originados por una encarnizada lucha que mantienen el novio con varios de los jóvenes in­vitados, que sigilosamente se han  es­cabullido por debajo de la mesa para arrancar a la novia, primero los boti­nes y luego las ligas.

Los pies del novio defienden enér­gicamente las prendas que pretenden arrebatarle a su esposa, y de ahí resul­tan los raptores con más o menos gran­des rasguños en manos y brazos, a causa de las coces del novio.

Pero el novio no puede luchar con­tra tantos y resulta vencido. Luego, para olvidar las penurias porque han pasado, los raptores, ofrecen en venta dichas prendas, y entonces el novio se ve obligado a abonarles una suma de dinero. Después se corren carreras, las que no dejan de revestir cierto interés.

¡Y como no! Se coloca de parte a parte de la calle, un grueso cable que  viene a quedar amarrado fuertemente por sus puntas a un fuerte palo colo­cado intencionalmente. En medio de dicho cable, se suspende un ganso con la cabeza hacia abajo, fuertemente ase­gurado al cable por las patas.

Como se comprende, la pobre ave está sujeta a concluir su existencia en medio de un suplicio bárbaro.

Una vez todo dispuesto, se corren las carreras y cada uno que pasa por debajo del ave, debe tratar de arran­carle el pescuezo al pasar, limpia­mente.

Así que, tantas manos son tantos violentos ataques que sostiene el ganso, hasta que alguien queda con el pescuezo deseado, y el ave sucumbe horriblemente, mientras la concurren­cia prodiga entusiastas aplausos al vencedor.

Es inútil agregar que éste es quien se come el ganso mártir.

Esta es la descripción fiel de las bodas rusas y sus originales fiestas, agregando solamente un baile que dura consecutivamente dos días y dos noches.

 

 


1 comentario:

  1. Estuve en el homenaje a los 100 años no recuento di del primr casamiento o de la Colonia, si recuerdo iban carretones con personas vestidas a la usanza antigua. Y creo que esa noche se realizó una boda a según la tradición y hubo una gra fiesta.. hace r5 años de esto.

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